Narra Diana
A veces, al observar a las mariposas, me pregunto si están contentas con su nueva forma. Si son más felices o echan de menos ser orugas. Quisiera saber si les ha dolido el cambio. Si les escuecen aún sus pequeños cuerpos ahora con grandes alas. Quizás a ellas ya no les cosquillee la piel ni les produzca dolor. La metamorfosis en ellas parece liviana y hermosa, como un cuento de magia donde la luna llena las ha transformado y les ha dado alas.
Cuando yo cambio... cuando me transformo... a mí sí que me duele. Mi poder, que ahora sé controlar, tiene sus ventajas y sus desventajas. Aún evoco a veces la primera vez que la bestia se hizo cargo de mi cuerpo y mi propia metamorfosis surgió. En realidad, son solo recuerdos borrosos que se han quedado enredados entre las memorias del ayer. Pero sé que dolió muchísimo. Física y mentalmente.
Sin querer, traigo esa escena que tanto escuece a mi mente. Me visualizo a mí misma, encerrada en una jaula por una broma de mal gusto. Mis compañeros de clase a mi alrededor, riéndose. Tirándome comida. Humillándome. Grabándome con sus móviles. Reduciéndome a una silueta temblorosa que quería desvanecerse para dejar de sufrir. Cuando me vi la ropa, manchada de comida de gato o de perro, las piernas y los brazos temblorosas, y las mejillas húmedas, la máscara cayó por fin. Ellos seguían riéndose, insultándome, ensuciándome. Me robaron mi orgullo y se lo quedaron para romperlo en mil pedazos. Y sentí ira. Sentí rabia, dolor, odio. Mucho odio. Y quise provocarles el doble de daño que me estaban haciendo a mí.
Y la bestia, cansada de dormir y sintiéndose en peligro, despertó por primera vez. Se hizo con el control de mi mente, y mi parte racional se escondió porque estaba rota. Mis colmillos crecieron. Mis ojos se volvieron felinos y relucieron con un brillo dorado y sanguinario. Mis manos se convirtieron en garras con afiladas uñas. Mi cuerpo cambiaba, estirando mi piel y retorciéndome. No me di cuenta, pues cuando mi madre me rescató, después de herir a varias personas, caí dormida y mis recuerdos se dispersaron. Cuando desperté aquella vez, en el sofá de mi casa, tenía sangre entre las uñas. Mía y de otras personas. Me dolían los dedos, las encías y la mandíbula, como si hubiera comido piedras. Todo el cuerpo me escocía y la cabeza medaba vueltas como si hubiese estado en el corazón de un tornado. La escena que monté acabó en Internet y fue así como observé mi primera metamorfosis, que aún sigue clavada fuertemente en mi ser. En ese entonces tuve terror de mí misma... De la bestia que no sabía que dormía en mí. Me odié y me desprecié, pues eso era lo que me habían enseñado todos los que me hicieron daño. Hui, no sé si delos demás o de mí misma.
Pero eso ya forma parte de una historia lejana que seguro que se mantendrá en el tiempo. Los años se han encargado de quemar aquel terror hacia mí misma. Hoy la bestia y yo somos una y me puedo transformar cuando quiera, llamándola cuando la necesite. Ella me respeta y yo la respeto a ella, y nos ayudamos mutuamente. Aún me sigue doliendo cuando mi cuerpo cambia, pero es un dolor que se ha vuelto muy conocido para mí y que he aprendido a soportar hasta tal punto que ya no lo sufro tanto. Es solo un escozor y un dolor punzante que suele desaparecer al rato.
Observo mi reflejo en el agua y casi me parece ver el brillo del animal que se enreda en mi alma, que quiere verse reflejado también. Sonrío.
¿Habría sido diferente si no tuviera este poder? ¿Cómo sería mi vida sin él? Después de todo, mi metamorfosis también trajo consigo un crecimiento personal del que no fui consciente. De ser aquella chiquilla callada que dejaba que sus compañeros se metiesen con ella, ignorándolos como si no existiesen, pasé a ser la mujer que soy hoy. Una joven que ya no se teme ni a sí misma ni a nadie. Que no deja que nadie la humille y que se valora lo suficiente como para levantarse con la cabeza en alto si llega a caer. Soy más fuerte y segura.
Hoy, aquella chica cansada del mundo que quería escapar y que tenía demasiado miedo, es tan solo una sombra del ayer que solo reaparece en ciertos recuerdos. Hoy, estoy orgullosa de mi metamorfosis. De mi don. Del animal que hay en mí. De la persona que soy hoy, la que se lanzó a una aventura y buscó su propia felicidad.
Una mariposa se posa en mi mano, y parece decirme que mire lo hermosa que es ahora. Se me escapa una risa, y analizo los patrones tan bellos que hay dibujados en sus alas. Quizá ellas, después de todo, están felices por ser como son ahora. Su metamorfosis les ha dado unas alas con las que son la envidia de otros insectos. Pero sobre todo, pueden volar a donde quieran, siendo libres y ligeras. Ya no están atadas a nada y pueden marchar con el propio viento...
Quizá yo soy como ellas. Estoy contenta por mi transformación, por ser como soy, por todo lo que he aprendido. Por tener este maravilloso poder aunque el cuerpo me duela cuando lo uso. Sé que también todo ello me ha dado alas... Ya me las dio cuando hui de mi reino, hace ya tantísimos años. Volé hacia un nuevo mundo donde conocí todo lo que hoy es imprescindible en mi vida. Las personas, los verdes paisajes, la aldea en la que vivo. El aroma a bosque y el del mar que a veces llega enredado en las brisas. Mis amigos y nuestros ratos juntos.
Hoy soy libre.
Cuando la mariposa echa a volar y se pierde entre las flores, yo doy gracias por haber tenido mi propia metamorfosis.