Situación: Reencuentro con un amigo de la infancia.
Personajes: Dabi (suponiendo que es Todoroki Touya), Hizashi Yamada/Present Mic y Aizawa Shota/Eraser Head.
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Un accidente. Hizashi había tenido un accidente y no podía ir a verlo. Ese fue su pensamiento inmediato al recibir la noticia que su viejo amigo se había empeñado en ocultarle.
Apoyó los codos en la metálica mesa, y su frente en las palmas de las manos. El teléfono que sostenía comenzó a temblar, igual que todo su cuerpo, y entonces un oleaje de culpa comenzó a invadir su estómago, como si fuera una bestia salvaje que había reclamado su territorio, rasguñando el cuerpo de Dabi y moldeándolo a su conveniencia, y entonces sintió ganas de vomitar.
—Reacciona —ordenó Eraser Head, golpeando levemente el cristal grueso que los dividía—. Recuerda que sólo tenemos unos minutos.
El menor suspiró sin voltear a verle, y se llevó el teléfono al oído con pesar, como si escuchar la voz del héroe fuera una tortura que prefería evitar.
—¿Hace cuánto fue? —preguntó Dabi con su áspera voz.
—Tres días.
—¡Y yo sigo aquí! —se reprendió a sí mismo golpeando la mesa. De inmediato, un oficial le llamó la atención—. ¿Qué han dicho los médicos?
—Quieren que siga internado en la clínica de especialidades, están tratando de sanar sus cuerdas vocales, pero aún así, su Quirk no va a… —se interrumpió cuando la voz dejó de ser suficiente para terminar. El simple hecho de imaginar algo así le abatía y la melancolía aparecía.
—No tendrá su Quirk nunca más, ¿cierto? —completó el menor, con cierto dolor en cada una de sus palabras.
—Si las cosas siguen así, es probable —dio un largo suspiro y añadió—: escucha, mocoso, sigues sin agradarme… —aclaró fieramente antes de ser interrumpido.
—¿Entonces por qué veniste? —exclamó para por fin voltear a verle—. ¿Quieres torturarme haciéndome saber que mi amigo está en problemas, y yo sigo aquí, ¡en la cárcel!?
—Esa no era la intención, pero no suena tan mal —habría sonreído, si su ánimo no hubiera estado por los suelos en ese momento—. Sólo consideré que tenías derecho a saber de esto.
—Sí claro, como si te preocupara lo que merezco —respondió con ironía.
—Piensa lo que quieras, Touya.
En ese momento, el rostro del menor perdió todo rastro de color al ser llamado así. Sus ojos se abrieron aún más y se acercó al cristal, impaciente y expectante.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Lo escuché una vez —dijo con frialdad—. No tengo idea de cuándo fue que tú y Hizashi se hicieron amigos, parece increíble siendo que tú y él son personas con oficios opuestos, pero parece ser que le importas a Mic. Y por lo que veo, él a ti —entonces alcanzó a ver cómo un policía se acercaba a ellos—. Escucha, lo hago por Hizashi, no por ti.
—Oh, qué gran amigo eres —le dijo sarcástico antes de que el policía lo levantara de la silla para conducirlo devuelta a su celda, no sin antes colgar el teléfono.
Los gritos y las burlas de todos los presos alcanzaban sus oídos, parecía estar atrapado en una jungla con simios ruidosos y molestos, que golpeaban los barrotes de las prisiones, y gritaban obscenidades. Pero ni una sola lograba entrar a su mente, pues esta estaba demasiado ocupada pensando a Hizashi Yamada, aquel que se convirtió en uno de sus amigos más cercanos antes de tomar caminos opuestos, y casi perder el contacto.
Apenas sintió el empujón del oficial para que entrara a su celda. La puerta rechinó al ser cerrada y se sentó con lentitud en la orilla de la cama, la cual, consistía únicamente de una fría barra metálica.
Apoyó los codos en las rodillas, y volvió a resguardar su rostro tras las manos. No recordaba la última vez que le había dolido tanto el corazón, juraría que era incluso peor, que cuando su padre lo explotaba haciendo ejercicio como un conejillo de indias, y entonces pasó por su mente la imagen fugaz de la campanilla de una bicicleta, seguida de aquella estridente risa que aún recordaba.
—Maldición —murmuró cuando lo que parecía ser un recuerdo feliz, anunció su llegada.
Recordó con claridad el día en que conoció a Hizashi, antes de que nacieran sus hermanos, simplemente era un nuevo vecino en el barrio que había ido a saludarle. Incluso siendo unos años mayor, actuaba como si fuera un niño curioso, incitándolo a jugar en la arena. Una actividad que no le interesaba mucho hacer en un inicio, pero Hizashi nunca se rendía, y estaba a punto de descubrirlo.
Otra de las tantas cosas que Hizashi podía llegar a ser, era una caja de sorpresas, puesto tenía un talento innato para darle la vuelta a las malas experiencias, guardaba un repertorio de chistes y su cabeza era como un reproductor de música. De esa forma también podía describirle como una fiesta andante, pues donde Yamada estaba, la tranquilidad huía despavorida.
Recordó que cuando pasaba por momentos difíciles, relacionados mayormente con su padre, el hombro de Hizashi siempre estuvo ahí para él. Sus oídos estaban dispuestos a escucharle. Sus labios siempre sabían qué decir. Era como un pequeño cajón donde podía depositar todas sus tristezas y confiar en que nada saldría de él. Ese era un favor que en algunas ocasiones tuvo la suerte de devolverle. La amistad, el apoyo y la camadería de ambos era recíproca, siempre estaban juntos, hombro con hombro, unidos en las buenas, e inseparables en las malas. Hasta que finalmente, llegó el momento en que Touya debería entrar a la preparatoria y tomar el curso de héroes.
El destino quería que ambos fueran a UA, pero uno de ellos no quería ser un héroe. O tal vez, no quería seguir siendo un esclavo, esclavo de su padre, esclavo de las reglas, esclavo de las opiniones, esclavo del mundo. Uno de ellos quería dejar el camino que le decían que debía seguir, y comenzar uno nuevo por su propia cuenta. Uno de ellos quería ser libre y comerse al mundo de un bocado, reunir sus propias fuerzas para impulsarse y seguir cambiando, tantas veces como lo deseara.