Cuando llegué de nuevo al salón, me senté en el sofá donde Luna miraba avergonzada como Alexander destrozaba "Jingle Bells" junto a su padre y su suegro y recé porque nadie notara el estado de nervios en el que me encontraba. Cuando escuché ese "no es mi novia" estuve a punto de mandar mis miedos al infierno y besarle, pero no lento como a él tanto le gustaba, sino con el ansia que guardaba desde hacía meses, sin importarme quien nos viera y convencerme de que sí podía ser, que podíamos tachar de nuevo los días en mi calendario, sin que esta vez vencieran mis demonios.
Pero no pude, aunque me mirara como Alexander miraba a Luna, porque ganó mi realidad, la certeza de no querer volver a mi mundo, ese en el que nada me dañaba porque nadie podía entrar, ese que era muy gris y lluvioso y en el que el arco iris no existía.
Esperé varios minutos a que Gabriel apareciera en la puerta de su salón, pero fue en vano. No volví a verlo esa noche y reprimí las lágrimas, cuando vi a Alexander hablar por teléfono y decir "No te preocupes, yo se lo digo" para tras colgar, acercarse a sus padres y decirles en voz baja, que Carla le había llamado y volvería más tarde.
Mentira. No le llamó. Fui yo la que lo empujó a sus brazos, por dejar que el miedo volviera a ganar y tal y como me había dicho, no volver a verle hasta año nuevo.
Diego y Maika, ya eran abuelos de una preciosa niña de 6 meses, que llegó totalmente por sorpresa cuando su hija pequeña de 16 años les confesó entre lágrimas que se había quedado embarazada del imbécil de su novio, que al saber la noticia la había dejado tirada negando que fuera suya. Pero ellos, que son lo que todo padre debiera ser, solo la abrazaron y le dijeron que por ellos, ese idiota podía emigrar a Groenlandia, porque a su hija y a ella no le iba a faltar amor mientras vivieran. Y esa primera Navidad quisieron que fuera inolvidable para todos y aquel año, cerraron el local hasta después de Reyes.
Pasé las fiestas en mi montaña, con noches a lo "Ferrer", con mis primos y sus pequeñajos, con mis vecinos del pueblo y esperando de nuevo en vano, esa llamada de un diablo que me prometió hacerme repetir su nombre entre gemidos.
Una tarde, recibí la notificación de que me habían agregado a un grupo de WhatsApp y al ver que el nombre del grupo estaba en inglés, me lancé a por el teléfono a desbloquearlo y ver qué era.
"¡No nos gusta la rubia!"
Ese era el nombre del grupo al que las hermanas de Gabriel me habían agregado no solo a mí, sino también a Luna, la cual ya estaba escribiendo cuando entré. Entre emojis de carcajadas, les decía a Chloe y a Erin que la "rubia" era buena chica, muy joven , pero buena chica. Ellas seguían a lo suyo, poniendo gifs que enfatizaran su disgusto y me animé a escribir también.
Alma: Hola a todas.
Erin: Alma! Chloe decía que abandonarías el grupo en cuanto lo vieras! Me debes una cena, Chloe!
Chloe: Pero yo elijo sitio... Hola Alma!
Luna: ¡Hola Alma! Bienvenida al apasionante mundo de la familia Blake, los que deben tener ya unos 10 grupos de WhatsApp distintos que van usando según la época del año...
Erin: Solo tenemos 5 exagerada...
Chloe: Y los usamos todos! Pero no nos desviemos del tema! No nos gusta la rubia para Gabe, mi hermano tiene el gusto en el culo.
Erin: En la punta de la... más bien, que es con lo que piensa, para haberse liado con esa niñata.
La conversación duró una hora más, durante la cual Luna intentaba suavizar las palabras de sus hermanas, mandándome mensajes privados pidiéndome que no les hiciera caso. Al contrario de lo que mi pobre Luna pensara, me estaban haciendo pasar una buena tarde, me reía, no contestaba porque Erin y Chloe monopolizaban la conversación y no pensaba en nada, me dejaba llevar. Hasta que llegó un participante inesperado.
Gabe: A ver, Úrsula y Maléfica... ¿Se os ha olvidado que al primero que habéis agregado ha sido a mi? Toda la p*** mañana escuchando notificaciones, mientras estaba de compras con vuestras hijas ¿Os acordáis de ellas?
Escupí el té que me estaba bebiendo y empecé a reírme como hacía tiempo no lo hacía, mientras Luna me mandaba otro privado que decía "Voy a por palomitas y a por Álex" y nos convertíamos en espectadoras del debate Blake sobre si Gabriel tenía o no el gusto en los genitales, con sus hermanas enumerando lo que ellas llamaban "errores" y él, defendiéndose como podía.
Esa noche no me costó dormirme, pero puntual como cada madrugada, el gallo de la casa de los vecinos comenzó a cantar a las 3.00 am y a las 3.00 am de mi reloj, ese que siempre iba con diez minutos de retraso, y mientras fuera llovía, sonó mi teléfono.
— Buenas noches Gabriel—