—¿Todos tiene algo que decirme? —inquirió Jason cuando se hubo recuperado de la sorpresa inicial. Bloqueó la entrada con su cuerpo, poniendo resistencia a dejarnos pasar juntos.
—De hecho, así es. Esto nos incumbe a todos.
No sin algunos reparos, por fin nos permitió la entrada. Como ya suponía, la casa no estaba más linda por dentro que por fuera. Era de un solo piso y consistía en una habitación amplia que hacía las veces de sala, cocina y dormitorio, sin más separación entre estos dos últimos que una pequeña isla, quizá la única muestra de modernidad en el lugar. Al fondo vi una puerta cerrada, el baño tal vez, y unos metros más allá otra que comunicaba la estancia con la pequeña terraza.
Como mobiliario solo tenía un sofá y dos sillones, una cama, un clóset y un refrigerador. En contraste con la simplicidad de todo lo que nos rodeaba, las paredes estaban pintadas de un azul eléctrico, que hacía juego con el tono celeste de la moqueta.
—Pónganse cómodos. —Señaló el sofá, y no me pasó inadvertido el matiz sarcástico de la frase. Al ver que ninguno se movía, agregó—: Oh, cuánto lo siento, de seguro el lugar es demasiado paupérrimo para chicos como ustedes. ¡Mis disculpas —exclamó al tiempo que apartaba un empaque de galletas olvidado en el sofá y lo tiraba por ahí—, pero no esperaba invitados!
A juzgar por su actitud y lo dramático de cada movimiento que hacía, Jason no estaba de humor para recibir visitas. Pero yo tampoco estaba de humor, y no iba a permitir que aquel idiota con aires de grandeza se hiciera la víctima.
—No me importa el estado deplorable en que se encuentra tu casa. —Atraje su atención, y por un instante me pareció ver tristeza en su mirada. Me convencí de que solo fue mi imaginación, ya que alguien así no iba a sentirse herido solo por resaltar lo obvio de su condición. Me crucé de brazos para ocultar el temblor de mis manos—. Quiero saber por qué lo hiciste.
Su cara demostró un desconcierto genuino, y fue entonces cuando descubrí que Louis no era el único actor bueno en la sala.
—¿Hacer qué? —Habló lento y con más seriedad que antes. Por fin se dio cuenta de que no estábamos bromeando. No tenía la paciencia suficiente para ese teatro, pero Víctor apoyó una mano en mi hombro para detenerme de lo que fuera que pensaba hacer al acercarme a Jason.
—Las cartas —soltó el pelirrojo a modo de explicación. La comprensión se reflejó en las facciones del otro chico.
—Ah, de eso querían hablar. —Sonrió viéndome a los ojos—. Divertidas, ¿no crees?
El cinismo de su voz fue suficiente para que me soltara del agarre de Víctor y me lanzara directo a Jason.
—¿Cómo puedes estar tan tranquilo después de lo que me obligaste a hacer? —Cerré los puños en su camisa para que no se alejara. Me sobrepasaba unos quince centímetros, así que lo atraje aumentando la presión en la tela. Buscaba en su rostro aunque fuera una pizca de remordimiento, pero solo mostraba incredulidad y sorpresa por mi ataque.
—¿Todo este alboroto porque te entregué un par de cartas? —respondió con otra pregunta.
¿Por qué juegas conmigo de esto modo…? La maldita canción de Víctor no salía de mi cabeza, por lo que solo pensaba en incoherencias relacionadas con la letra y no era capaz de rebatir prudentemente. Y eres bastante encantador, un hombre…
Tal vez esto último no lo dije en voz alta, pero puede que murmurara las palabras y Jason llegó a escuchar algo, porque enarcó una ceja y se inclinó para que los chicos no lo oyeran.
—Creo que estás perdiendo el hilo. —Su cabello se rizaba un poco en las puntas y estas me hicieron cosquillas en la frente cuando se agachó para hablar. Me aparté como si la camisa que sostenía entre las manos se estuviera quemando, no sin antes darle un empujón que lo hizo trastabillar, más por lo inesperado del movimiento que por la fuerza empleada.
Una mirada fugaz a mi espalda confirmó que mis amigos no escucharon nada del reciente intercambio de frases.
—No fueron solo cartas. —Retomé la conversación con su última pregunta—. Es lo que pasaba en la noche cuando las leía.
—Conque ahora lo recuerdas —musitó para sí mismo, pero lo suficiente alto para que todos lo oyéramos.
—Así es, y si lo hubiera sabido desde un principio pude haberte detenido. —Lo miré con desprecio y él siguió tranquilo.
—No veo cuál es el problema —dijo sin inmutarse—. Esos chicos querían divertirse, ¿no? Yo solo estuve allí para ayudarlos.
Había apartado la vista un momento, pero giré la cabeza de golpe con su última frase.