Pero el destino juega sucio.
Clase tras clase, hora tras hora ese sentimiento no desapareció.
Una sonrisa, una mirada, cualquier cosa era suficiente para ambos.
Pero él no se aprovecharía de ella.
Y ella no lo pondría en peligro.
Era lo que cada uno se debía recordar cada día para evitar saltar a los brazos del otro, aún con la incertidumbre de los sentimientos del otro, los cuales desconocían.