Leila Johnson
Me hallaba sentada, preparándome para el día siguiente, cuando Jason entró. Su presencia era distante, apenas se cruzaban nuestras miradas. Me informó que todo estaba listo para el día siguiente, pero su tono de voz era apagado, apenas podía escucharlo. A pesar del tumulto de emociones, me aferraba a un leve alivio por tenerlo cerca. Aun en medio de la devastación, le aseguré que juntos enfrentaríamos esta inimaginable pérdida.
Salimos tomados de la mano, él mostraba cierto nerviosismo evidente. Caminamos hacia el hospital, pero al llegar a la puerta, afuera del edificio, la noche nos envolvía en una oscuridad que parecía reflejar mi propio interior. En ese instante, nuestros ojos se encontraron. En su mirada, un gesto negativo se apoderó de su rostro. Lentamente, soltó mi mano y pronunció palabras que resonaron como un triste adiós.
—Lo siento, no estoy listo para esto —mis ojos nublados por el llanto vieron como se fue el hombre que amaba, tal como estrella fugaz.
Fueron las palabras que dejaron escapar sus labios antes de girarse y desaparecer en la noche. Me dejó paralizada, sola, con un nudo en la garganta y el corazón hecho pedazos. Luego, su mensaje frío y desapegado en mi teléfono anunciaba su partida, que alguien recogería sus cosas y me deseaba una buena vida. Solo me dejo la sombra cruel de su adiós infinito.
Recuerdo, solo su recuerdo quedó, ya mi amor por él se apagó, comprendí, no me amaba lo suficiente para enfrentar juntos nuestra más gente perdida.
Caminaba por las calles, observando cómo la Navidad había transformado el entorno. Las decoraciones brillaban en cada esquina, las tiendas rebosaban de coloridos adornos y la gente, con sus regalos en mano, irradiaba alegría. Algunos niños corrían emocionados, otros jugaban alrededor de árboles adornados, y varios adultos contribuían a la atmósfera festiva. Por primera vez en dos años, admiré los adornos coloridos con detenimiento.
A pesar de estar rodeada de esa efervescencia navideña, mi expresión permanecía estoica, manteniendo mi distancia emocional del bullicio que había evitado durante dos años. Sin embargo, algo me llevó a donar parte de mis propinas a un Santa que recaudaba fondos para llevar juguetes a orfanatos y hospitales. Tal vez fue la necesidad de conectar con la esencia de la temporada, o quizás, una vaga esperanza por encontrar un destello de alegría en medio de la oscuridad que me envolvía, saber dentro de mi conciencia, un niño va a rebosar de felicidad por mi aporte.
Llegué a la casa de Evan con una extraña mezcla de emociones. Dudé antes de tocar la puerta, pero al hacerlo, él abrió inmediatamente. Su rostro iluminado por una sonrisa genuina me tomó por sorpresa. Sin entender del todo por qué, me dejé llevar por un impulso y lo abracé. Sus brazos rodearon mi figura con calidez, ofreciéndome un refugio en medio del frenesí navideño que me había abrumado. Aspire su fresco aroma, una sensación encantadora me llena, al recibir a fondo la fragancia natural de su piel.
En silencio nos despegamos, quedamos a centímetros escasos uno del otro, admirándonos en silencio, uno perfecto, era como si el aire vibrará, ninguno se atrevía a decir con palabras, un vínculo poderoso que parecía detener el tiempo por un instante.
—Dijiste que te buscará si te necesitaba —relamí mis labios secos —. Te necesito, ¿me escucharías esta noche? —su respuesta fue un nuevo abrazo, beso mi cabello con cariño.
—Siempre estoy aquí para —tomo mi mano con delicadeza, me ayudo a sentarme en el mueble. Él asiente con la cabeza, en señal se podía empezar mi desahogo verbal.
Inhale despacio, con el intento de apaciguar el nudo de mi garganta.
—Estaba en la espera de un bebé. Mi embarazo llegó de manera inesperada, pero lejos de entristecerme, me sumergí en la dulce espera. Ser madre era uno de mis sueños más anhelados. Mi ex prometido irradiaba alegría ante la noticia, emocionado por convertirse en padre. No tardó ni un segundo en comenzar a planificar y buscar todo para el bebé.
Estábamos embarcados en una nueva etapa, sabiendo que no sería fácil, pero confiábamos en que valdría la pena por la preciosa recompensa al final. En aquel entonces, trabajaba como asistente en una modesta empresa. Mis colegas compartían mi felicidad y organizaron un baby shower, pero mi jefa, la única que mostraba incomodidad por mi embarazo, más que disminuir mi productividad, mostraba envidia, incapaz de concebir ella misma.
»Con la llegada de diciembre, su comportamiento hacia mí cambió. A pesar de su cambio de actitud hostil, tome su regalo de galletas de jengibre, lo tomé como un gesto genuino, sin saber que era una trampa. Aquellas galletas estaban impregnadas de veneno, un veneno que logró su cometido: adelantó mi parto. Pasé horas luchando para que mi hijo sobreviviera, suplicando que salvaran a él, no a mí. Pero lamentablemente, mi bebé no resistió y partió de este mundo.
»Y como si el dolor no fuese suficiente, la persona en quien confiaba para enfrentar esa tremenda pérdida me abandonó sin más. La responsable de la muerte de mi bebé también desapareció, evitando enfrentar las consecuencias de su cruel acto. Me sumí en la oscuridad, abandonándome a una penumbra que parecía eterna. Con todo lo sucedido, la idea de celebrar la Navidad se desvaneció por completo. ¿Para qué? Ya no quedaba motivo alguno para hacerlo, mi mundo se desmoronó por completo, arrebatándome todo sin piedad. A veces siento que estoy aquí, pero apenas viva en el sentido real de la palabra. Por eso no visito a mi familia en diciembre. Lo bonito murió ese 16 de este mes.
Todo lo relatado eran un torrente de emociones reprimidas que ahora fluían libremente. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos mientras revivía cada desgarrador momento, pero era como si, al compartirlo, un peso se aligerara de mi ser. Cada palabra se entrelazaba con el dolor, la pérdida y la lucha interna por encontrar algún sentido a tanto sufrimiento. Las palabras que salían de mi boca parecían arrastrar consigo una marea de emociones reprimidas que, en ese momento, encontraban una vía de escape. Cada relato era como abrir un grifo que dejaba salir un torrente de sentimientos que había contenido durante tanto tiempo. Las lágrimas, fieles compañeras en mi dolor, comenzaron a emerger, deslizándose por mis mejillas mientras mi corazón revivía cada uno de esos desgarradores momentos.
Sin embargo, había algo en compartir mi carga que parecía aligerar el peso que llevaba dentro. Cada palabra pronunciada, aunque sumergida en el dolor y la pérdida, se convirtió en un eslabón en mi lucha interna por encontrar un atisbo de sentido en tanto sufrimiento. Mis emociones se entrelazaban en una danza triste, pero liberadora, tejiendo un tapiz de dolor, entretejidos que se desplegaban en mi desahogo.
Evan no dijo nada Solo escuchó, cerró los ojos y bajó la cabeza, luego procedió a estirar sus brazos y me recostó en su pecho. Recorrió mi espalda con sus manos en un recorrido lento, yo no pude más y, expulse sollozos largos, pesados y ruidosos. Dolía, mi alma lloraba a la par conmigo.
—Leila, no estás sola en esto. A veces, la vida nos arrebata lo más preciado, pero lo importante es cómo decidimos seguir adelante. Tú eres fuerte, y aunque ahora parece que la oscuridad lo consume todo, encontrarás la luz de nuevo. Permítete sentir, permitirte sanar, y cuando estés lista, encontrarás un nuevo propósito en tu camino. Estoy aquí, siempre, para ayudarte —sus palabras fueron un bálsamo para mi alma dolorida.
—Acabaron con mi ilusión — declaré entre mi llanto ruidoso.
—Llora, hasta que no quede nada, ni una gota de tu dolor, adelante, deja salir todo, —apretuje con vigor a Evan.
—Me han dejado sin nada…
—Escúchame, pregúntale a tu corazón herido. Detén un momento y reflexiona sobre lo que tu hijo habría querido para ti en esta situación. Por favor, tienes que sanar, por ti, también por el recuerdo de tu hijo.
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Editado: 31.12.2023