Estambrisueños

15 SEGUNDOS

17 de junio de 2017

Llovía a cántaros, mi paraguas estaba roto y mis ropas estaban empapadas pero aquello no me importo, tan solo quería llegar a la banca donde solía sentarme con él.  Necesitaba hacerlo, quería llorar en aquel lugar porque era lo único que me quedaba de nuestros recuerdos juntos. En ese lugar fue donde nos conocimos y también, donde nos vimos por última vez, solíamos platicar de nuestros sueños y nuestras metas a futuro que con el tiempo y con mucho esfuerzo se volvieron realidad pero también, nos distanciaron lo suficiente para no vernos nunca más.

Cuando eres joven no te das cuenta de lo amplió que es el mundo ni lo corta que es la vida, crees que siempre tendrás tiempo de hacer lo que quieres y nadie te dice que no es cierto, que a veces solo hay un momento para hacer las cosas y yo aprendí aquello con él, porque jamás le dije que amaba su forma de ser, ni que sus ojos desprendían un brillo sin igual al hablar sobre las cosas que amaba y que, cuando tomaba mi mano de forma tímida, mi corazón no paraba de palpitar. Éramos tan jóvenes e inexpertos que nos amamos en secreto sin atrevernos a decir una palabra al respecto.

Durante mucho tiempo guarde estos sentimientos y me decidí a olvidarlos porque no me atrevería a romper el perfecto equilibrio que había entre los dos y que a pesar de la distancia, aún conservamos ese agradable lazo de amistad que siempre nos unió. Me mentí a mi misma diciendo que pronto encontraría alguien más y que aquellos sentimientos solo eran recuerdos y ya; que el primer amor siempre florece hermoso pero muere prematuramente. No había un futuro para nosotros.

 

¡Que equivocada estaba!

 

Ahora, sentada en esa banca, llorando por su muerte, lamenté no haberle dicho la verdad y me enojé conmigo misma de no haber luchado más contra esa distancia que nos fue separando. Me sentí impotente porque ya no podría volver a sentarme en esa banca a su lado.

 

—Tan solo una oportunidad, tan solo una  vez, quiero decirtelo. No quiero que hayas muerto sin saber cuanto te quise… sin saber cuánto fuiste amado...— susurré entre lágrimas entrelazando mis dedos en una plegaria, mientras alcé el rostro para que la lluvia me diera de lleno.

 

En ese momento, la luz del farol  que alumbraba la calle empezó a parpadear hasta que se apagó completamente y quede sumida en la oscuridad. Escuché el autobús aproximarse pero no pude ver sus luces delanteras, tan solo cuando se detuvo frente a la parada y abrió su puerta corrediza, la luz de su interior me deslumbró que tuve que cubrirme con ambos brazos para evitar que me cegara.

 

—Bienvenida viajera— me saludó una alegre conductora uniformada de extraño cabello color azul cielo y ojos violeta.

 

—Mi nombre es Su Yan y estoy aquí para llevarte a tu destino—dijo quitándose el sombrero a modo de saludo y me invitó a subir.

 

—¿Mi destino?— pregunté confundida mientras asomaba la cabeza para ver si había algún otro pasajero en el autobús.

 

—Solo tienes una oportunidad para cambiar las cosas— contestó ella cambiando su tono de voz.— Solo 15 segundos y no más, es todo lo que te daré.—

 

Al principio no entendí a qué se refería pero en ese momento recordé lo que había rogado; la plegaria que hace poco había hecho. ¿Y si algo o alguien me ofrecía la oportunidad para enmendar mi error y esta era una oportunidad única en la vida para decirle a él la verdad de mi corazón? ¿Qué estaba dispuesta hacer para lograrlo? ¿Tendría valor esta vez?

 

Comencé a pensar un montón de posibilidades desde que tal vez estuviera alucinando hasta que estuviera soñando en mi cama. Fuera real o no, deseaba hacerlo.

 

—¿Cuánto cuesta el pasaje?— fue todo lo que pregunté poniendo un pie en el interior del autobús, sabiendo de antemano que algo así no sería gratis.

 

—Chica lista, me agradas— dijo la conductora sonriendo maliciosamente—15 segundos cuestan 15 años menos de tu vida ¿Lo tomas o lo dejas?— dijo colocando las manos sobre el volante y fijó su vista al frente.

 

—Acepto— respondí sin dudar entrando al interior del transporte.

 

—Ni siquiera dudaste pero no sé si eres valiente o muy ingenua—dijo poniendo en marcha el motor y me miró por el retrovisor.

 

—Pronto lo descubriremos— le respondí tomando lugar en uno de los asientos del frente.

 

El autobús comenzó andar y al principio, no me pareció fuera de lo normal. A través de las ventanas podía ver mi vecindario hasta que llegado un punto, la luz del interior comenzó a marearme y me provocó  somnolencia hasta que finalmente cerré los ojos cansada. No se cuanto tiempo estuve en ese estado pero el insistente sonido del claxon me despertó.

 

—Hemos llegado señorita—dijo la conductora mirándome por el retrovisor mientras me indicó con un ademán de mano los 15 segundos pactados. —Tu tiempo cuenta a partir de que pongas un pie fuera de aquí y deberás regresar antes de que termine el tiempo, no más, no menos. Si te quedas más, te cobraré el doble para regresarte a tu época aunque no sabría decirte en qué condiciones.—




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