Estaciones del Corazón

5: ¿Thomas siente algo por mí?

Por suerte, sí, suerte, él tomó mis palabras como unas irónicas y ficticias, y no como lo que son, verdades profundas y ocultas. Respiré hondo y abrí mis brazos con una risa posada en mi rostro, habiendo bajado ya del auto y apreciando, del mismo modo, la fachada de mi “hogar, dulce hogar”.

—Dime, ¿cómo se ve el cielo? —preguntó Thomas con cierta nostalgia.

Al verlo serio y distante, tomé su mano y entrelacé nuestros dedos, lo miré fijamente y detallé cada una de sus perfectas facciones. Desde ese rubor en sus mejillas, esa sorpresa mágica en sus ojos y lo rojo de sus orejas, hasta sus espasmos y sus latidos vehementes; pese a que la luz del día haya quedado rendido frente a la belleza misma, podía dibujarlo perfectamente con mis ojos y la luz de los faroles de mi mansión.

—Es… la oscuridad densa y nigérrima, en donde solo algunas pequeñas estrellas pueden brillar, no hay luna, pero, tal como un dolor fantasma, está, oculta, muy oculta, está y busca el momento en donde pueda reencontrarse con su viejo amor, el sol —contesté con un tono más untuoso.

—Amelian… —Al decir mi nombre su rostro se dirigió hacia el cielo, sin embargo, en esta ocasión, su sonrisa era deslumbrante—… debes ser también una estrella, ¿verdad?

—¿Por qué dices eso? —pregunté con sorna.

—Porque cuando estoy contigo no siento frío, y brillas, muy fuerte, brillas y enloqueces mi corazón de ardor.

No pude evitar verlo embobada por sus palabras tan dulces y cálidas. Pero fingí desinterés.

—¿No temes quemarte? —cuestioné.

—No… Contigo me siento capaz de todo, así que… no temas en abrasarme con tus llamas y aburarme, porque, por ti, puedo ser capaz de revivir para vivir con el perpetuo dolor de tus llamas.

Me quedé muda, ¿qué podía responder ante tal confesión?

Giré mi rostro y vi la puerta de mi hogar, suspiré y bajé la cabeza con estrés y culpa. Usar a Thomas no era una opción, no con tal bondad en su corazón. Fue entonces cuando desistí de la idea de “usarlo”, aunque, ya era demasiado tarde, nuestra desdicha había comenzado frente a las puertas de la mansión de Amelian Cánder, a quien Thomas le revelaba el gran aprecio que sentía hacia ella con tan solo sentir su presencia con él.

—¿Eso fue un cumplido? —dije, yendo hacia una respuesta segura.

—¿Un cumplido? —repitió, luego sonrió y trató de no hacerlo, pero le fue imposible, así que mordió su labio—. Tienes una voz cautivadora, eso es un cumplido —explicó.

—¿Te parece si entramos? Porque si continuamos hablando de cumplidos y confesiones pasionales dudo poder encontrarle un final —admití.

Reímos juntos e ingresamos a casa, una de las sirvientas fue la que abrió la puerta y nos saludó con respeto. Mientras avanzaba por las losetas del suelo sentía la mirada penetrante en mí, una mirada que solo podía ser... Detuve mis pasos y tomé la muñeca del dulce joven de sonrisa afable.

—El cuarto de entrenamiento está en el segundo piso —con aquellas palabras insinuaba que prefería estar a solas con él que en compañía.

—Oh, está bien, vamos.

Reí. No se había dado cuenta de mis intenciones, ¿era así adrede? ¿O realmente estaba absorto del tema?

—¡Oye, tú! —llamé a una sirvienta de la que desconocía su nombre, bueno, no conocía el de ninguno, para mí la servidumbre, era solo ello—. Atiéndeles y procura que se sientan augustos.

Fue allí cuando vi la expresión de terror en el rostro de Thomas.

—Como usted ordene, señorita Amelian.

Secó sus manos en sus pantalones de vestir y acomodó sus cabellos con poco disimulo. Jugábamos con fuego, sin saber que terminaríamos carbonizados.

Me adueñé de su brazo al ir con todo sobre él, abracé su brazo izquierdo y subí a lado suyo por las escaleras. Por lo que veíamos, no era solo yo la emocionada por esa nueva experiencia.

—Aún sigues mojada —mencionó al sentir la humedad en mi vestido.

—Oh… vaya, ya lo había olvidado —contesté sonriente.

—¡¿Olvidarlo?! ¿No sientes frío?

—Viví en Canadá cierto tiempo, en mi infancia, así que estoy acostumbrada a temperaturas bajas.

—Aun así, deberías cuidarte mejor, podrías tomar algún resfriado.

—Me vacuné contra la gripe.

—¡Ja! ¿Si tienes una armadura, y estás en medio de una guerra, piensas quedarte y no esconderte?

—Si estoy en la batalla es porque soy una guerrera y debo luchar, ¿no lo crees?

—Sí, pero~ ¡Ese no era el punto!

Pellizqué su mejilla y la sonrisa de su rostro se borró por la sorpresa.

—Iré a cambiarme —informé abriendo la puerta de una de las habitaciones. Entré en compañía suya e hice que se sentase en el sillón de cuero—. Quédate aquí, no tardaré, ¿está bien?

Él asintió y salí de la habitación, pero antes de hacerlo lo vi por última vez.

—Si rompes algo, no te preocupes, todo aquí no tiene algún valor —hablé sin cerrar la puerta.




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