Es una apuesta

En silencio y sin cruzar una palabra

Hay veces en las que estamos tan confundidos que, irónicamente, solo podemos buscar consuelo con aquella persona que no tiene el poder de lastimarnos. 
Esa que no es parte de nuestra familia, no presume de ser nuestra amiga, y prácticamente ni siquiera conocida. Aquella con la cual no compartimos una historia, un sentimiento o alguna atadura. Ni decepciones y tampoco resentimientos, porque sin cariño o la esperanza del mismo, éstos no existen. 
Una persona a la que no le hemos dado nuestros secretos, ni hemos recibido los suyos. 
Alguien de quien seguramente podríamos prescindir, porque al final todo aquello que aceptamos para nosotros gira en torno al aprecio y la resignación ante los riesgos que éste conlleva. 
Alguna rara excepción que quizá ni siquiera debería estar en nuestras vidas.

Pero está.

(...)

No alcanzo a ver si tiene la luz prendida a través de la rendija. El pasillo está muy iluminado y aquello me impide notar la luminosidad del cuarto.

No sería raro que hubiera salido a hacer todo lo que tenía planeado. No parece de las personas cuyos planes se ven arruinados por la falta de compañía.

Recorro el marco de la puerta con la mirada de un modo un tanto obsesivo. Comienzo a ir de una esquina a otra, de arriba a abajo y luego cruzar de derecha a izquierda. 
Quizá estoy esperando que mi malestar se vaya.

Todavía tengo un nudo en la garganta por la falta de compañía que he construido yo misma.

Sí, yo misma. No mis papás, ni mis amigos, ni mis inseguridades. 
Claro que todo tiene una razón, y, aunque ellos y todo junto lo sean, yo soy la única culpable. 
Todo por querer complacerlos. Por no salir, por siempre haber creído que era necesario demostrar que era responsable, y por no haber creado más vínculos que suplieran el momento en el que algo saliera mal con mis papás.

Y no estoy hablando de suplir su ausencia con él. Ni crear los vínculos con él. 
Estoy hablando de aprovechar que hay alguien aquí que no me va a querer hacer llorar. 

Pero tampoco quiero tocar la puerta. Solo quiero saber si está y ya.

No quiero estar sola, y él... existe.

Con mucha despreocupación simplemente giro la perilla de la habitación aguantándome el nudo en la garganta.

No suelo ser así de descarada, pero necesito sentirme menos ignorada, y, quiera o no, Alex me presta atención y lo hará hasta que acabe la apuesta. Hay que admitirlo.

Me golpeo internamente por estar aprovechando a alguien para sentirme menos mal conmigo misma, pero vamos, él está haciendo lo mismo.

La puerta rechina al abrirse y tardo en entender que es un poco sorpresivo que no haya estado el seguro puesto. Y que la luz esté prendida.

Pero no me siento mal por haber invadido su privacidad.

Cruzo el umbral y piso la alfombra del cuarto. Entonces levanto mi vista para buscarlo. 
Está acostado en la cama, con la lámpara de la mesita de noche encendida. Rápidamente levanta la mirada del libro que estaba leyendo y la dirige hacia mí. Trae puesta una simple camiseta blanca y unos pants grises.

La habitación es igual a la mía pero totalmente al revés. En ésta colocaron el baño al fondo, en vez de en la entrada, y la cama está en la centro pegada a la pared contraria, con la tele del lado de la puerta. La mía tiene dos camas y ésta solo una.

Y él me está mirando fijamente mientras yo trato de analizar el cuarto, frotándome el brazo en señal de nerviosismo.

—¿Estás bien? —Se incorpora en la cama después de cerrar el libro y hacerlo a un lado.

Yo no me molesto en contestarle. No vengo aquí a hablar ni darle a otra persona la posibilidad de decepcionarme. 
Solamente me aproximo a él e intento concentrarme en algo que no sea el vacío que siento.

Doy pasos cortos hasta el borde de la cama y Alex entrecierra los ojos como buscando enfocarme. O comprenderme.

Se sienta un poco más e inclina su torso hacia mí en la espera de respuestas, pero respeta mi silencio.

A continuación doblo mi rodilla sobre el colchón de la cama mirando el edredón blanco.

—Alana, ¿qué pasa? —Sé que lo está viendo en mi rostro, porque algo está buscando. Sabe que estoy hecha pedazos y no me molesto en ocultarlo.

También sabe que sería el momento perfecto para que todo lo que lleva imaginando por tanto tiempo se haga realidad.

Vamos, estoy triste, vulnerable, confundida... Y vine a verlo ¿De qué otro modo lo va a lograr si no ahorita?

Sé que me intentará consolar con unas tiernas palabras, y cuando esté más tranquila aprovechará para hacer su jugada.

Lo curioso es que eso yo lo sabía desde que salí de mi habitación.  Y esta vez no tenía ganas de evitarlo.

Pero no porque esté tan deshecha, sino porque tengo aquel extraño sentimiento de... ¿vengarme de mis papás? 
Sé que mi madre no estaría tan tranquila de dejarme sola si supiera que estoy en este momento con un chico. O eso es lo que espero. 
¿Es justo esto por lo que los adolescentes se vuelven tan rebeldes y hacen locuras?

Él sigue buscando mi mirada pero yo simplemente apoyo mi otra rodilla en el colchón y me arrastro a la cabecera hasta quedar a su lado izquierdo, muy cerca de su torso.

Mi cabeza mira hacia abajo y tan solo me quedo de rodillas sobre la cama. 
Voy a aceptar sus palabras, y su consuelo. Pues aunque solo sea por un reto, él me está dedicando toda su atención y eso nadie puede negar que se siente bien.

Pero ahora soy yo la que está aprovechando la situación también, ya que las ganas de hacer algo que volvería loca a mi mamá me están invadiendo.

Por fin volteo a ver a Alex, pues ya esperé demasiado para que lleguen sus palabras pretenciosamente alentadoras. 
En sus ojos hay algo que no logro descifrar. Sus cejas están ligeramente fruncidas y el brazo lo tiene estirado a su costado, muy cerca de mis rodillas. 
Me está mirando fijamente pero no parece querer decir nada. ¿Por qué sigue esperando? 
Ambos sabemos a lo que vine... ¿Qué también se va a ofender si solo lo estoy haciendo por la tristeza?



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En el texto hay: apuesta, amor, chicomalo

Editado: 29.07.2019

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