5 de mayo de 2018
No era ella. Era yo, era mi rostro, mis labios, mi cuerpo con moretones y heridas; era mi corazón destrozado y la mitad de mi alma herida. La vi durmiendo dentro del féretro tan impávida mientras todos lloraban su partida y acomodaban botones de flores en su cabello, su maltrecha sonrisa parecía burlarse de lo que sucedía.
Era la niña buena, era la niña amada, la niña más gentil; el tipo de persona que te perdona aunque le has apuñalado el corazón. Precisa e irónicamente fue eso lo que la mató, una puñalada en el corazón a manos de un ser que dijo amarla.
Mientras todos se lamentaban yo me contagie de su sonrisa y comencé a reír. Creyeron que enloquecí de dolor, aquellos ignorantes no entendían su última petición ¿Cómo podrían? La que mejor la conoció fui yo, porque cuando el mundo no la miraba brillante y amable, yo era su oscuridad; yo la abrazaba al final del día, la consolaba de las heridas y fuí a quien llamó en su último día.
¿Has oído las palabras de alguien que sabe que va a morir y aún así te dedica unos agradables palabras reconfortantes cuando ella está en el precipicio? ¿Sabes el peso de aquellas palabras? El saber que en ese momento no había nada que pudiera hacer algo por ella para salvarla, mientras la línea de la bocina se llenó de sus gritos y lamentos. Y que, con cada golpe que le daban no solo la destruyeron a ella, me destruyo a mí y removió mi verdadera naturaleza; porque mientras ella era bondad, yo si que era la maldad. Nunca existieron dos seres tan disparejos que necesitaran de la presencia del otro para existir, pero así era, y si alguien me la había arrebatado, ese alguien tendría que pagar, porque a la maldad le gusta jugar, disfrutar, acechar antes de llegar al delicioso clímax de matar.
La venganza es un plato que se espera a comer frío, se espera el momento adecuado para hincar el diente en él y saborear parte por parte; solo los estúpidos lo toman de un tajo. Sabía lo que tenía que hacer cuando la ví, salí del funeral ante la mirada expectante de todos los presentes y supe bien hacia dónde ir. Llevaría tiempo y preparativos, demasiados pero ese desgraciado lo valía; como siempre, la maldad tendría que disfrazarse con el rostro de la bondad para dar la puñalada por detrás.
Mi nombre es Kurotsuki y mi hermana Hikari está muerta. La mató su amabilidad desmedida, sus modales perfectos, su corazón que no sabía odiar y sus ojos que no sabían ver la malicia de los demás. Yo no soy ella, no soy piadosa, suelo odiar, tiró a matar, mis alma y mi cuerpo conocen bien a la maldad; lo único bueno en mí, era ella que me amaba por lo que en verdad era. Pocos sabían de mí, porque así yo lo quería.
¿Por qué mostrar frente a los demás un rostro idéntico al de ella pero con una alma retorcida en su interior? Nunca fue mi deseo eclipsar su luz con mi oscuridad pero a partir de hoy sería ella.
Hablaría y actuaría como Hikari.
Cuando éramos pequeñas era fácil que yo tomara su lugar pero ella no el mío. Me gustaba fingir ser ella aunque nunca por demasiado tiempo. Su corazón lleno de amor desmedido por los demás, era demasiado pesado y difícil de cargar dentro de su pecho; la ataba a otros que no siempre le recompensaron sus buenas acciones; en esos momentos, venía hacia mí llorando sus penas. Jamás le reproché nada, aunque las ganas nunca me faltaron. Tan solo escuchaba sus lamentos mientras acariciaba su hermoso cabello, limpiaba sus mejillas y besaba la coronilla de su cabeza.
Su alegría era suya, su dolor era mío .
“Todo estará bien” le decía y con eso me refería a que yo me encargaría que fuera así.
Más de una vez la protegí y en una ocasión me excedí… O mejor dicho, la gente y mis padres lo creyeron así pero ellos no estuvieron ahí, no supieron lo que realmente pasó…
Mamá y papá me gritaron, estaban hartos de mi personalidad indomable y problemática. Arreglaron las cosas a mis espaldas y me enviaron lejos. Hikari les suplicó, les explicó pero ellos habían esperado ese momento, el momento ideal para deshacerse de la pieza que no embonaba en su familia. Y por primera vez estaba de acuerdo, yo también quería irme y encontrar mi verdadero lugar…
Lo único que me dolía era ella, mi querida hermana. ¿Quién la cuidaría de la malicia del mundo ahora que estuviera lejos? Supuse que ellos, supuse que sus amigos. Supuse y ese fue mi error. Cuando los verdaderos problemas tocaron a su puerta, no hubo nadie a quien ella pudiera acudir. Fue así precisamente, como ese hombre llegó a su vida, tocando a su puerta y ella le abrió sin sospechar que cuando la luz es tan brillante en una persona siempre hay alguien que la busca robar.
El nombre de esa basura, era Kuzo. Era… porque ya me he encargado de él. Aparecí un día en su camino con el rostro, con el andar, la sonrisa y la amabilidad de mi hermana. Él se sorprendió de verla con vida en mi cuerpo y en su lascivo orgullo, olvido que la asesinó. Creyó en verdad que yo era ella y comenzó con su estúpido ritual: Regalos, cartas, invitaciones a salir, llamadas insistentes, amenazas y un día finalmente actuó. Me acorraló en la oscuridad en la casa de mi hermana sin saber que lo que había arrinconado era peor que él…
Cuando termine, le dibuje una sonrisa en el rostro justo como la que tenía Hikari mientras dormía tranquila en su ataúd.
—Son dos… Son dos...— musitó exhalando su último aliento mientras se ahogaba en su propia sangre.