El tiempo avanzaba y a pesar de que mi amigo estaba de vuelta, no podía verlo. Llegó el 2012, yo iniciaba mis estudios en un pequeño instituto de lenguas y cultura. Allí conocí mucha gente de todos los rincones del mundo, aprendí idiomas y aproveché al máximo para socializar y superar el miedo hacia las demás personas (Cosa que comenzó a mis quince, pero eso es otra historia).
En julio de ese mismo año, el profesor Julio organizaba una nueva obra junto a Hannes. El profe había quedado impactado con la historia del alemán que quiso llevarla al escenario. Decidieron llamarme a pesar de que ya no estudiaba allí (pero quedé como integrante de la escuela de artes).
—Creo que es hora de regresar a los escenarios— me dije —Esto será divertido.
Esperé con ansias una semana para iniciar con los ensayos. Asistía al centro cultural de seis de la mañana hasta las doce del mediodía. De dos a seis de la tarde ocupaba el tiempo en la escuela de artes.
El día del ensayo llegué al salón y me ubiqué junto a varios del grupo anterior que habían sido invitados por el profesor. Osvaldo y Hannes estaban presentes ese día, me acerqué y conversé con ellos un rato. Hannes estuvo en Alemania y Osvaldo recorrió Colombia ya que no tenía nada que hacer.
Franklin se acercó a nosotros, nos presentó a Evangeline quien venía de los Estados Unidos, y también nos presentó a una chica llamada Ana Cristina, proveniente de España. Allí permanecimos hasta que los profesores llegaron.
Primero, iniciamos con algunos ejercicios para calentar el cuerpo. Luego nos ubicamos en círculo y comenzamos con la clase. Finalmente, el profesor y Hannes nos explicaron en qué consistía la obra.
El profe Julio salió con los otros profesores ya que había reunión. Hannes quedó a cargo de todo. En la escuela de artes, hay una ley que todo el mundo debe respetar. Quien escribe una obra es el que las dirige y da las órdenes. Por lo tanto, los demás deben obedecer al autor incluso los profesores.
Hannes era un gran escritor, sus obras eran fenomenales. En medio de la explicación, la mirada de todos los que estábamos ahí apuntaban a la misma dirección. Todos escuchamos el desgarrador grito de una mujer que provenía del cuarto de utilería. Fue en ese instante que sentí como mi piel se erizaba y mi corazón aumentaba su ritmo poco a poco.
—¿Qué carajos? Son esos gritos otra vez —dijo Osvaldo— Creí que esto ya había quedado en el pasado.
—Sigue creyendo— le dije —Creo que llegó la hora de acostumbrarnos a ellos, siempre van a manifestarse cuando estemos aquí.
—¿Por qué no se van a joder a otro lado y nos dejan trabajar en paz? ¡Hombre! Me tienen hasta los cojones, ya. —gritó Osvaldo muy enfadado.
—Cálmate amigo, no prestes atención— dijo Hannes —sigamos con nuestro ensayo.
Intentamos ignorar aquel grito, cuando ya estábamos por comenzar con lo mejor de todo, la dichosa mujer al interior de aquel cuarto gritó una vez más.
—¡Nojoda! — dijo Eugenio alias “El Brayan” lleno de ira —Se va a acabar la güevonada de la tipa maricona esta —se levantó y rápidamente caminó hasta el lugar. Abrió la puerta y con actitud desafiante dijo— Déjanos trabajar tranquilos, hija de perra.
—¡Eugenio! Ven pa’ acá— dijo Osvaldo —¿Ya ves por qué te pasan las vainas?
—Estoy mamao’ de tanta joda con estos intrusos de aquí. Este es nuestro lugar. — respondió Eugenio.
En ese momento me puse de pie y hablé con firmeza —No vengas con tus historias asombrosas creyéndote el macho bravo desafiando lo que hay dentro de ese cuarto Eugenio ¡No le prestes atención!
—Ya deja tu rabia, Amaia que pareces vieja menopáusica.
Esa frase que dijo Eugenio me hizo enojar, así que caminé hasta él. Por el momento sentí el deseo de partirle la cara, pero a pesar que me hervía la sangre, me contuve. No quería que los nuevos vieran esa parte agresiva de mí. Intenté calmarme, respiré profundo y le dije
—Marica, usted me la vuela. Solo te las picas de bravo para que las extranjeras te vean.
Me di la vuelta y regresé a mi lugar, Hannes no dijo nada, solo miraba a un punto fijo. Por su expresión me di cuenta de que estaba molesto, me disculpé con él por lo sucedido. Hannes ascendió con la cabeza y continuó con la explicación. Eugenio volvió a su lugar y guardó silencio mientras que su cara se caía de la vergüenza ante
la mirada del resto.
—¡Bien! — comentó Hannes —Para los que no saben, en ese cuarto a veces se escuchan cosas, pero, no presten atención. Solo traten de estar concentrados en su trabajo. Ahora, todos de pie, por favor.
Automáticamente, nos levantamos y escuchamos muy atentos las indicaciones del alemán. Las primeras dos semanas fueron las más complicadas, el resto contenía la verdadera acción.
Un día, en medio de los ensayos vimos cómo se abría la puerta del salón blanco. Efraín había regresado.
—Mi genteeee— gritaba a medida que se acercaba al grupo —Su servidor ha vuelto.
Todos lo miraban raro a excepción de quienes ya lo conocíamos.
—Efraín, ¡Qué bueno verte! Te estaba esperando —dijo Hannes —Tengo un pequeño papel para ti en mi nueva obra.