Recuerdo aquella tarde, en la que el sol ya se ocultaba.
Mi padre nos llevaba por primera vez a un estadio. Ilusamente, pensábamos que a ver un partido de primera división o algo similar.
¡Pero no...!
Nos llevó a verlo jugar, un deportista no muy bueno, jugando en ese equipo por ser amigo más que por ser buen jugador.
Yo, mis dos hermanas y mi madre nos echábamos a reír por la forma en la que jugaban mi padre y su equipo de categoría master. Todo marchaba absolutamente bien, mi vida era buena y pues no tenía preocupaciones, ni ilusiones que no iban más allá de los juguetes.
Hasta que se me ocurrió mirar de soslayo a la izquierda. Ahí estaba ella, tan linda, de cabellos cortos y ondulados, piel muy blanca, labios carnosos y con buena forma, y esa nariz respingadita. En resumen, una niña súper bella.
Caí en cuenta, instantáneamente, de que me había enamorado.
Un mocoso de siete años de edad enamorado.
Pfff...
Ilusionado querré decir.
No podía quitarle la mirada, mis ojos simplemente no querían mirar a ningún otro lado, como una serpiente hipnotizada por un monje, de esos que salen en las películas. Así me encontraba, hipnotizado.
No sé cómo, pero ella se dio cuenta del acoso que yo cometía al mirarla tanto, y sin vacilar, giró la cabeza con dirección al lugar en el que me encontraba, pues por lo visto quería averiguar quién era su admirador (o acosador nada discreto), cruzamos miradas en un segundo que aparentemente para cualquiera sería veloz, fugaz y sin importancia, pero para mi fue eterno, bello y esperanzador. Ella, con aquellos ojos saltones, esos ojos cafés claros como la corteza de un árbol cuando la luz del sol toca su suave color. Si antes de que me mirara dije que me había enamorado, pues ahora pensaba ello con más certeza. Al ver sus ojos me sentí abrazado por los mismos dioses y, a la vez, intimidado por estos. Bajé la mirada sonrojado como un tomate, y no levanté la cabeza hasta 3 segundos después. Pude notar de inmediato que ya no tenía la mirada en mi dirección, pues se concentraba en aquél cómico partido.
Evidentemente la quería acosar un poco más, y me puse a ver alrededor de ella. Estaba acompañada de una señora muy linda, que al igual que aquella niña, estaba divertida por aquel partido, también noté a un niño amante del futbol por lo visto (toda su vestimenta era deportiva) quizá el hermano de aquella niña linda que había robado mi corazón en cuestión de segundos.
Era obvio que no me digné en hablarle, principalmente por la compañía que llevaba, y en segunda por que ella había despertado en mi a un cobarde, uno romántico, de esos a los que les da miedo perder a la persona amada.
Finalizado el partido mi padre venía a la tribuna junto a sus compañeros de equipo, venían contentos, habían ganado aquel divertido partido, mi sorpresa más grande fue ver a la linda señora acercarse con sus dos hijos.
¿Era coincidencia?
¿Destino?
Nuestros padres eran amigos, me emocionó tanto esa noticia.
La conocería, conocería a aquella niña de lindos ojos.
Mi padre presentó a mis hermanas a todos sus amigos incluyendo a la señora madre de aquella lindura de ser, luego me tocaba a mí. Estaba nervioso y tímido como nunca.
¡La niña! ¡La niña! ¡Quiero conocer a la niña!
Exclamaba dentro de mí. Mi padre me presentó con aquella linda señora, diciendo que era el único hijo varón que tenía, y la señora dando respuesta a la presentación de mi padre, presentó a sus hijos. El varón era el mayor y de mi edad por lo visto, y la niña de lindos ojos, pues dos años menor que él.
¿Su nombre?
Helena.
Pensar que no me olvidaría de aquel nombre, ese nombre
Ahh...
Inmediatamente despertaba de mi ilusión por un estrechón de mano que recibí.
-Habram, ese es mi nombre.
Dijo el niño, y dando respuesta dije
-Mi nombre es Gabriel.
Mi padre agarró un balón que tenía en los pies y nos dijo “Vayan a jugar”, así sin más, pues ya sabíamos nuestros nombres, y eso era suficiente, ahora solo quedaba jugar. Nos metimos a la cancha ya vacía y nos pusimos a patear aquel balón. Él jugaba bien, dominaba el balón como si fuese mayor de edad, como si llevase jugando años.
Así pasó el día, bueno lo que quedaba de él, mi padre y madre se despidieron uno por uno de todos, pero mis hermanas y yo solo dijimos “Que tengan buena noche”, excepto a Habram, me despedí dándole la mano y le dije “Adiós” y él respondió con un “Hasta pronto, amigo”.
Llegando a mi casa decidí escribir una corta inspiración poética, se podría decir la primera que escribía.
Niña linda, niña hermosa, mírame enseguida
Que quiero ver esos lindos ojos por el resto de mi vida.
Me sentía todo un poeta al escribir aquella inspiración instantánea. Estaba alegre, demasiado diría yo. Aquella noche agradecí a mi padre por llevarnos al dichoso lugar en el que conocí al amor de mi vida, si es que se podría llamar así. Le dije que quería acompañarlo siempre que fuese a jugar, era más que evidente que quería volver a ver a aquella niña, pero principalmente quería que me vuelva a mirar con aquellos ojos, aquellos bellos ojos que clavaron la certeza de mi enamoramiento.
No podía sacarme de la cabeza aquellos ojos hipnotizantes.
Vi los ojos perfectos, decía dentro de mí. Me consumía una enorme felicidad que nunca antes había presenciado, y como era de esperarse me quedé dormido pensando en aquella hermosa niña y en sus lindos ojos.