Situación: Amor a primera vista.
Personajes: Itsuka Kendo y Katsuki Bakugou.
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Habían estado estudiando en la misma escuela, por casi un año entero, y nunca antes se habían tomado el tiempo, de dedicarse una mirada.
Los brillantes rubíes que él llevaba en los ojos, se encontraron por primera vez con las esmeraldas de ella, y de repente su cuerpo comenzó a temblar. ¿Qué clase de chica era esa? Luciendo su largo y brillante cabello, tan primoroso como el primer rayo de sol por la mañana en una coleta de lado. Sintió que era como un látigo ruin, que le hacía sentir ganas de tocarlo.
Estudió visualmente su blanca y limpia piel, ¿acaso era de porcelana?, ¿acaso era una muñeca?, ¿qué clase de bruja era esa? Hacía que su cuerpo fuera recorrido por un espasmo con sólo saber que lo estaba mirando a él, y no podía evitar sentir la maldita necesidad de llamar su atención, de hacer que sus ojos se posaran sobre él. Porque, joder, esos ojos eran hermosos.
Rehuyó la mirada con rapidez y murmuró una obscenidad entre dientes. ¿Por qué no sabía su nombre? Se maldijo a sí mismo por no conocerlo. En ese momento, y más que nunca detestó ser tan arrogante, seguramente esa chica ya tendría a alguien detrás de ella. Quizás si la hubiera volteado a ver desde antes, podría siquiera hacer el intento por conocerla. Pero conociéndose a sí mismo, jamás iniciaría una conversación. Pero siendo aún más sincero, quería llamar su atención, de una u otra forma.
Pero Katsuki no era tonto, sabía que cualquier intento que hiciera por lograr aquello, la asustaría más que atraerla. Y entonces ocultó las manos en los bolsillos, arrastró su mirada por el suelo del pasillo, y pateó una piedra al salir de la escuela. Soltó todo el aire que retenía, como si de ese modo pudiese quitarse la mierda de encima, y se desplomó en una banca, lejos de los demás.
En el receso todos estaban en la azotea de la escuela, y lo que quería era evitar encontrarse con todos, porque ver los rostros de los extras de la escuela, seguramente dificultaría que pudiese recordar con claridad, los ojos de esa chica con cabello anaranjado.
No ganaba nada con recordarla, pero aún así quería hacerlo. Sabía que no sería la última vez que se encontrarían, pero quería verla lo más pronto posible. Sabía que en algún momento escucharía su voz, pero quería hacerlo en una conversación que ambos mantuvieran. Y sabía que no era la única chica en UA, de hecho, todas las demás eran igual de molestas, pero sentía que podía estar al lado de ella.
—Eres Katsuki Bakugou, de la clase A, ¿cierto? —logró escuchar una voz, la cual le pareció linda en lugar de irritable, y volteó a ver a la chica de cabello naranja que le había hablado.
No dijo nada al respecto, pues no sabía hablar sin parecer agresivo, y sólo se dedicó a mirar cómo ella se sentaba a su lado.
—Soy Itsuka Kendo, de la clase B —se presentó educadamente llevando la diestra a su pecho—. Nunca antes habíamos hablado, es algo extraño, siendo que nuestras clases se han encontrado algunas veces, ¿no crees? —le dijo con simpatía, tratando de crear una conversación, pero los labios del joven no emitieron ruido alguno.
Kendo se sintió extraña, era como si el silencio del muchacho le exigiera que se largara. Pero esos ojos rubíes, que la miraban tan tranquilos y serenos, le susurraban que se quedara un momento más.
—No he podido evitar notar que eres algo representativo para tu clase —continuó ella—, es increíble lo que tu persona representa entre ustedes, incluso si no eres el delegado. Debes de sentirte orgulloso por eso.
Esperó cinco segundos, no escuchó ninguna respuesta. Dejó pasar quince, y el silencio siguió igual. Ni siquiera sabía el motivo por el que permanecía ahí, en vista de que sólo era ignorada por ese muchacho. Pero aún así, aunque no dijera nada, ese joven la estaba escuchando, y entonces se sentía obligada a permanecer ahí, en ese sitio, en esa banca con ese joven. El silencio le seguía molestando, y entonces desvió la mirada un instante, y buscó algún tema de conversación en la nada del entorno.
—Mírame, maldita sea.
Levantó la cabeza de inmediato al escuchar esa orden, y se giró a ver al joven rubio, que había cruzado los brazos y volteado la cabeza hacia otro lado.
—Mírame y no dejes de hacerlo —le dijo—. Si esta es la primera vez que posas tus ojos en mí, más te vale que no sea la última.