Pasaron las horas, revisé mi correo y allí estaba toda la información que horas antes el profesor dijo que enviaría. Nuestra presentación sería en una de las ciudades con mayor índice de turismo en el país, en el teatro más grande y lo mejor, con público del extranjero. Personas de todas partes del mundo nos verían cantar, bailar y actuar para ellos. Sería sin duda una de las mejores experiencias en el teatro, al menos para mí.
Me levanté del escritorio y caminé hasta mi habitación, comencé a empacar mi maleta mientras tarareaba una canción clásica de India.
Por fin, llegó el día del viaje, todos estábamos en el jardín principal de la academia con nuestras maletas. Esperábamos la llegada de los buses que nos llevarían a Cartagena. Cada grupo tenía su autobús asignado para evitar el desorden. Así, sería más fácil saber si hacía falta alguien.
Los chicos de intercambio fueron los primeros en salir, los segundos eran los nuevos integrantes y el último era el mío. Los tres autobuses llegaron, por cada uno había un profesor. El profe julio viajaba con los recién ingresados al club. El profe armando iba con los de intercambio y la profe Laura iba con nosotros.
—En orden — repetía la profe —Hagan la fila y con cuidado guarden sus maletas en portaequipajes. Hay suficiente espacio.
Recuerdo que de mi grupo yo era la última en la fila. Observaba a los de intercambio tan callados y organizados subiendo al autobús. También note que Naeem me miraba y sonreía. También le sonreí y él subió al autobús. Lentamente la puerta se cerró y partieron. Los de nuevo ingreso también partieron a los pocos segundos, pero
mi grupo se atrasó por dos minutos. Finalmente, llegó mi turno, guardé mis cosas y subí, miré detalladamente el interior del bus y asombrada dije —¡Caray! Esto parece una nave espacial.
—¿Nave espacial? Esta vaina es un hotel con ruedas —dijo Eugenio.
Seguí buscando un buen puesto hasta que hallé el indicado, junto a Alexier. — Hello… — le dije —¿Listo para la aventura en el corralito de piedra?
—¡Sí! Hace mucho que no iba a Cartagena. A ti no te pregunto, es obvio que estás emocionada.
—¿Y tu hermana? —pregunté al no ver a Katrina.
—La muy tonta se sentó junto a Eugenio ¡Pobrecita! Serán dos horas de camino soportando al pelmazo ese —casi no podía hablar por la risa. Parecía disfrutar del sufrimiento de su hermana menor.
Su risa era tan contagiosa que no pude evitar y comencé a reír como foca desquiciada. Más tarde el silencio dominaba el interior de aquel autobús. A la profe Laura le incomodaba mucho ver que nadie decía nada y comenzó a cantar. Efraín le siguió la corriente, y así, uno por uno cantaba hasta que todos, incluyendo al conductor y su ayudante se sumaron al coro.
Cuando ya llevábamos una hora de camino, recibí una llamada de un número desconocido. No sé en qué pensaba en ese momento cuando contesté —¿Aló? —dije con mucha desconfianza.
En repetidas ocasiones hablé, pero nadie respondió del otro lado. Solo recuerdo que lo único que se podía escuchar era el aire. Al ver que se trataba de una broma, colgué y apagué el celular por media hora.
—¿Pasa algo? Te noto enfadada — dijo Alexier.
—No pasa nada, solo que me saca de casillas que hagan bromas telefónicas. — suspiré intentando calmarme —Tengo sed ¿De casualidad tienes agua?
Alexier sacó una pequeña caja hielera de la parte baja del asiento, llevaba muchas botellas de agua. Tomó una y me la dio —Ya no pares bolas, mejor mira por la ventana y disfruta del paisaje.
Intenté hacerlo, pero minutos después me quedé dormida, cosa que no es normal. Yo jamás me duermo durante los viajes, pero ese día me sentía extraña y con ganas de dormir. Llegó un momento en que perdí la noción del tiempo, hasta que Alexier me llamó “Amaia, despierta”. —¿Qué pasó? — pregunté muy desorientada por el sueño.
—Ya llegamos.
—Es broma, aún falta. Es solo que me incomoda ver a las personas dormir de día.
—Pelao’ marica —dije entre risas mientras me acomodaba —sentí un cansancio terrible en los ojos. La verdad yo no duermo mientras viajo, no sé qué pasó.
De repente, se escuchó la voz de la profe Laura diciendo — ¡Vean! A lo lejos la bella ciudad de Cartagena.
Desde la ventana podía ver la majestuosidad del corralito de piedra. Los edificios, el mar, la calidez y toda su belleza ya eran visibles. Cuando estábamos masa cerca comenzamos a cantar “llegamos a Cartagena, llegamos a Cartagena”.
Poco después bajamos en el hotel, cada quien tenía una habitación asignada junto a un grupo de compañeros. Allí debíamos permanecer hasta nuevo aviso.
Katrina, Evangeline y Antonella eran mis compañeras de cuarto. Nuestra habitación se ubicaba en el quinto piso. Debíamos compartir cama ya que solamente había dos.
—¿Y bien? ¿Ahora qué haremos? No podemos salir, no podemos hacer nada hasta nueva orden. — decía Katrina expresando inconformidad.
—Deja de fastidiar, acabamos de llegar de un viaje de casi tres horas ¿y tú quieres estar por ahí jodiendo en lugar de descansar? — hablé con firmeza irritada por las quejas de Katrina.
—Chicas, por favor, calma. Vamos a relajarnos y a ver la tele — comentó Evangeline tratando de calmar un poco las cosas. Se acercó a la mesita y tomó el control remoto.
Katrina caminó hasta el balcón y observó el enorme lago ubicado a unos metros del hotel. Antonella y Evangeline veían la tele mientras que yo me acosté a mirar el techo.
—Chicas, es hora del almuerzo. —Hablaba Ana Cristina desde el pasillo — el profe Armando dio la orden de bajar al restaurante.