Lily

III

La jovencita, entusiasmada, lleva a su compañera al departamento donde vive con su madre.

• ¡Quiero que lo veas! ¡Quiero que lo veas!
• ¡Está bien! ¿Qué es?
• Mi ajuar de bodas.
• ¿Ya lo tenés?
• ¡Claro!

Suben corriendo y entran en las habitaciones de Lily.

Arroja al piso el maletín de la escuela y lo mismo hace su amiga.

Lily abre el placar y saca de allí dos hermosas cajas. Abre la primera y extrae unas prendas: un camisón largo, apenas escotado con breves mangas y un delicado conjunto de ropa interior. Todo confeccionado en satén blanco, con finos bordados y terminaciones de puntilla Guipur.[1]

Su amiga lanzó una exclamación de admiración ante tanta delicadeza.

• ¡Qué hermoso!
• Me lo regaló mi mamá para esa noche, pero ¿cómo se le ocurre que voy a usar semejante sosería?
• ¿Por qué no? - exclamó su amiga mientras acariciaba la exquisita lencería.

Con aire de misterio Lily le contestó:

• ¿Querés saber qué puede hacer que un hombre se vuelva loco?
• ¿Qué?
• Ahora vas a ver.

Desapareció en el baño de su habitación con la otra caja. Al cabo de un rato se mostró con un minúsculo conjunto de bikini apenas cubierto por un baby doll transparente, también verde esmeralda, bordeado con elegantes terminaciones al tono.

Su amiga quedó muda por la sorpresa y la admiración. Lily se veía ¡tan audaz!, ¡tan provocativa!, ¡tan sexy!, ¡tan hermosa!

• Pero ¿por qué, por qué querés volver loco a Miguel en la noche de bodas? Él te ama con devoción, es tierno, es un caballero...
• Por eso mismo Celia, necesito que se vuelva loco para que no se dé cuenta.
• ¿Qué no se dé cuenta de qué?
• Que él no será mi primer hombre.

Celia miró interrogativamente a una Lily, de pronto pensativa, sentada al borde de su coqueta cama, vistiendo todavía el insinuante conjunto.

Volvió al baño y pasados unos minutos regresó con su uniforme escolar.

Celia continuaba mirándola sin decir palabra.

Lily, en silencio, comenzó a guardar ambos ajuares en sus respectivas cajas.

Luego se sentó en un puf junto al que ocupaba su amiga. Tomándola de las manos, buscó su mirada y comenzó a hablar.

• Celia, yo no amo a Miguel. Lo quiero mucho. Es muy buena persona. El mejor de los hombres. Pero... no lo amo.
• ¡Pero te vas a casar con él!
• Sí, tengo que casarme con él. Mi mamá quiere que lo haga porque económicamente voy a quedar asegurada para siempre y también los hijos que tengamos. Él se quiere casar conmigo. Y el hombre al que realmente amo, no se quiere casar.

Estrechando más sus manos, en un gesto de acercamiento, Celia le dice con un tono desconsolado:

• Lily, ¡por Dios!
• Nos gustamos mucho. Cuando mi mamá viajó a Estados Unidos, pasamos juntos más de una semana en el piso que sus padres tienen en el centro. Te juro que jamás me olvidaré todo lo que vivimos. ¡Los dos somos tan ardientes, tan impetuosos! Imposible que Miguel sea capaz de tanta pasión. ¡Estoy enamorada, tan enamorada!
• ¿No hay posibilidad de que pudiesen concretarlo en un futuro?
• No Celia. Ya lo hemos hablado. El matrimonio no está en sus planes.
• ¡Lily, Lily! ¿Qué vas a hacer?
• Ya te lo dije. Está decidido. Me caso con Miguel.
• ¿No te vas a arrepentir?
• No. Vos me conocés.

Celia recuerda casi al detalle aquella reunión. A pesar del tiempo transcurrido, jamás pudo olvidar ese encuentro. Su relación nunca volvió a ser tan cercana, tan sincera, tan al desnudo. Siempre guardó hacia su amiga una gran admiración por su coraje, por su capacidad para asumir las consecuencias de sus decisiones. 

Hacía poco se habían cumplido cuarenta años del matrimonio de Lily y lo habían celebrado con una hermosa reunión: familiares, amigos, los hijos y los nietos.

Todos esos recuerdos habían ocupado su atención, cuando unos minutos atrás le avisaron que su amiga de toda la vida había sido asesinada por un desconocido, al descender del auto frente a su casa.

[1]guipur. (Del fr. guipure). 1. m. Tejido de encaje de malla gruesa.