Esperaré Para Amarte

Capítulo 4 - Gael

“𝒀 𝒍𝒍𝒆𝒈𝒂𝒔 𝒕ú, 𝒄𝒐𝒏 𝒕𝒖 𝒍𝒖𝒛, 𝒕𝒖 𝒓𝒊𝒔𝒂 𝒚 𝒚𝒂 𝒅𝒂 𝒊𝒈𝒖𝒂𝒍 

𝑰𝒍𝒖𝒎𝒊𝒏𝒂𝒔 𝒕𝒐𝒅𝒐 𝒅𝒆 𝒖𝒏𝒂 𝒗𝒆𝒛 𝒄𝒐𝒏 𝒕𝒖𝒔 𝒏𝒊ñ𝒆𝒓í𝒂𝒔 

𝑹𝒆𝒔𝒑𝒊𝒓𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒎𝒆 𝒅𝒂 𝒍𝒂 𝒗𝒊𝒅𝒂.” 

𝑳𝒖𝒊𝒔 𝑪𝒆𝒑𝒆𝒅𝒂.

 

 

Nada había salido según mis planes en las pocas horas que llevaba en Madrid. El reloj se había puesto en mi contra gracias al pequeño problema con la maleta por lo que estuve obligado a venir directamente a la primera consulta con los médicos para evaluar la lesión en mi pierna, cuando la idea inicial había sido pasar primero por el apartamento, asearme y luego sí salir hacia la clínica. 

Había recuperado el equipaje después de dar varias vueltas por el aeropuerto e ir de puesto en puesto hablando con diferentes empleados y supervisores. Resultó que la habían extraviado ellos, bajó del avión pero no llegó a la cinta correspondiente. En fin, un evento desafortunado con final feliz y el recuerdo de Lina. 

Me sentía un idiota trayendo a mi mente una vez más su rostro, así como su voz y ese acento tan diferente que me hacia reír y babear en partes iguales de solo reproducirlo en mis pensamientos otra vez. ¿Qué diablos pasa contigo Gael? Me reprendí a mí mismo al tomar conciencia de que no volvería a verla de nuevo. Las probabilidades eran, ¿una en cuánto? Ni siquiera sabía. Suspiré irritado por eso y por la espera en aquella sala. Era la típica sala de espera de consultas médicas con una mesa en el centro, rodeada por varias sillas aseguradas a la pared de lo más incómodas y con 4 revistas de celebridades seguramente del año 80, algo que no entendía todavía, porque seamos realistas, ¿quién podía llegar a leer eso existiendo el internet al alcance de la mano? 

Justo en ese momento mi móvil sonó anunciando un nuevo mensaje. Me estiré metiendo la mano para sacar el aparato del bolsillo de mis jeans y deslicé con el pulgar la pantalla bloqueada para leer el texto que apareció una vez tecleé en la aplicación de mensajería instantánea. 

“Leí tu mensaje, espero que vaya bien la consulta. Seguramente cuando vuelvas ya me habré ido al trabajo pero te dejo con buena compañía. Compórtate y siéntete como en tu casa, primo. Besis.” 

Sonreí al leer la respuesta de mi prima. De camino para la clínica le había avisado que no pasaba por el apartamento por falta de tiempo. No entendí muy bien que había querido decir con eso de la compañía, pero le resté importancia conociendo lo alocada que era. 

Con ella éramos lo suficientemente unidos a pesar de la distancia que nos separaba. Se había mudado sola hacía unos años a Madrid pero yo siempre fui muy hogareño, fiel a mis tierras y a lo mío. Sin embargo, de todos los primos que somos, cabe aclarar que sin pensarlo podría asegurar ser más de 10, ella y yo teníamos algo especial que no compartíamos con el resto. A lo mejor por la edad, nos llevábamos 2 meses de diferencia, nuestras madres habían estado embarazadas al mismo tiempo y daba la casualidad de que eran gemelas, por lo que atribuíamos nuestra unión en parte a ello. 

La puerta del consultorio se abrió de golpe en ese momento y un hombre alto y calvo sonrió con entusiasmo al verme allí sentado. 

-¿Tú debes ser Gael Fernández, verdad? Tu padre me ha hablado mucho de ti. – Se acercó hasta mí al tiempo que yo me ponía en pie afirmando mi mano derecha al bastón para extender la izquierda hacia él y concretar el encuentro con el típico saludo cordial y masculino. 

-Así es, mi padre también me ha hablado muy bien de usted. – Correspondí a sus palabras y entré a la consulta arrastrando (como no) la maleta que no había tenido más remedio que llevar conmigo. 

       *** 

Poco más de media hora después me despedía de aquel hombre entrado en edad pero del que colgaba una experiencia única en lesiones deportivas a nivel profesional, quedando nuevamente para la siguiente semana, donde ya empezaríamos de lleno con ejercicios y experimentos raros para ayudar a mi pierna a dejar de ser un miembro casi inútil. 

Mi padre me había puesto en buenas manos, lo volvía a confirmar. 

Durante la consulta me hizo varias preguntas, analizó la cicatriz que iba de la rodilla hasta donde empezaba el pie, evaluó movimientos, y me dio un pronóstico de lo esperable de aquí en más. 

Según el Doctor Méndez, podía llevarme entre 4 y 6 meses el tratamiento completo para volver a jugar y estar al 100%. Aquello no me desilusionó, cuando pasó lo del accidente los médicos que me operaron al día siguiente de la lesión habían manejado la posibilidad de no poder volver a caminar bien. Así que todas eran buenas noticias si solo me aseguraban no depender de un bastón para moverme. 

Salí por fin de aquel sofocante sitio al que iba a tener que irme acostumbrando, ya que me verían al menos 3 veces a la semana. 

Era necesario, se lo debía al viejo… me repetía una y otra vez buscando convencerme de eso. 

Papá era un hombre grande, dedicado a su familia y a su campo, sus negocios tenían que ver con ello y pese a que amaba lo que hacía siempre había tenido ese sueño frustrado con el fútbol. Así que un poco me sentía en la obligación de devolverle eso, al menos disfrutando de verme a mí que pudiera sentir que había alcanzado un poco su deseo. 

El fresco del atardecer me dio de lleno, anestesiando la tensión que sentía en todo mi cuerpo a causa del estrés de las últimas horas. No es que fuera un tipo sensible pero habían sido demasiados cambios en poco tiempo. 

Una vez más se me cruzó por la cabeza aquella niña de ojos raros, definitivamente así la recordaría siempre. Una sonrisa se dibujó en mi rostro mientras caminaba por la acera sin apuro alguno, de pronto aquella sensación no estaba tan mal, el aire fresco, los cambios, su recuerdo en mi memoria…sentía calma, mucha calma. 

Caminé varias calles, disfrutando del atardecer, hasta que mis ojos chocaron con un local de comida rápida donde hacían las mejores hamburguesas que jamás había probado según mi propio criterio. 



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En el texto hay: distancia, amor, amistad

Editado: 27.04.2024

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