Leila Johnson
Ha sido un viaje largo y desafiante, uno que me ha llevado de regreso a la luz después de haberme sumido en la oscuridad tras la pérdida de mi hijo. He caminado despacio, asistiendo a terapia y reconstruyendo poco a poco mi vida. He dejado atrás ese bosque denso en el que me encontraba desde su partida, aunque aún lo visito, dejando flores y compartiendo silencios con su tumba.
Después de muchos meses de terapia, de lágrimas derramadas en cada sesión y de abrir mi corazón ante mis terapeutas, puedo decir que el proceso ha sido como encontrar un camino en medio de la oscuridad. Mis terapeutas han sido mi guía, brindándome paciencia infinita mientras aprendía a lidiar con el abrumador dolor de la pérdida de mi hijo. A través de sus consejos, reflexiones y la comprensión que me han ofrecido, he aprendido a vivir con este dolor, a abrazarlo como parte de mí, a entender que no se trata de olvidar, sino de recordar de una manera diferente. He descubierto que el perdón no es solo para los demás, sino también para mí misma. He perdonado a aquellos que necesitaban ser perdonados, liberando un peso que llevaba por mucho tiempo.
La terapia ha sido muy reconfortante, ha sacado mucho de mí, me ha enseñado cosas que no sabía de mí. Algunas cosas que tenía de mi bebé que había comprado las done. Solo conservé su mantita.
Dejé mi antiguo empleo y me mudé a Paducah. Ahora estoy en proceso de estudio una licenciatura en pedagógica.
Un día tranquilo en casa, mientras reposo, el llanto de un bebé me saca de mis pensamientos. Me levanto rápidamente y cargo a uno de mis gemelos, mientras la otra descansa serena en su cuna. Entra Evan, y con preocupación me pregunta qué sucede.
—¿Qué sucede, mi amor? — indaga Evan.
Con una sonrisa tranquila, respondo: —Nuestro hijo estaba inquieto, nada de qué preocuparse —A pesar de la paz que he encontrado tras años de duelo, la presencia de mis hijos, esta nueva luz en mi vida, sigue siendo un recordatorio constante de la belleza que aún hay en el mundo, devolviéndome la esperanza y la plenitud que alguna vez pensé perdidas.
—Ángela es tranquila, Ángelo el nervioso creo que en eso se parece a ti —empiezo a reír, pero la cesa cuando ve mi mirada asesina, aunque luego me relajo y río también.
—Creo que tienes algo de razón. ¿Está todo listo para irnos? —es navidad, es hora de ir a donde mi familia, siempre estoy pendiente de mi mamá y visitándola, aunque estamos en la misma ciudad, estamos a una distancia considerable.
Evan carga a nuestra hija, me acerco a dejar un beso en su frente. Momento que aprovecha a Evan para robarme un beso a mí. Recargo mi frente con la suya, encuentran suavemente en un gesto de conexión íntima. Cerramos los ojos, sumergiéndonos en el momento mágico de estar juntos y rodeados de la dicha de la familia.
—Te amo, Leila —susurra con intensidad.
—También, te amo, gracias por aparecer esa mañana.
El sonido de la puerta nos saca de nuestra paz momentánea. Le digo a Evan que vaya a abrir y con cuidado le entrego a nuestro hijo, varón, a sus brazos. Le aseguro que iré en un momento, dejo un pequeño beso en mis labios antes de retirarse.
Camino a nuestra habitación que no queda lejos de la de nuestros hijos me encierro. Tomo mi libreta de hojas blancas y una pluma, procedo a mi escrito.
Mi hermoso, Ángel, cada día que pasa, llevas tu luz en cada pensamiento, en cada latido de mi corazón. Aunque ya no estés aquí físicamente, tu amor y tu presencia siguen llenando cada rincón de mi ser. Te extraño cada segundo, pero tu recuerdo se convierte en el faro que me guía, en el motor que me impulsa a seguir adelante.
Te imagino sonriendo desde algún lugar entre las estrellas, iluminando el cielo con tu inocencia y amor puro. Siempre serás mi rayo de sol en los días más oscuros y mi paz en las noches más largas. Cada latido de este corazón late por ti, mi dulce ángel.
Con amor eterno, Mamá.
Doblo el papel con cuidado, deslizándolo dentro del bote junto a las otras notas escritas a lo largo del tiempo. Cierro los ojos por un momento, dejando que las lágrimas seguir su curso. Respiro hondo y me la limpio despacio. Salgo y contemplo mi árbol navideño de fotos de mis hijos, mi esposo y mi familia. Sonrío, desde de todo se puede salir de la oscuridad.
Encuentro con un dulce grupo de niñas vestidas como ángeles, entonando un villancico con voces inocentes y melodiosas. Siento una oleada de emoción y ternura que me envuelve al instante. Tomo a uno de mis hijos en brazos y entrelazo mis dedos con los de Evan, compartiendo un momento de conexión y calma mientras observamos a las niñas cantar con alegría. Sus voces llenan el aire con "Feliz Navidad", y es como si un halo de paz se posara sobre nosotros. Siento un nudo en la garganta, emocionada por la belleza y la pureza del momento, y agradecida por tener a mi familia junto a mí en este instante de felicidad y serenidad.
La Navidad, para mí, ha sido siempre una época de contrastes, una mezcla de alegría y nostalgia, de luz y sombras. Pero con el tiempo he aprendido que es más que eso; es un tiempo de sanación, de reconexión y de amor. Es como si esta festividad actuara como un bálsamo para el alma, una oportunidad para curar heridas, para abrazar a nuestros seres queridos y para recordar la importancia de la compasión y la generosidad. Es un recordatorio de que, a pesar de los desafíos, siempre hay luz al final del túnel, siempre hay espacio para la paz y la curación en medio del caos.
Yo Leila Johnson en Navidad pude sanar, perdonar. Es un tiempo de regocijo y reflexión, de abrazar la esperanza y de recordar que, incluso en los momentos más oscuros, la luz siempre encuentra su camino de regreso a nosotros.
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Editado: 31.12.2023