Leila Johnson
Evan y yo emprendimos un viaje de regreso a nuestra ciudad natal. Durante el trayecto, reflexionaba sobre cómo mi supervisora me había concedido estos días, libre tras varias jornadas de trabajo arduo. Ella regresaría a Colorado a pasar las festividades con su familia. Estos últimos días junto a Evan habían sido reveladores; me sentí más liberada después de desahogarme con mi mejor amigo. En él encontré una comprensión genuina. Entre las confesiones, le compartí cómo había perdonado a Andrea, incluso lo que ocurrió en el cementerio, donde me sentí juzgada y tildada de loca. Mientras avanzábamos hacia nuestro destino, me sentía agradecida por poder abrirme y expresarme con honestidad a alguien que me comprendía tan profundamente.
Se había comportado de una manera maravillosa, él me esperaba mi salida de trabajo y me acompañaba hasta mi casa y algunas casas no me invitaba a la de él, a comer nueces mientras encendía su chimenea, o me invitaba a beber chocolate mientras me leía el libro de ¡Cómo el Grinch robó la Navidad! En verdad han sido días agradables donde ha evitado sobre pensar de más.
Arribamos a Paducah en el tiempo previsto. Mis piernas tembladas y sentía como una especie de comezón en mi estómago. Sé que mi familia no me echaría ni nada, pero venir a verlos justo en esta época tan difícil no estaba dentro de mis planes.
Evan apretó mi mano y me susurro: —Tranquila.
Entonces llegué y todo en mí atrajo una sensación acogedora al ver mi anterior hogar por fuera.
Me quedé sorprendida al ver la casa familiar decorada con todos esos adornos navideños, ya que mi mamá decía que yo era la líder navideña y sin mí las decoraciones las tenían el mismo entusiasmo. Como si el tiempo no hubiera pasado. Los colores vibrantes de la pintura recién, y los adornos clásicos, como las guirnaldas de hojas de acebo y las luces centelleantes en forma de estrella, adornaban cada rincón del exterior. Los mismos adornos que siempre habían estado ahí, los mismos que habíamos colocado juntos con mi familia años atrás.
Me quedé parada un momento, absorbida por la nostalgia, mientras esos sentimientos familiares y acogedores se apoderaban de mí. Las mismas sensaciones de la infancia me envolvieron, mezcladas con un toque de melancolía. Era asombroso ver cómo, a pesar de todos estos años, todo se mantenía igual, evocando recuerdos que creía enterrados en lo más profundo de mi ser. Era como si el espíritu navideño hubiera atrapado aquel tiempo en un frasco y lo hubiera mantenido allí, intacto.
Sonreír al ver a mi hermana salir con una caja, estaba igualita, se veía hermosa con sus vestidos largos floreados, y sus botas era un estilo propio de ella y le quedaba de lujo. Ella enfocó la vista en mí y soltó la caja, abrió sus labios y se tocó el pecho como si no pudiera creer lo que veía.
—¡Volvió, Leila! —corrió para llegar a mi encuentro, al abrazarnos nos tambaleamos un poco, pero mantuvimos el equilibrio —. ¡Hermanita, está aquí! —chillo feliz. Mi corazón se reconforta con la calidez de su abrazo. Cierro los ojos mientras la abrazo con fuerza, siento la emoción y la nostalgia colisionando en mi pecho. Ella siempre ha sido mi apoyo, la voz de la razón en medio del caos, y verla nuevamente frente a mí despierta un torbellino de sentimientos. A pesar del tiempo, parece que no ha cambiado, su esencia sigue siendo la misma.
No sabía que decir, mis brazos eran el lenguaje suficiente para expresar lo que mis labios no fluían.
—Lily… yo.
—Ey, no digas nada, estás aquí y eso es lo que importa, llegaste a tu hogar —rompió el contacto.
—¡Tíaaaa! —Lily se hizo un lado, me hinqué sin pensarlo para recibir a mi sobrina, Aspen. La cargue con entusiasmo, revestí de besos su mejilla. Mientras sostengo a mi pequeña sobrina en brazos, su risa inocente y su mirada curiosa iluminan mi mundo. En sus ojos encuentro la pureza y la esperanza que tanto he anhelado recuperar. En cada abrazo y risa, veo el regalo de la inocencia, un recordatorio dulce de lo hermoso que puede ser el mundo a través de los ojos de un niño.
—Mi rayito dorado, tía te extraño…
—¿Vas a quedarte? Dime que sí, por favor.
—Claro, mi rayito —aplaudió con gozo.
—Tía se queda, tía se queda, tía se queda —canturreo. Reí volviendo a besar su mejilla.
—Hola, Evan. ¿Vienes justo con Leila de Louisville?
—Claro, la traje de vuelta.
—Vamos adentro, los demás no lo van a creer —mi sobrina Aspen se bajo, tomo mi mano, me guio adentro hacia la puerta principal. Antes de entrar, respiro profundamente, algo nerviosa por volver a este lugar después de tanto tiempo. Mi sobrina empuja la puerta y entramos juntas.
En el vestíbulo, me encuentro con el familiar aroma a canela y pino. Todo parece diferente y, a la vez, igual que en mis recuerdos. A lo lejos, el resplandor del árbol navideño, blanco y azul, captura mi atención. Aquel árbol fue elegido por mí hace años, cuando quería cambiar un poco la tradición. Y ahí está, como lo recuerdo, con sus luces destellantes y adornos que brillan como estrellas.
Mi madre sale de la cocina y, al verme, su sorpresa es inmensa. Sus ojos se llenan de lágrimas de felicidad, y un cálido abrazo nos une.
—¡Leila, hija mía! —exclama con emoción.
Me siento inundada por una mezcla de nostalgia, alegría y cariño. Es un alivio ver que, a pesar del tiempo que he estado ausente, las cosas en casa siguen siendo las mismas. El abrazo de mi madre me reconforta y me hace sentir en casa de nuevo.
—Mamá, lo siento mucho yo…
—No termines esa oración, Leila Johnson, aquí lo importante es que mi hija está. ¡Justo en navidad!
Mamá vuelve a envolverme en sus brazos.
—Evan, mi muchacho, disculpa que no te salude… —la respuesta de mi amigo es abrazar a mama, y alzarla en el aíre para girarla, todo reímos —. Cuidado, muchacho —ella le da un golpe cariñoso.
—Él trajo de regreso a mi hermana.
—¿Sabes cuanto te quiero?, mi pobre corazón gritaba que volvería, una de las vidas de esta casa, ya no era lo mismo sin mi Leila —los ojos de mi progenitora muestra mucha gratitud a Evan, sin dudarlo, es ella que comienza un apretujarlo con cariño.
—Cuñada, ¿eres tú o tú, fantasma de las navidades pasadas? —blanqueo mis ojos.
—No es mi recuerdo, Oslen —digo con sarcasmo. De acuerdo, eso se ha sentido bien, volver a bromear.
—Deja de molesta a Leila —pide mi hermana, su esposa. Deja un beso en los labios de Licy.
Su saludo es revolver mi cabello.
—Oye —me quejo risueña. Es su forma de saludarme, ya que a mi cuñado no es de las personas de ir dando muestras de abrazos a nadie.
Una pequeña presencia con cara dubitativa camina a mí. Mi sobrino, Mike, todo hacen silencio, yo me arrodillo. Dejo que sus mamitas palpen mi rostro. No lo toco, tiene hipersensibilidad debido a su autismo. Sus manos andan toda mi cara.
—Tía, Leila, volviste —dice con timidez.
—Mi MK, acá está tu tía, no sé irá.
—¿Jugarás conmigo? Tengo una nieve falsa para estrenar contigo —asiento con rapidez.
—Todo lo que tú quieras —envuelve sus bracitos en mi cuello, una lágrima se desliza despacio por mi mejilla. Mi sobrino me ama mucho, ya que a todo el mundo no lo toca. Alzó la vista y todos miran enternecidos la escena. Yo me dejo llevar por el tacto genuino de mi pequeño.
Es hermoso regresar el que siempre fue mi hogar.
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Editado: 31.12.2023