Esquivando al Amor

Capítulo 6. Invasión de sonrisas

—¡Genial! —mi voz salió quizá demasiado emocionada, me aclaré la garganta al notarlo—, iré a buscar unas mantas, que hace frío.

Fui a buscarlas, pero solo había cinco de ellas. Le puse una a Julie y otra a Yannick, quienes estaban compartiendo mi cama, y arropé con dos a Sean, quien estaba ya dormido y temblando en el sofá. Parecía muerto de frío.

Me acerqué a Dexter con la única manta que quedaba en mi mano.

—¿Quieres… compartirla? —sugiere, con mucho cuidado, como si le temiera a algo.

Analicemos rápidamente mis opciones:

  1. Dormir en la cama de mi padre, aunque sin manta.
  2. Dormir en una silla con Dexter, pero con manta.
  3. Dormir ambos en la cama de mi padre, con Dexter y con manta.

Bueno, aunque la opción tres es muy tentativa y mucho más cómoda, no me atrevo a sugerirla; por lo que solo asiento con la cabeza y me hago un lugar en el asiento que está a su lado.

Apoyo mi cabeza en su hombro y me sorprende notar que él ni siquiera se tensa, como pensé que lo haría debido a su conducta más bien tímida.

Luego de ese pensamiento, cierro los ojos. No vuelvo a abrirlos hasta mucho después, cuando el teléfono de la casa comienza a sonar a todo volumen.

No quiero responder.

Finjo seguir dormida, me concentro en mantener mi respiración calmada y mis ojos cerrados para no terminar de despertarme y poder continuar durmiendo. Sin embargo, el incesante sonido despierta a Dexter, a quien convenientemente usaba de almohada.

—Liis, teléfono —-Medio susurra y medio bosteza.

Suspiro pesadamente mientras me levanto. Apenas dejo mi lugar él estira su brazo, como si lo tuviera medio adormilado después de estarle yo tanto tiempo encima de su hombro. Sonrío levemente y me estiro yo también, siento los huesos de mi espalda crujir debido a que dormí un poco torcida.

—¿Sí? —pregunto, aún adormilada, con el teléfono en mano.

—¡Hola, cariño! ¿cómo ha sido tu primer día de clases?

Con los ojos aún entrecerrados, intento enfocar mi vista a las agujas del reloj de la cocina.

—Papá, son pasadas las cuatro de la mañana.

—¿Lo son? Uy, disculpa, el cambio horario.

—¿No viste mis mensajes? —suspiro, no sé si de cansancio o de tristeza. Posiblemente ambas.

—¿Mensajes? 

—Sí, pa, mensajes. Te los mandé hace como siete horas.

—Lo siento, Liis, es que estuve con mucho trabajo hoy, es más, sigo en la oficina y aquí son las ocho.

—Ya veo la atención que le prestas a tu hija —intento bromear y río, pero una lágrima se me resbala por la mejilla.

Él se traga la farsa de que estoy bromeando. Por supuesto, si no puede verme. Escucho una risa femenina contrastar contra la de mi padre, que es más gruesa.

Dexter, que debe saber que entre bromas se asoman verdades, se acerca a mí, preocupado, y yo me limpio rápidamente la lágrima traviesa.

Pero cayó otra, para reemplazar a la que oculté con la palma de mi mano.

—Liis —Sigue riendo mi padre—, no fue mi intención no leer tus mensajes, sabes que soy medio despistado ¿Cómo fue tu día?¿Algo nuevo para contarme?

Escucho a mi papá continuar hablando animadamente del otro lado de la línea, pero lo oigo muy por encima, concentrada más en mis pensamientos y en el sueño que tenía.

—Papá, hablamos mañana ¿Sí? Se supone que debo despertarme en tres horas.

Él se despide y yo cuelgo el teléfono en la pared.

Y Dexter, quien seguía a mis espaldas, pone su mano silenciosamente sobre mi hombro.

Y es lo único que necesito para que otras lágrimas se suelten de mis ojos.

Dexter me abraza y, mientras intento no mojarle el pecho con el goteo de mi nariz, pienso en lo lindo que es ser rodeado entre los brazos de alguien, sentir la calidez del cuerpo de la otra persona en el tuyo. Me invade por un instante el sentimiento de estar protegida entre sus brazos y creo que me siento un poquito mejor gracias a él. Y, si estoy pareciendo una debilucha con esto, siento que lo vale.

Pasados unos segundos, él se aleja. Y yo solo quiero poder repetir esa sensación en bucle hasta que me canse de ella.

—¿Mejor?

Asiento y me aclaro la garganta antes de pronunciar cualquier palabra.

—Lo siento —Y cambio de tema antes de que pueda ponerme peor— ¿Quieres aprovechar e irte?

Eeeem… Bueno, voy a ¿despertar a Sean? Sí, haré eso —Se respondió solo, nervioso, removiéndose el pelo.

—Pediré un taxi para ustedes.

Mientras lo pedía, veía divertida la escena de Dexter y Sean, quien no parecía tener muchas ganas de despertarse y lo único que hacía era mover el brazo. Me daba dolor de cabeza solo pensar en que seguro ni Julie ni Yannick tendrían ganas de despertarse tampoco y que, encima, debería enviarlas a sus casas también. Aproveché y pedí un taxi para ellas también.

Me adentré en mi habitación para buscar en los cajones tres aspirinas para ellos. Tengo cuidado de no pisar a Yannick, quien en algún momento decidió salir de la cama para acostarse ¿en el suelo? Bueno, no cuestionaré sus decisiones.

Tomé las pastillas y salí de la habitación con cuidado de no despertarlas, no quería lidiar con ellas aún, y le di una a Dexter, acompañada de un vaso de agua, para que le ofrezca a Sean.

Me doy vuelta para servir otros dos vasos de agua para Julie y a Yannick. Sin embargo, termino por dar un salto de susto cuando escucho alaridos detrás de mí.

—¿Qué mierda?¿Qué mierda?¿Qué mierda? —repite Sean, muy rápido y a los gritos—¡Mierda!¡Qué frío!¡Ay, mi cabeza!¡Eres un imbécil!¡Mierda!

Dexter estalla en carcajadas ante su reacción. Me toma un segundo comprender lo que sucede: Dexter le había vaciado el agua del vaso arriba suyo.

—¡Dexter! —lo regaño, pero tengo que hacer muchos esfuerzos para contener la risa. Él se encoge de hombros (como diciendo y bueno, no me quedó otra), aún carcajeando, y su risa es lo suficiente contagiosa como para que mis esfuerzos de no reírme sean en vano.




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