Escritober (reto de octubre)

Día 23: Sangre

Narra Dorian

 

El color escarlata empieza a cubrirlo todo. Las paredes. La ropa. Los objetos. Hasta el propio aire parece impregnado de sangre, lo que me provoca arcadas. Inunda el suelo y parece expandirse cada vez más para bañar cada recoveco. El olor a metal inunda mis fosas nasales y en él parece enredado el hedor a muerte y a sueños rotos. A desolación y a temor. En medio está él, con sus ojos rojos que me observan y su piel grisácea manchada de carmesí. A mi alrededor mis amigos, que yacen en el suelo también cubiertos de aquel color. No se mueven. Parecen estar congelados y tengo miedo de mirar sus rostros por si veo en ellos la mirada vacía y fría del que ya no está. Tiemblo y me abrazo, pues un punzante frío me muerde y me despelleja la piel. Es el terror. Es la fobia. Es la pesadilla. Es el trauma. Llamo a mis amigos, pero por respuesta solo escucho un silencio que es roto por una enfermiza risa. Es la de Shadow que ríe y me mira. Su mirada se me hace de otro mundo, de otra realidad muy lejana. Es una mirada psicópata que parece romperme en dos, que parece atravesarme y arrancarme sin permiso mis pensamientos y mi miedo. Su risa es cada vez más alta a medida que la sangre avanza hasta tocar las puntas de mis pies. Empieza a a tragarse a mis amigos, que ni siquiera reaccionan. No, ellos ya no están. Parecen cáscaras vacías. Intento llegar hasta ellos pero se hunden en su propia sangre. Escucho sollozos que no sé de dónde vienen. Escucho risas lejanas. Escucho la voz de mis amigos que me dicen que huya.

Pero estoy congelado en el sitio, como si mis pies estuviesen clavados en el suelo con dos enormes clavos. Y solo puedo mirar los cuerpos de mis amigos. El hedor sangriento me da náuseas. Shadow no para de reír. Los pierdo de vista y mis ojos se llenan de lágrimas. No puedo respirar. No puedo moverme.

El horror me corroe y yo mismo empiezo a sangrar. La piel abierta me escuece y se tiñe de rojo sin parar. Más y más, hasta sentir cómo me vacío. El terror más profundo me atraviesa. Sangre. Es sangre. Sangre roja. Es mi sangre y la de mis amigos. Es la sangre de todos los que se quedaron atrás. Es la sangre de mi miedo.

No quiero verla. No quiero verla. Que alguien la quite. Que alguien me saque de aquí. Por un momento quiero vomitar, pero solo puedo temblar hasta hacerme un ovillo en el suelo. Empiezo a chillar. Mis ojos se abren como platos cuando hasta mi visión empieza a ser roja. Grito más fuerte. Grito hasta que se me quiebra la voz. Grito cuando Shadow se acerca y él también sangra. La suya es más oscura pero huele a metal también.

Y cuando mi visión se cubre totalmente del rojo escarlata que tanto me hace temer, despierto.

Mi frente está perlada por el sudor y mi respiración es agitada. Eliel duerme a mi lado y ella parece cómoda y tranquila en el mundo de sus sueños. La abrazo, en un vano intento de apartar de mí la visión de ella y los demás cubiertos de sangre. Ella se remueve en sueños pero no se despierta.

He tenido una pesadilla. Es una de esas que a veces se cuelan mientras duermo, y me vuelven a romper. Aquellas en las que el recuerdo de Shadow regresa a hurtadillas como un fantasma del pasado para atormentarme. Para despedazarme. Vuelvo a recordarme que él ya no está, que no nos hará más daño. Que estamos a salvo y en paz por fin. Y sin embargo, algo en mi subconsciente quiere recordarlo y regodearse en ese dolor y en su memoria. En ese miedo que parece tan hincado en mi ser. Como si no quisiera olvidarlo, pues eso supondría olvidarnos a nosotros mismos. ¿Es acaso un tipo de castigo? ¿Es el terror de mi inconsciente que se refleja y se reencarna en Shadow por las noches más oscuras?

En esas pesadillas siempre hay sangre. A veces mueren mis amigos o yo. A veces muere el mismo Shadow, que se queda mirándome con una expresión de incomprensión hacia la muerte. A veces simplemente veo su reflejo en el rojo, como si se tratase de un espíritu que habita en los rincones más perdidos de mi inconsciencia.

Lo que más odio de estas pesadillas quizá no sea aquel elfo oscuro, aunque su presencia me haga estremecer hasta los huesos. Creo que lo que más detesto es la sangre... Su profundo rojo y lo que conlleva su presencia. Su olor, incluso. Mi cerebro parece atormentarme con ella, pues le tengo una grandísima fobia. No soporto verla. No soporto ver heridas, y eso que he tenido que curar a mis amigos muchas veces, aguantándome las ganas de llorar y de salir corriendo. No soporto siquiera ver la mía propia. Y sin embargo he estado en batallas, he estado apunto de morir, he estado presente en como herían a mis amigos y tuve que ver como el rojo empezaba a fluir de sus cuerpos.

Quizá este miedo a la sangre provenga de mi profundo terror hacia la muerte. A la violencia y al odio. A las guerras y a las armas que matan. A aquellos que creen que tienen el derecho de arrancar vidas. A ver a mis seres queridos padecer o herirse, como cuando perdí a mi hermano tiempo atrás. Su recuerdo reaparece en mi mente y me abrazo a mí mismo.

No soporto siquiera ver cadáveres, y por desgracia he tenido que verlos. He tenido que ver sangre. Y cuando pasa, siento que yo mismo muero... Que me desmayo, que me desvanezco. Se me revuelven las tripas con tan solo pensarlo. Es un trauma que tengo clavado en mi ser. Y lo peor, lo que escuece dentro de mí siempre, es que he tenido que usar una espada. Yo mismo tuve que herir para proteger a quienes quiero. Yo mismo hice daño. Un escalofrío me recorre entonces y en él hay rastros del pasado que quiero olvidar. ¿En qué me diferencia eso de Shadow? ¿De los que hieren y asesinan? Se supone que yo soy pacifista, que lucho por la paz, que no me gusta hacer daño... Y tuve que hacerlo porque no tuve elección. Y eso me pesa.

Eliel se gira hacia mí entonces y repara en mi rostro preso del terror.

—Dorian, ¿qué te ocurre...? —dice, con voz somnolienta.



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En el texto hay: relatos

Editado: 31.10.2020

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