MI SUK
Nunca había gozada de tan buena memoria.
Tampoco de mucho sentido de orientación.
Cuando era niña, mi madre siempre procuraba tenerme cerca porque solía perderme con facilidad cuando íbamos a plazas comerciales o eventos sociales. Sin embargo, eso nunca me había hecho pasar por situaciones tan bochornosas como la de en este instante. Mi mano se quedó congelada en el marco de la puerta mientras unos ojos pardos me miraban entre sorprendidos y extasiados. Mi respiración se cortó por unos segundos.
¿Por qué había abierto la puerta equivocada?
Pero... ¿quién se dejaba la puerta sin seguro? Incluso me regañé y pensé que había sido mi despiste. Y luego descubrí que no, que este era otro camarote.
Aunque nada de eso era importante.
Solo el muchacho terriblemente atractivo que tenía delante de mí. Como si acabara de modelar para una sesión fotográfica de rompa interior de hombre, Mason se encontraba descalzo, con los pantalones grises del pijama puestos y con el torso —fornido y marcado— desnudo. Su cabello castaño lucía quebradizo y revuelto, pero le daba un aspecto... bastante sensual. Por lo demás, su camarote era tan lujoso como el mío y también contaba con un gran balcón con vistas al mar, lo que no era de sorprender al encontrarse en la misma área. Al parecer, por lo evidente de la situación, no solo era guapo, también muy rico. Tal vez, algún hijo de empresario o político.
Cuando pude reaccionar, negué con nerviosismo.
—Yo... me he equivocado, lo siento —farfullé con la mirada clavada en su rostro, sin atreverme a bajarla para no distraerme con su ardiente cuerpo.
Sería complicado no hacerlo.
—Bueno, yo olvidé poner el seguro —se disculpó él antes de esbozar una sonrisa fresca y ladeada—. Pero vaya que fue un lindo error.
Un cosquilleo me recorrió la nuca.
Fruncí el ceño con mi expresión más antipática, sin evidenciar los nervios que me afloraban por todas partes. Me sentía demasiado ridícula, pues había visto muchos hombres apuestos en mi vida y ninguno me había afectado en lo más mínimo. Debido a la alta clase social a la que pertenecía la familia de mi padre, era demasiado común el toparme con este tipo de sujetos.
Pero Mason no solo era atractivo...
Él tenía algo que no podía describir con simpleza.
Algo que, sin duda, notaría aun a metros de distancia.
—Como sea, ya me voy —anuncié sin más.
Mason dios dos zancadas repentinas y pronto estuvo a menos de un metro de mí. El calor que emanaba de su cuerpo se hizo más presente, tanto, que tuve que tomar una inhalación más prolongada, apenas imperceptible.
—Espera —pidió con la voz aterciopelada—, quería preguntarte algo...
Su voz era tan atrayente como el arrullo de una ola.
¿Por qué debía de tener todos los atributos posibles?
Y, sobre todo, los que ahora sabía que me gustaban.
—¿Sobre qué? —cuestioné manteniéndome al lado de la puerta, justo en el umbral de la entrada. No podía avanzar y cerrar la puerta tras de mí, pues eso sería bastante íntimo para dos completos extraños.
—¿Conoces a alguien más en este barco?
Sus ojos pardos lucían intensos y curiosos.
Separé los labios, pero volví a sellarlos.
¿Por qué me preguntaba eso?
Tragué saliva y negué con lentitud. Era mejor responder rápido y marcharme en cuanto antes, pues su simple cercanía me nublaba de manera absurda los pensamientos. Algo que nunca me pasaba a mí. Ni por error.
—No, la verdad es que no —preferí ser sincera.
Mason asintió, sin dejar de observarme.
Tan solo le seguía manteniendo la mirada porque bajarla sería una evidencia catastrófica de mis arduas emociones. Aun así, no había mucha diferencia, pues sus ojos eran tan hipnóticos que con ellos también estaba librando una auténtica batalla.
Estaba acorralada.
—Yo tampoco, solo a ti.
Hablaba de conocer a alguien, pero él y yo no lo hacíamos.
Solo sabíamos nuestros nombres, y uno falso.
Al menos por mi parte.
—Pero nosotros no nos conocemos —aclaré.
Mason apretó los labios y luego cruzó los brazos sobre el pecho. Eso hizo que los músculos de sus brazos y sus hombros se pronunciaran aún más. ¿Es que lo hacía a propósito? Tuve que esforzarme aún más para ser indiferente.
—Bueno, ya me has dicho tu nombre —replicó con las cejas ligeramente curveadas—. Y tú sabes el mío. Además..., ya te he dicho que podemos conocernos.
Jalé aire con brusquedad.
—¿Por qué has subido a un crucero transatlántico sin compañía? —interrogué como un escape, y también con honesta curiosidad. Viajar solo era muy poco habitual.