A las 00.11h del día 5 de Enero, le mandé un mensaje a Alma felicitándola por su "Cumpleaños", con 11 minutos de retraso, para que en su reloj las agujas marcaran las 00.01h, pero no recibí respuesta.
Luna y Álex estaban todavía en Cádiz, desde donde me llenaban el móvil de vídeos de la pequeña Alma, que sonreía y balbuceaba al escuchar mi nombre, de sus padres brindando con los míos, que volvieron conmigo de Galveston hacía 3 días y me senté en el sofá del salón con una manta mullida y una cerveza, pasando películas hasta decidir cual vería.
A las 2.00am sonó el timbre y con fastidio me levanté a abrirle a los del primero que llevaban toda la noche desde que había terminado la Cabalgata de Reyes dando un fiestón en su apartamento. Pero al abrir me encontré a Alma.
No dijo nada, yo me había quedado absorto mirándola sin entender qué hacía en mi casa de madrugada, cuando debería estar con su familia celebrando su renacer. Cerró la puerta tras ella y se lanzó a mi boca, besándome con el ansia que ambos habíamos reprimido durante demasiado tiempo.
—Sólo será esta vez— me dijo cuando por fin reuní la cordura para intentar pararla y mientras le sujetaba la cara para que me dejara mirarla, repetí con ella "Sólo esta vez..."
Cogí a Alma de la mano, tal vez demasiado fuerte, pero el miedo a despertar del sueño en que seguramente me encontraba ganó la partida. Entró primero a mi habitación, en silencio, porque la promesa que me hizo en la puerta fue lo penúltimo que nos dijimos. Cerré tras de mí, la miré mientras se desnudaba sin apartar sus ojos de los míos y la imité. Se metió bajo el edredón de plumas y me tumbé a su lado sin tocarla, hasta que comenzó a acariciarme la barba y le besé la palma de la mano.
Era real, ella estaba allí de nuevo, conmigo.
Me acerqué a su boca y busqué su aliento, besándola como siempre me gustó, lento para grabar cada célula de sus labios en mi piel y ella se pegó a mi cuerpo, despertándolo con su calor. Cuando comencé a acariciarla, Alma cerró los ojos suspirando y me imitó, acariciando primero mi pecho y buscando después más allá hasta llevarme al punto de apartarle la mano y besarla con dureza para asegurarme de que seguía despierto, dándole a mis dedos el control de su respiración y haciendo que abriera los ojos, mientras entre gemidos me daba permiso para hacerla mía.
La giré hasta dejarla sobre mí, buscando su espalda con mis manos para recorrer su columna con las yemas de mis dedos, erizando su piel a mi paso hasta llegar a sus muslos, que retuve con mis manos para guiarme hasta su interior, dejándole ser quien me guiara al abismo que llevaba su nombre. Ese que mi mente repitió sin cesar mientras se movía sobre mí y yo acariciaba su cuerpo, sin atreverse a pronunciarlo en voz alta con el miedo de hacerla desaparecer y mirándola a los ojos, me dejé llevar por "La petite mort" arrastrándola conmigo minutos después sin dejar de tocarla ni un segundo. Alma juntó su frente con la mía y en un susurro, por primera vez le escuché "Te quiero".
Esa noche nos prometimos que solo pasaría "Esta vez"...
Pero a nosotros, nunca se nos dio bien cumplir promesas.
Tras despertar con el sonido irritante de un teléfono inoportuno, me sentí como la protagonista de la película de los domingos por la tarde, la que toca con cuidado el espacio vacío a su lado en la cama con la esperanza de encontrar un retazo de calor.
Esa mañana, Alma me convirtió en el que toca en vano y se despierta de nuevo a la realidad de que no estábamos juntos y la que llamaba con insistencia, era otra.
— Buenos días, Carla— contesté con calma y aparté el teléfono cuando su respuesta no fue lo que esperaba.
— ¿Y me contestas tan tranquilo?— replicó alterada, demasiado para mi gusto —¡¡Dos días llamándote!! Dos días Gabe y no te has dignado a contestar ni un solo mensaje de los que te he enviado ¿A ti te parece normal?— Respiré hondo y exhalé sonoramente, me cansaba esa actitud y ya era hora de ponerle un alto a su actitud.
— Lo que no me parece normal es que no me escuches.— Carla calló durante 1 minuto. Lo supe porque me dediqué a mirar el despertador mientras ella me daba una tregua. — Porque esta escena, aunque merecida porque no tengo justificación, me sobra mucho Carla y si quieres, vienes a casa y te explico porqué o quedamos en algún sitio y te lo explico allí.
Y me colgó. Y me lo volvía a merecer, estaba seguro. Pero en mi cabeza, las imágenes de la noche anterior ocupaban todo el espacio y poco me importaba haberme portado como un cabrón con ella.