MI SUK
(noviembre)
—¿Tienes un momento?
Era la voz de mi padre.
—Sí —respondí.
Recargada en el barandal de la terraza del lujoso departamento de Eun Ji en Gangnam-gu (uno que mi padre le había comprado hacía tres años por motivo de su aniversario de bodas), el viento nocturno de Seúl impactaba en mi rostro como una gélida y suave caricia. El frío era estremecedor, pero lo soportaba gracias al abrigo que llevaba puesto. Aquella vez estábamos allí porque, claro estaba, no podíamos perdernos la celebración del cumpleaños de la madre de Eun Ji. Toda mi familia estaba allí; empero, como era habitual, no me gustaba estar en medio de un calor en el que no me sentía acobijada, por lo que permanecía allí afuera, alejada de esos rostros y esas voces.
Lo sentí llegar a mi lado.
Tomó la misma posición que yo.
—En estos días... he estado pensando en la persona que he sido con mi esposa, con mis amigos y..., sobre todo, con mi única hija —su tono de voz contenía cierto grado de remordimiento, pero no me atreví a mirarlo a los ojos para verificarlo—. Nunca he sido un buen padre para ti, Mi Suk. Eso cualquiera que sepa la historia lo sabe.
Mantuve la mirada a lo lejos, en las luces y en las sombras de la ciudad, que eran como un palpitar incesante que se reflejaba en mis pupilas.
—No puedes obligar a las personas a que sientan amor por ti —susurré, sin siquiera inmutarme—. Así que, a pesar de todo, no puedo culparte por no quererme.
Lo escuché inspirar hondo con fuerza.
Cada vez estaba más débil.
Era evidente que su estado de salud no iba a mejorar, solo iría en declive; sin embargo, mi padre nunca había sido de las personas que, si ya tenían el destino marcado, se postraban en la desesperanza de una cama de hospital. Quería disfrutar cada día, pues no sabía si su corazón resistiría hasta el anochecer; por supuesto, tampoco era de las personas que eran capaces de pasar por una operación de trasplante, aunque eso significara alargar su propia vida. Si el designio divino era marcharse pronto, se iría.
Esa era su filosofía.
—Te quiero, Mi Suk —confesó después de soltar el aire contenido—. Los días que estuve internado en ese hospital... estaba angustiado porque creí que no podría decírtelo. Tuve miedo de no poder decírtelo.
Volteé con rigidez.
Mi padre, al menos el que yo conocía, jamás se mostraba como una persona sensible en ninguna circunstancia. Por eso no podía creer tan rápido en sus palabras. ¿Cómo hacerlo si tan solo tenía recuerdos tristes a su lado? Todas las veces que (sin darme cuenta) había intentado acercarme, él me había alejado. Siempre sufrí su cruel rechazo.
—Lo que hice por ti no tiene significado, solo lo decidí, no tienes que... mentirme para agradecerme el gesto —dije con la atención fija en sus ojos oscuros.
Durante las semanas que él había estado internado, me mantuve a su lado. Decidí cuidarlo por las noches para ayudar a Jung Su y Eun Ji. No lo había hecho por presión ni compromiso, solo porque... así lo había querido. No esperaba ninguna retribución, ni tampoco un agradecimiento. Tal vez, solo una indiferencia menos palpable.
—Mi Suk, sé que ya es muy tarde para enmendar todo lo que he hecho mal, pero... no quiero que te quedes con la creencia de que eres completamente indiferente para mí; he actuado así, lo sé. Pero..., sin darme cuenta, empecé a quererte —habló con la mirada fija en el firmamento que nos cubría, oscuro e infinito. Las arrugas en las comisuras de sus ojos se pronunciaron—. Sé que esto no cambia nada, pero... lamento mucho haber hecho todo lo posible para no demostrártelo. Lamento no solamente haber sido un mal padre, también una pésima persona.
Me abracé el cuerpo con los brazos.
De pronto, tuve más frío.
—Mi Suk, pase lo que pase, estarás protegida —prosiguió con aquella voz grave que se sentía abatida—. Esto no lo sabe nadie, pero tienes una propiedad a tu nombre (un departamento bastante cerca de aquí), y también un capital considerable en el banco que podrías reclamar en cualquier momento. No es demasiado, pero te ayudará a conseguir con más facilidad cualquier cosa que decidas hacer con tu vida.
Me quedé inmóvil, sin saber qué hacer.
¿Qué era lo que podía decirle?
Mi padre guardó silencio durante largos segundos.
—Espero que algún día puedas perdonarme.
Luego, salió de la terraza.
* * *
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