Eres mía.

2. Kania.

Capítulo 2.

 

—¿Kania, estás bien? —Da unos pasos a mí, reparándome la cara—. Estas pálida.

—Tu… —balbuceo.

Es Ian. Esta en el país, esta en la ciudad y está en este preciso momento al frente mío. No pensé que lo volvería a ver después de cuatro años. No pensé… En verdad pensé y anhelé verlo años atrás cuando lo necesitaba, pero ahora… Su tacto quema.

Separo su mano de mi brazo con brusquedad, haciendo que el café caliente se riegue en el piso. Mi respiración empieza a volverse entrecortada y siento algo en la garganta que no me deja liberarme. Estoy sintiendo un gran peso en mis hombros. Es que lo miro y no lo creo. Milan se parece a mí, pero hay algo que comparte con él y se me es imposible pasarlo desapercibido, o por lo menos para mí.

Oh por Dios Milan.

Me alejo de él cuando logro procesar lo que está ocurriendo.

—Kania, soy yo —se apresura a decir e intenta tomarme de nuevo del brazo.

Claro que sé que es él y por supuesto esa es la señal para que me marche de este lugar.

Le doy una larga mirada. Esta mucho más hombre desde la última vez que lo vi. Creció, y ahora me lleva una ventaja de una cabeza y media. La barba empieza a notársele y ahora lo hace ver mucho más mayor. Su nariz está mucho más puntiaguda —porque estoy segura que no era así antes—, las facciones de su cara se han marcado al igual que los atributos de su cuerpo. Aunque lleve un abrigo grueso, puedo notarlo. Noto cada detalle de eso, y eso me hace enfurecerme conmigo. Encontrándome con sus ojos grises, le doy la mirada más fría y con desprecio que puedo.

Solo espero que él lo tome de esa manera.

Me doy la vuelta cuando siento que el aire me hace falta y sin esperar algo de él, salgo del local trotando con mis cosas en la mano.

—¡Kania! —escucho que gritan detrás de mí y eso hace que me apresure más a caminar—¿Por qué corres? —No respondo y solo corro más rápido, metiéndome en una esquina y haciéndome detrás de un basurero. Me siento medio en el piso, tomando bocanadas de aire con fuerza; es como si haya dejado de respirar mientras estuve al frente de él.

Joder, Ian nunca debió volver.

Es el mejor amigo de mi hermano; sabe perfectamente donde encontrarme y cómo le explicó mi manera de actuar hace poco. No puede ver a Milan. No quiero tener que darle explicaciones, ni mucho menos insultarlo y decirle porque lo odio tanto.

Me llevo las manos al pecho y lloriqueo ante la sensación de humedad en las mejillas. En este momento debo verme muy patética. Estoy sentada en el piso, al lado de un contenedor de basura, llorando y actuando como cuando tenía diez años.

Mis rodillas se sienten débiles, que ni para pararme en este momento tengo fuerzas.

Debo volver a casa, tengo que terminar de alistar a Milan para la escuela.

Recuesto mi cabeza en la pared y me permito cerrar los ojos, tratando de encontrar un poco de paz. Ian era… Era lo que no podía tener, era el chico por quien muchas chicas suspiraban —me incluyo en la lista—, era inteligente, pero para su mala suerte; quien no le gustaba tener responsabilidades. Siempre fue el chico que amaba las fiestas, salir con amigos y vivir el día como si fuera el último. Me encantaba eso de él. Que aspirara muchas cosas en la vida y fue todo eso lo que me dejó cegar.

Lo odio y él no se imagina cuánto.

—¿Estás bien? —me pregunta Thalia. La morena me repara toda la cara y basándome en que su expresión es la misma que hizo mi madre está mañana cuando llegué a casa. Porque los ojos los tengo hinchados y con lo glotona que soy, no he tocado para nada el almuerzo—, ¿le pasó algo a mi bebé? —Meneo la cabeza. Donde fuera mi hijo, estaría peor—. ¿Entonces?

—Hoy… —cierro los ojos—. Tuve un mal momento en la mañana. Nada de qué preocuparse —le sonrío con pocas ganas.

Se sienta en la silla del afrente sin creerme un poco de lo que le he dicho. Estamos en la cafetería después del primer corte de distintas clases. Este lugar es muy alborotado a estas horas. La fila para comprar la comida o refrescos esta abarrotada de personas. Algunas se quejan por la demoran, mientras que otros esperan tranquilamente mientras hablan entre sí.

—¿Hoy tienes la entrevista?

—Si. Julis me dijo que no era algo para preocuparme —trato de darle una cucharada a mi almuerzo—. Me preguntaba si más tarde puedes ayudarme a maquillarme.

—Si, porque dejarte ir con esa cara de derrota, un súper no —Suelto una suave risa—. Kania, si no se murió nadie, sonríe mujer con ganas. ¡Eres la loca de esta relación! —nos señala, ofendida.

—Claro que no —replico—. Soy la seria.

—Ya quisiera tu —pone los ojos en blanco—. No, pero en serio, no tiene nada de malo no utilizar maquillaje, pero si yo fuera quien te va a contratar pensaría en si de verdad la voy a contratar o si contrato un terapeuta para que te ayude —se burla.

—Vale, lo pillo, estoy falta.

—Mira el lado bueno, por genes eres preciosa.

—Deja de indirectamente decirme que mi padre está guapo —arrugo la boca, provocando que ella se ría sonoramente haciendo que algunos posen sus ojos en ella.

—Que tu papá sea lo que yo aspiro a tener como sugar daddy no es mi culpa. Tu mamá es afortunada de lo que se come —se muerde el labio, y tomo el pan duro que tengo en la bandeja y se lo tiro alarmada.

—¡Es mi papá! —chillo, exaltada. La morena sigue riendo, lo que hace que yo también lo haga.

Conozco a Thalia desde hace dos años, cuando empecé la universidad a estudiar ciencias de la comunicación. Ella se especializa en Marketing, pero recuerdo que el primer día ambas estábamos perdidas y empezamos a caminar buscando nuestros salones. Cabe destacar, que no llegamos a la primera hora, lo que hizo que los maestros no nos tuvieran como unas estudiantes muy responsables.




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