Escalera al cielo

Capítulo VII

Aprendió tanto de sus errores que cuando tropezaba, en lugar de caer volaba.

 

Álex Rovira

 

Querido Alex

Espero que esta carta te haya encontrado con buena salud, tienes hábitos bastantes peculiares, por favor cuídate.

El motivo de esta carta es para presentarte a la Amambay, a esa parte de mí que no conociste y aquí empezamos.

Todos los seres humanos hemos vivido una historia de amor o por lo menos los creamos en nuestras mentes pero, esta historia de amor fue real, tan real como el viento que respiras y tan fugaz como los amores de veranos, fugaces pero intensos.
Hace aproximadamente 30 años atrás en el corazón de América del Sur existieron dos jóvenes que poseían o mejor dicho no poseían la más mínima posibilidad de encontrarse ya que vivían prácticamente en lados opuestos del país. Pero sentían una fascinación por las cordilleras del Amambay, aquella cordillera les inspiraba paz, admiración y por sobre todo aventura. Así que decidieron emprender el camino hacia ella, el lugar prometido, su meca.
No puedo confirmarte si fue amor a primera vista o el destino pero se toparon cara a cara y a un lado su cordillera, los días pasaron llenos de aventuras descubrieron que tenían muchas cosas en común, intercambiaban miradas tan profundas que las palabras estaban de más, sin embargo, sabían que no duraría para siempre, tarde o temprano tendrían que volver a la realidad, a esa realidad en la que no estaban juntos.
Un mundo sin Internet, sin redes sociales y sin teléfonos, ¿Cómo podría sobrevivir ese amor? les afligía el solo pensar que su amor moría así, pero como un mesías prometido llegaron las cartas al rescate. Un amor que sobrevivía con cartas, una carta al mes era más que suficiente y un encuentro al año era la dicha más intensa que sus corazones podían soportar. Al cabo de cinco años sellaron su amor en el sagrado matrimonio pero, la dicha siguió creciendo con la llegada de su primogénita y decidieron llamarla como el lugar que los unió Amambay, Almendra Amambay, ya que ambos adoraban también las almendras.
Pero como en la vida no todo es color de rosa 12 años después del nacimiento de su hija, los amantes fallecieron en un accidente automovilístico y dejaron sola a la pequeña cordillera.
Y así me quedé completamente sola, solo conocí a mi abuela paterna que me miraba con despreció y miedo, creo que me culpaba por la muerte de mi padre y mis tíos, pues a ellos nunca les interesé, estaba sola apenas tenía 12 años, en aquella época llegué a experimentar el dolor más grande que una niña puede vivir, la muerte de mis padres y el rechazo de los míos.

Recuerdo que un día ya no lo pude soportar y tome una caja plateada, que había contenido el último regalo de navidad y encerré allí todos mis sentimientos, nunca más nadie me haría llorar. Al cumplir 13 años, fui a vivir a los EEUU con mi tía Tamina, ya tuviste la gracia de conocerla, y con mi prima Yeruti.

Mi tía trabajaba todo el día, y a dos adolescentes no se les puede ocurrir hacer nada bueno, en la preparatoria fuimos de las chicas populares pero de esas perras desalmadas y por las noches era un desmadre total, alcohol, drogas, sexo y carreras de motocicletas.
Sé que estás pensando, ¿alcohol, drogas y sexo? si, eran el pan de cada día, un pan al cual jamás dí un mordisco , no me interesaba suicidarme con alcohol y drogas, en cuanto al sexo, no me despertaba ningún interés ir revolcándome con cualquiera pero las carreras de motocicletas eran mi pasión.

Hasta tenía una pareja de carreras Jeff Wayne, un adicto a la velocidad, las adicciones jamás son buenas, su adicción le costó la vida. Recuerdo haber sostenido su mano mientras daba su último suspiro, me miró fijamente a los ojos y me dijo: Joder Amambay, no mal gastes tu vida así, vive una buena vida, hazlo por los dos. Y sus ojos se apagaron, la muerte se lo había llevado.

Dos meses después, buscando alejarnos de los problemas nos trasladamos a Madrid pero Yeruti no había aprendido la lección, seguía el mismo camino y también se encontró con la muerte, su madre, mi tía Tamina quedó destrozada desde ese día no ha sido la misma. Y en cuanto a mí, me refugiaba en los libros buscaba sentimientos o algo que sentir, porque no era capaz de sentir nada solo un enorme hueco en el pecho.
Y así fue como llegué al club de los poetas muertos, originalmente el club fue un grupo de ayuda para aquellos que habíamos perdido a seres queridos, poco o poco fueron introduciéndose las lecturas y finalmente la escritura. Al escribir nos sentíamos un poco más vivos, podíamos olvidar lo mierda que eran nuestras vivas, podíamos imaginar la vida que anhelábamos tener.

Jamás olvidaré el día en que llegaste a la biblioteca, tu expresión de circunstancia y sin vergüenza me mirabas fijamente, me sentí como Hazel Grace siendo acosada por un bello chico, lástima que no estuviéramos en el corazón literal de Jesús. De alguna forma u otra supe que serías como un huracán que con su paso lo destrozarías todo pero que te quedarías para levantar cada cimiento y eso hiciste, me ayudaste a salir de mis ruinas.
Recuerdas el primer cuadro que me enseñaste, era el de una niña muy bonita, pues en el mi querido Augustus se encuentra la tercera carta, en el ya apareces tú en todas las escenas.



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En el texto hay: resiliencia, amor dolor y muerte

Editado: 25.08.2018

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