Esa misma tarde empezó lo verdaderamente duro. Un llano se abría en la montaña a un par de kilómetros del campamento. Habían aprovechado ese lugar para formar un lugar de entrenamiento. A veces era una pista para correr, otras era utilizado como campo de tiro. Ese día habían colocado un buen puñado de armas sobre una larga mesa. Todos los nuevos reclutas estaban allí, puestos en una desaliñada fila. Régulo y Vega serían ese día los instructores. Adhara, la médico del campamento, se mantenía atenta esperando no tener que usar sus conocimientos. Spica también se mantenía pendiente de todo lo que ocurría en el lugar.
- Todos vosotros habéis elegido estar aquí por voluntad propia. - Empezó Régulo recorriendo la fila de reclutas de un lado a otro. - Pero tenéis que entender que en el campamento estamos en constante peligro y todos, incluidos los miembros de la División de Inteligencia, debéis estar preparados para defender el asentamiento en todo momento, pero ante todo, tenéis que aprender a defenderos vosotros mismos. - Régulo caminaba con porte erguido en frente de los reclutas. - Esto es un arma. - Dijo levantando la pistola, que llevaba guardada en la funda de su cinturón, y apuntándola al cielo. - ¡Esto no es un juguete! - Gritó disparando el arma al aire. Deneb no pudo evitar soltar un chillido que quedó mudo por el sonido del arma. Otra de las muchachas se agachó y encogió del susto. Él la miró sorprendido, quizá había sido muy brusco haciendo aquello, al fin y al cabo no eran soldados. Régulo era un hombre de buenas intenciones, pero no muy... sutil. - Levántate. - Le dijo con toda la dulzura que pudo, no mucha. - Las armas no hacen ningún mal, son las personas que las empuñan quienes cometen los errores. Por eso estáis aquí, para que si algún día, Dios no lo quiera... - Murmuró el final de la frase. - ...alguien os obliga a empuñar una de éstas, no cometáis un error que pueda dañar a vuestros aliados o a vosotros mismos. - Esperó a que la muchacha se levantara y volviera a poner en la fila. Puso el arma sobre su palma para que todos la vieran. - Tienen un mecanismo muy simple, cualquiera, sea de la división o de la especialidad que sea, puede entenderlo. Cada tipo de pistola tiene un número limitado de balas, así que no las desperdiciéis. Este es un arma con balas de 9 milímetros. En el cargador entran un máximo de siete cartuchos. - Explicó sacando el cargador del arma y enseñándolo. - Esta pequeña palanca es el seguro, de esta forma estará abierto. -Dijo mostrándolo. - Y de esta otra. - Subió el seguro. - Estará cerrado. Hasta aquí es tan simple que hasta yo puedo entenderlo así que sigamos. La primera vez que metéis el cargador en el arma tenéis que tirar de la corredera para cargarla y así meter una bala en la recámara. - Hizo lo propio. - El resto de las veces el propio retroceso irá poniendo en la recámara una bala. - Régulo miró a Spica y esta asintió indicándole que ya estaba preparada. Volvió a dirigir la mirada a los nuevos. - ¡Las reglas son muy sencillas! ¡El primero que las incumpla será expulsado de mi vista de inmediato! ¡Esto no es un juego! ¿¡Está claro!? - Les gritó. Pero no obtuvo respuesta alguna.
- ¿¡Ha preguntado qué si está claro, reclutas!? - Gritó Tor que se había presentado de imprevisto.
- ¡Si, señor! - Respondieron no muy al unísono. - Régulo hizo un gesto de agradecimiento a Tor con la cabeza, mientras su compañero cogía una de las armas de la mesa. Vega cogió el relevo.
- ¡Primera regla! Toda arma cargada deberá siempre llevar puesto el seguro y apuntar hacia arriba. Si se dispara accidentalmente contra el suelo o contra una pared corréis el riesgo de que el rebote de la bala os hiera a vosotros mismos o a un compañero o lo que sería más terrible, a mí. - Deneb vio como Tor apenas la miró un segundo y luego fue directo a la zona de tiro más apartada para no interferir en el trabajo de sus compañeros. Vega prosiguió. - A todos se os dará un arma y un cargador. Guardadlo bien y cuidadlo como si fuera vuestra propia madre. ¡Segunda regla! Hasta que uno de vuestros superiores os dé la orden contraria, vuestra pistola estará siempre descargada en todo momento. ¡Tercera! Nadie, repito, nadie vendrá al campo de tiro sin supervisión de un miembro de la División Armada. ¿¡Lo habéis comprendido?!
- Si, señora. - Respondieron, esta vez con algo más de coordinación.
- En cada puesto tenéis un arma, un cargador y siete cartuchos. Familiarizaros con ella. Su peso, sus medidas. Id metiendo los cartuchos en el cargador uno a uno, con la cabeza de la bala hacia la salida del cañón. Luego meted el cargador en el arma y, sin tirar de la corredera, volved a familiarizaros con el peso de la pistola. Eso os dará una idea de cuantas balas tiene un arma que recogéis del suelo sin tener que sacar el cargador y contarlas. - Todos los muchachos se dirigieron hacia su puesto asignado e iban haciendo, tan rápido como podían, lo que Régulo les iba diciendo. - Si perdéis la cuenta de cuantas balas tiene vuestra pistola podéis hacer que os maten. Todos sabemos contar hasta siete, así que no la caguéis. - Unos más habilidosos que otros iban metiendo uno por uno los cartuchos en el cargador, Spica iba tomando pequeñas notas según el comportamiento y la habilidad individual de cada recluta en cada momento. Tor ya había empezado a disparar, no puso atención al entrenamiento que estaba teniendo lugar a sólo unos metros de su posición. Sin embargo, a Deneb le ponía nerviosa que él estuviera allí, sabía que no había ido a observarla a ella y que estaría pendiente de otra cosa, pero no quería parecer una inútil delante de él. Lo irónico es que, cuando sometes a demasiada presión a una persona de por sí torpe, está se vuelve más torpe todavía. Los cartuchos se le cayeron al suelo.
- ¡Cuidado! - Le dijo Vega. Deneb miró de reojo a Tor, ni se había inmutado. - No es lo normal, pero si algo golpea el pistón puede causar un grave accidente. - Luego se acercó a Deneb. - No te pongas nerviosa, lo harás bien y le dejarás alucinado. – Le ayudó a terminar de cargar el arma y ponerse en posición. - Sostener el arma firmemente para controlar el retroceso, si es necesario, con ambas manos. - Dijo en voz alta mientras se ponía detrás de Deneb poniendo sus manos sobre las de la chica. - Los pies nunca juntos para tener mayor equilibrio. Alinead las dos miras del arma con el lugar a donde queréis disparar y apretad el gatillo suavemente. - En ese momento se produjo el primer disparo por parte de un recluta. Vega levantó la cabeza y miró el disparo de Altair, no había dado en el punto exacto, pero estaba cerca. - Bien. Ahora los demás. - Se giró de nuevo hacia Deneb. - Tómate tu tiempo, respira hondo y cuando estés lista, dispara. Imagina que estás tú sola en el campo, no hay nadie más. - Uno a uno los reclutas iban disparando. Vega y Régulo iban corrigiendo los fallos y dando consejos. Tor se unió a ellos, pero no se acercó mucho a Deneb para no ponerla más nerviosa. Spica por su parte se paseaba tomando notas con su pantalla táctil. Terminaron antes de que callera la noche. - ¡Basta! ¡Se acabó! Lo habéis hecho bien. Descargar las pistolas y dejarlas todas sobre la mesa. Hoy no os las llevaréis de momento. - Fue entonces cuando Tor se acercó a Deneb por la espalda. Miró la diana de la chica.