MI SUK
En el octavo día a bordo del crucero transatlántico, los rayos del sol estaban siendo un poco más intensos, por lo que Mason y yo habíamos aprovechado para nadar durante un par de horas. Ya un poco extenuados, manteníamos los antebrazos apoyados en el borde de la piscina. Llevábamos más de cinco minutos en la misma posición, sin decir nada.
Él mantenía una expresión pensativa.
En realidad, un silencio extraño se había instalado entre los dos, tal vez... por lo recién ocurrido; aunque aún ninguno lo sacaba a relucir, allí estaba, como una bombilla que no dejaba de parpadear.
—¿Está todo bien? —me atreví a preguntar.
Su atención permanecía fija en el horizonte azul. El mar infinito se podía observar a través de los barrotes de la baranda más próxima. Y aunque no podía saberlo, sentí que estaba recordando algo especial... Su perfil era tan perfecto que, con todo gusto, bien podía contemplarlo a él y no a la magnífica vista del océano. Su cabello húmedo le daba un aspecto aún más encantador.
—Sí, solo estaba pensando en las extrañas maneras que, a veces, tiene el universo para llevarnos por caminos que..., de algún modo, siempre estuvieron esperándonos.
El agua templada calentaba mi cuerpo, pero el fuego que se volcó en mi pecho poco tuvo que ver con la temperatura de la piscina. Y es que sus palabras atravesaron las redes inaccesibles de mi corazón. Nunca alguien me había hecho sentir tan especial, incluso con palabras que no representaban ninguna confesión directa.
Mason volteó a mirarme.
Sus ojos pardos relucieron tan profundos que pude ver el reflejo de su propia alma. Fue una sensación extraña, tan... envolvente, que deseé quedarme allí para siempre.
—Leah... —su voz susurrante acompañó el murmullo del océano—. ¿Me crees si te digo que me alegro de haber coincidido contigo en este crucero?
Mis ojos se volvieron lámparas.
—Yo también me alegro, Mason.
* * *
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