MARLON
—Cuando estábamos en San Juan..., dijiste que una vez llegaste a pensar seriamente en la posibilidad de morir —la voz de Leah rompió el silencio.
El viento nocturno del océano Atlántico nos envolvía gélido en el balcón de su camarote, pero ambos lo soportábamos gracias al calor que brindaban nuestros abrigos. Me recargué en la baranda a su lado. Ella mantenía la atención en las profundas aguas.
En tanto, yo en el perfil de su dulce rostro.
—Sí, esa fue... la etapa más dura de mi vida.
Leah asintió, y sus cabellos oscuros se despeinaron en sus mejillas. De pronto, su gesto adoptó la misma tristeza y ausencia que noté a su alrededor cuando la vi por segunda ocasión; cuando la vi llorar y le confesé cosas que, de ella no haber tenido los audífonos puestos, nunca me hubiera atrevido a pronunciar.
—Te mentí, Mason.
Sus palabras quedaron suspendidas.
Y mi corazón se alteró.
¿De qué hablaba?
—En realidad, cuando subí a este buque..., lo hice con la certeza de que quería morir. Había decidido que sería el penúltimo once de octubre que pasaría con vida, porque al año siguiente, en la misma fecha, acabaría con mi vida —confesó con un tono tan lleno de pesadumbre que mi pecho se inundó de una fría nevada—. Cumpliría el punto número nueve de aquella lista que hice con mi madre, y luego... tendría que esperar tan solo un año para acabar con todo. Por eso, cuando me hablaste por primera vez en la proa, estaba llorando. Porque ya no tenía esperanza.
El oleaje del océano rugió con fuerza.
La garganta me ardió por la impresión.
Ser consciente de algo así, de que Leah hubiera definido una fecha para acabar con su propia vida, me superó. Me sobrecogió la tristeza y soledad que desgarraron sus palabras y cortaron mis venas. Sin embargo, no la interrumpí.
Supe que aún no debía.
—Mi familia no es como te conté, en realidad... yo soy un miembro que sobra, que no tiene lugar —su voz se volvió rasposa y amarga—. Soy el producto de una aventura entre un hombre casado y una mujer que fue engañada. Mi padre, aunque supo de mi existencia desde mi nacimiento, nunca quiso tenerme cerca; solo le dio una cantidad considerable de dinero a mi madre (que en ese momento lo necesitaba) para que no lo molestáramos más. Fue hasta mis trece años que llegué a su casa, con su familia, cuando mi madre enfermó de cáncer y decidió dejarme con ellos. Entonces me aceptó, fui reconocida y me dio su apellido, pero... para mí siguió siendo un extraño, como todos los demás; y yo para ellos una intrusa. Mi vida nunca fue la misma.
Imaginarlo me estremeció.
Me recorrió la necesidad de abrazarla.
Una oleada de indignación por su sufrimiento y otra de ansiedad al no saber cómo borrar todos sus pesares se acrecentó en mi interior. Todo lo que dolía en su vida y lo que la había marcado para siempre. Ahora comprendía esa tristeza, esa neblina de dolor.
—Desde entonces, ninguna persona me ha querido, como yo tampoco he querido a los demás. No fui importante para nadie, y nadie lo fue para mí.
Entonces, Leah buscó mis ojos.
Y la oscuridad del firmamento estrellado y las luces del navío hicieron destellar aún más sus orbes verdes. El sosiego del mar no fue nada en comparación con la profundidad que encontré en su mirada aquella última noche a bordo.
—Me convertí en tanta ausencia que... cualquier fuego de mi interior se apagó —susurró con voz trémula—. No podía hallar ningún motivo para seguir con una vida en la que solo existía. Estaba plenamente segura de que ya no podía salvarme a mí misma.
—Leah...
Sus ojos se anegaron de lágrimas.
—Mason, tú me has hecho ver el mundo con otros ojos y sentir la vida con otro corazón, porque ahora he vuelto a sentir una llama en mi interior y... no quiero dejarla morir. No me dejaré morir. Así que, pase lo que pase, tienes que saber que me has ayudado a ver con más claridad en mi interior. Incluso si no volviéramos a vernos, siempre... conservaré este nuevo fuego que ahora he vuelto a rescatar.
Algunas personas se hacen eternas.
Leah era una de ellas.
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