"𝑶𝒉 𝒚𝒐𝒖 𝒌𝒏𝒐𝒘 𝒚𝒐𝒖 𝒌𝒏𝒐𝒘 𝒚𝒐𝒖 𝒌𝒏𝒐𝒘
𝑰'𝒅 𝒏𝒆𝒗𝒆𝒓 𝒂𝒔𝒌 𝒚𝒐𝒖 𝒕𝒐 𝒄𝒉𝒂𝒏𝒈𝒆
𝑰𝒇 𝒑𝒆𝒓𝒇𝒆𝒄𝒕'𝒔 𝒘𝒉𝒂𝒕 𝒚𝒐𝒖𝒓 𝒔𝒆𝒂𝒓𝒄𝒉𝒊𝒏𝒈 𝒇𝒐𝒓
𝑻𝒉𝒆𝒏 𝒋𝒖𝒔𝒕 𝒔𝒕𝒂𝒚 𝒕𝒉𝒆 𝒔𝒂𝒎𝒆."
𝑩𝒓𝒖𝒏𝒐 𝑴𝒂𝒓𝒔.
Llevábamos dos meses saliendo de manera oficial con Lina. Dos cortos pero intensos meses.
El primer mes juntos la había invitado a una cita real. Eso de vivir juntos no nos había dado la oportunidad de comenzar una relación de la manera más tradicional. Todo se había ido dando en lo cotidiano del día a día.
Así que aquel día, le dejé sobre su cama un girasol (esta vez uno comprado) y por la noche fuimos a uno de los sitios más bonitos de Madrid. Lina vistió un conjunto entero de color rojo, era un demonio con cara de angelito y me había vuelto loco apenas la vi salir de su habitación lista para irnos. Pero me porté demasiado bien esa noche, tanto que apenas le había robado un par de besos durante la cena. Era caballero, la respetaba y la cuidaba, pero no era de madera.
Disfrutamos de esa salida como de otras tantas que planeamos después. Un fin de semana volvimos al río con Julia y Mateo. También repetimos la ida al parque de atracciones, esta vez como algo más que solo amigos. Disfruté de llevarla de la mano, de besar sus labios castamente y acariciar sus mejillas cuando se me acercaba con la intención de que lo hiciera.
Si en algún momento me imaginé en una relación formal, jamás habría resultado como lo que estábamos viviendo con Lina.
A diferencia de otras relaciones, llevar adelante un noviazgo sin el condimento sexual era un logro, al punto de felicitarme mentalmente con cada día superado.
Y es que convivir con tu novia, perfectamente apetecible desde el segundo uno en que asomaba su bonito rostro al amanecer, con los ojos hinchados de dormir y sus morritos fruncidos por el duro despertar, pasando por las noches de fiesta que habíamos compartido, o esas tardes de lectura donde nos tirábamos a disfrutar de algún libro juntos, era jodidamente duro.
En este tiempo juntos conocimos también la capacidad del autocontrol. Maldito autocontrol. A veces era ella la que se obligaba a poner freno y dar un paso al costado. Otras tantas era yo quien debía salir del puto apartamento para caminar unas cuadras y así enfriar los pensamientos con alguna excusa tonta para no delatarme.
Solo eran algunos besos y bastaba para que los dos fuéramos conscientes de que la cosa se podía descarrilar.
Tiempo atrás seguro me hubiese repetido a mi mismo que no era necesaria semejante tortura cuando la vida era tan corta, pero entonces pensaba en ella y en su forma de pensar tan única. Podría sonar loco pero justamente esos pensamientos y esa filosofía de vida tan particular era lo que me hacía quererla cada día más, era lo que me hacía querer ser cada día mejor. Mejor por ella y mejor por mí. En mi corazón no había opción a imaginarme con nadie más a pesar de que pudiera darme lo que Lina quería resguardar, yo estaba dispuesto a todo por ella. Y valdría la pena.
Además, pensándolo bien, ¿acaso no es más idílica, aunque algo utópica, la idea de saberte perdiendo la virginidad en los brazos de quién será el amor de tu vida a qué hacerlo con un extraño, en una noche loca por Pamplona, cuando apenas comenzabas a entender un poco de qué iba la vida y habiendo olvidado cualquier detalle el día después?
Estaba seguro que quería lo primero para Lina. Al contrario de mi experiencia, habiendo sido ese joven de 16 años con una mujer mucho más mayor y experimentada de la que casi no tenía recuerdos. Pero no me arrepentía, todo mi popurrí sexual era parte de que hoy valorara mucho más a la mujer que tenía a al lado.
Lina detuvo la lectura y giró su rostro para mirarme. Hice lo mismo en señal de atención hacia ella.
- ¿Me estás escuchando o andas en Narnia? – La voz dulce y cansada de mi chica cuestionó mi notoria distracción haciéndome sonreír.
- Es imposible no escucharte. ¿Quieres que yo lea un poco? – Asintió pasándome el libro y cerrando sus ojos para oírme atenta. Era mi turno.
Habíamos tomado como costumbre al atardecer, cuando no había otra cosa por hacer, tirarnos por algún rincón de la casa a leernos. Si algo me había contagiado Lina era el gusto por los libros. Es cierto que no soy un fanático capaz de ponerme a leer novelas antes de quedarme dormido en la cama, pero aquellos pequeños ratos juntos y solos, buscando en las profundidades de lo que leíamos alguna enseñanza, tanto personal como para los dos, era de mis momentos favoritos con ella.
Esa tarde estábamos repitiendo lo mismo una vez más, recostados sobre el suelo de la sala, con las piernas en alto y apoyadas sobre la pared. Julia estaba donde Mateo y de ahí se iba al trabajo, así que estábamos solos.
Retomé la lectura donde la había dejado Lina y repliqué en voz alta las palabras de aquel libro. Habíamos comenzado a leer uno nuevo, de un autor compatriota de ella, llamado Mario Benedetti. A Lina casi le dio un infarto por la indignación que sintió cuando le dije que no lo conocía. Pero la realidad era que fue ella misma quién me llevó por ese mundo. Antes no era capaz de reconocer una novela de un poema, estaba bastante perdido en la materia.
Me detuve en un momento al leer para mí mismo la frase que seguía. Sentí los movimientos de Lina girándose hacia mí para conocer el motivo que había llevado a que dejara de leer.
- Joder, Lina. Esto está escrito para ti. Este tío Mario ha puesto en palabras mi sentir, oye, oye bien…- Carraspeé dándole más color al asunto, pero me había sorprendido realmente.
Volví atrás la lectura y retomé en aquella frase que me había dejado boquiabierto, repitiendo cada palabra pero esta vez en voz alta de manera pausada y sentida, queriendo que Lina recibiera el mensaje como lo había hecho yo.
- “Ella me daba la mano y no hacía falta más. Me alcanzaba para sentir que era bien acogido. Más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano y eso era amor.“- Acabé la frase y dejé el libro abierto sobre mi vientre.