–¿Y los otros tacones?– pregunta mi madre cuando subo al auto.
–Estaban dañados.– miento.
No quería llevar esos y opte por unos negros y sin nada extravagante. Ella no sabe lo que tengo planeado para quitarme esta falda y escapar de la reunión con el alcalde.
···
–Bienvenidos. Es un gusto tenerles aquí.– nos recibe el alcalde con dos besos en la mejillas. Besos de hipocresía. afirmo en mi mente. Sólo ciertas personas lo hacen por cultura. Los de estatus altos en su mayoría lo hace de forma hipócrita.
–Siéntanse cómodos.– nos dice Christian apareciendo de una puerta amplia.
Él fija sus ojos en mí, me repasa detalladamente y luego me sonríe. Yo respondo la sonrisa y si no fuera por el maquillaje en mi rostro hubiera notado el color en mis mejillas.
Pasamos al salón grande y nos sirven unas tazas de té. Algo de lo que ya tenía conocimiento, por las dos visitas anteriores, por cosas de “negocios”, según dicen ellos.
Me dan la taza de té y agradezco en nombre de toda mi familia, porque ellos solo agarran y nunca agradecen. La trabajadora me ofrece una sonrisa amable.
Adiós a esta falda. Pienso y simulo que con la cucharita le pego a la taza y esta cae sobre mi falda derramando el contenido, solo que no pude evitar que la taza y el platillo caerán y se quebrarán. Eso hace más creíble el “accidente”.
–Disculpé, no era mi intención…–
–¡Madisson! ¡Eres tan majadera!– grita mi padre enfurecido.
–No hay problema.– menciona Christian con voz suave. –Tienes que limpiarte, ven te mostraré el baño.– dice levantándose y ofreciéndome su mano para que yo la tome.
Ese gesto tan gentil y atento no lo esperaba, todos están en silencio, de reojo veo la cara de sorpresa de mi madre y la cara de odio que me dirige mi hermana. Las ignoro y acepto la mano de Christian.
–Eres buena fingiendo accidentes.– menciona Christian cuando ya hemos abandonado el salón grande.