MARLON
No podía borrar su mirada de mi mente.
No podía dejar de evocar su dulce rostro.
Tenía ganas de vivir este momento, que no sería eterno, por lo que lo apreciaba aún más. Solo serían catorce días, y luego todo esto quedaría en mi memoria como un sueño fugaz, como una vivencia del pasado. Sin importar lo que pasara, me había prometido a mí mismo llevar una vida en donde no tuviera que extrañar a nadie, ni sufrir por perder a alguien importante. Una existencia en la que no tuviera que preocuparme por ninguna persona más allá de mi círculo familiar. Y aún tenía esa convicción, pero esto se sentía distinto, porque los miedos no estaban ganando la batalla.
Aun así, cuando volviera a mi vida, todo seguiría igual.
Y yo tendría que tomar una decisión crucial.
Sobre la música y mí mismo.
Así que... me permitiría sentir como antes, y ser Mason, un chico que no era Marlon Nieto, con quien ya no me identificaba. Sentía que era lo que tenía que hacer. Y es que, tal vez, las respuestas no llegarían ahora, pero las descubriría con el tiempo. Entonces sabría qué hacer con mis sueños, y qué camino seguir o claudicar.
Volví a mirar la hora en el reloj de mi muñeca mientras esperaba de pie justo en la esquina de un pasillo por el que, sí o sí, Leah tendría que caminar. Eran las ocho de la mañana, el barco ya había llegado al puerto de Funchal y los pasajeros comenzaban a salir de sus camarotes para conocer la capital del archipiélago portugués de Madeira, antes de tener que volver a embarcar a las seis de la tarde. Al contrario que en Lisboa, no era la primera vez que estaba en Funchal, pues ya había visitado esta ciudad en un viaje familiar con mis padres y Michael...
De pronto, la figura de Leah, que justo daba vuelta en la esquina del corredor hacia la salida para las cubiertas, acaparó mi visión y distrajo mis pensamientos. Me acerqué a ella y carraspeé un poco para llamar su atención. Esta vez Leah llevaba una camiseta café y unos pantalones cortos de color azul marino. No me extrañaron los tonos oscuros de su vestimenta (en todas las veces que hasta entonces la había visto vestía casi sin color), pero sí el que no llevara sus habituales audífonos de casco.
Cuando se percató de mi presencia, dio un respingo.
Sonreí al notar que sus ojos brillaron como un par de esmeraldas, aunque el verde de sus orbes era mucho más bonito; a decir verdad, llamaban aún más la atención porque eran de un color muy poco común para tener raíces orientales.
—Cielos, me has asustado, Mason —exclamó antes de llevarse una mano al pecho y luego entornar la mirada—. Espera, ¿me has estado esperando aquí?
Su voz no contenía reproche, pero eso intentaba.
—No, yo también estaba por salir.
Me examinó durante unos segundos.
—No te creo.
Suspiré y comencé a perseguir su andar por los interiores del buque.
—Bueno, aún no has negado que quieres compartir este viaje conmigo —me defendí con obviedad. Y era cierto, ella no se había negado explícitamente. Pues, si lo hubiera hecho, estaba seguro de que ya me hubiera alejado por mucho que no quisiera hacerlo.
Habría respetado su decisión.
—No lo he hecho solo por educación —articuló.
Alcé las cejas con la atención fija en su perfil mientras ella mantenía la mirada al frente. Era evidente que trataba de transmitir una especie de irritación, pero no había ni un gramo de aquello en su expresión. Supongo que eso me alivió.
—No te creo —repliqué.
Ella solo sonrió.
Y probablemente no se dio cuenta.
──── ∗ ⋅✧⋅ ∗ ────
En el exterior, la mañana anunciaba un hermoso día.
El cielo se vislumbraba brillante y el sol comenzaba a llenar de luz y calor cada rincón de la ciudad que se elevaba desde el océano hacia las nubes. En octubre, el clima en Funchal era cómodo, pues el calor y la humedad estaban en un nivel adecuado para cualquiera. A nuestro alrededor, mientras caminábamos por el muelle de Potinha, numerosos barcos y lanchas reposaban sobre el mar azul. La bahía, rodeada por el mar y las verdes montañas, proporcionaba un increíble panorama de la isla de Madeira.
De pronto, Leah se detuvo.
Yo hice lo mismo, pero unos pasos más atrás.
Ella me daba la espalda, por lo que aproveché para alzar mi cámara (que traía colgada del cuello con la correa) y tomarle una fotografía. Leah y la ciudad de Funchal eran la combinación perfecta. Un paisaje destacable.
La capturé en un segundo.
—Es bellísimo, ¿verdad?
Avancé hasta llegar a su lado.
—Lo es, sobre todo hoy —musité.
Sus ojos verdes se entrecerraron.
—¿Por qué lo dices?
—Porque hoy... no es como cualquier otro día.
Ella asintió.
Pero no me pidió más explicaciones.