Estambrisueños

ESE DÍA

11 de enero de 2017

No había sido nada fácil desde que mamá había enfermado, Akaito, mi hermano y yo tratamos de tenerla lo más cómoda posible. Por ello, ambos nos esforzamos en ahorrar nuestro último centavo para mudarnos a una casa propia y ella pudiera tener su propio cuarto. Después de muchos sacrificios y préstamos, lo logramos, no era una casa muy grande pero era lo suficiente espaciosa para tres personas; por dentro tenía un estilo rústico y bastante acogedor, las ventanas eran amplias y las habitaciones estaban alfombradas. Entraba la suficiente luz en los cuartos pero no mucha en la planta baja, lo que le daba un aspecto sobrio; por fuera estaba pintada de color caoba y el techo era  de cedro con un bonito jardín al frente y un espacioso patio atrás.

 

Mi madre fue alojada en el cuarto más grande, dado que requería una cama amplia y diversos objetos para su cuidado, ya que sus dolores no le permitían caminar o bañarse por sí sola, por lo que mi hermano y yo lo decidimos de aquella forma para que fuera lo más cómodo posible, tener todo a su alcance. Habíamos acondicionado el cuarto con una pantalla de televisión con cable, una laptop y un librero para que ella pudiera distraerse y olvidarse un poco su enfermedad, la que de forma lamentable, le hacía padecer unos horribles dolores en sus huesos que no le permitían mover con libertad sus extremidades ni desplazarse hacia ningún lugar, con ello, también su personalidad había cambiado radicalmente volviéndola una persona intolerante e irritable. Extrañaba ver su sonrisa pero ésta había desaparecido completamente, rara vez la encontraba de buen humor, por lo que muchas veces discutimos y terminamos peleando; la mayoría de esas veces me encerraba en mi cuarto para que ella no me viera llorar parecía en todo momento enojada conmigo,  como si tuviera la culpa de lo que le había pasado.

 

Pocas personas solían visitarnos, entre ellos mi padre quien periódicamente venía a traer una que otra medicina para mi madre, pero en lugar de que su presencia me confortará, me hacían sentir miserable; me hablaba como si no cuidará bien de ella.  La enfermedad de mi madre no solo la estaba enfermando a ella si no a mi también de otras formas que no eran tan visibles, sentía que nadie entendía mi posición de no ser por mi hermano y mi tía, más esta última que luego de jubilarse cuidaba a mi madre por las mañanas en lo que yo regresaba del trabajo. Me sentía más tranquila con ella en casa que contratando una enfermera desconocida, mi tía sabía lidiar con el carácter de mi madre y ella parecía más moderada con su presencia.

 

Un día después del trabajo, regresé y encontré a mi tía cuidando de ella,  como de costumbre. Así que las deje estar solas y relajarme en la sala, de ser posible no quería que se enterara que ya había regresado, me dirigí a la cocina para prepararme un café cuando oí un revuelo en el cuarto. Inmediatamente dejé lo que hacía y subí corriendo las escaleras, lo que me vi me dejó boquiabierta  mi mamá estaba de pie por su cuenta, ayudada de la mano de mi tía, pero al fin de pie.

 

—Mamá...—dije sin creerlo con una especie de alivio y preocupación.

 

—Puedo levantarme, puedo caminar, otra vez— dijo ella alegre, vestida en una ligera bata color rosa. Había bajado demasiado de peso y sus brazos lucían delgados, su cabello largo y grisáceo le caía de forma desacomodada en sus hombros y en el puente de su nariz sus siempre e inseparables lentes. Sonreía como hacía mucho no lo hacía, tanto que ya no lo recordaba.

 

—Mamá esta bien, pero debes tener cuidado, no debes forzarte, por favor regresa a la cama— le pedí preocupada, temiendo que sus huesos se forzaran y le causarán más dolor después.

 

—¡Tú no quieres que camine!— gritó y su sonrisa se esfumó en un instante.—¡Ya me gustaría que sintieras mi dolor y pasarás por lo que estoy pasando! ¡Quieres tenerme ahí encerrada para que no te moleste!—

 

Sus palabras me hirieron y las lágrimas que había tratado de contener amenazaban por salir.

 

—¡Eso no es cierto! Solo quiero que no te hagas daño, estoy preocupada. No debes forzarte, por favor— le expliqué.

 

Mi tía trató de calmarla pero mi mamá soltó más injurias y temí que se resbalara. En ese momento escuché la puerta de la entrada principal abrirse y sentí alivio, se trataba de mi hermano que había llegado del trabajo antes de lo esperado.

 

—¿Qué pasa aquí?— preguntó Akaito con una voz autoritaria subiendo rápidamente la escalera. Supuse que había oído toda la discusión desde la entrada.

 

—Yoru, es Yoru que solo quiere tenerme encerrada en ese cuarto. Mírame estoy caminando, quiero ir a la planta baja— le dijo a mi hermano.

 

Yo lo miré sin decir nada, ambos tenían que entender que forzarla a caminar era arriesgado pero mi hermano me puso una mano en el hombro y se acercó hacia mi oído para susurrarme.




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