Situación: Visita a un familiar lejano.
Personajes: Shimura Nana, Shimura Tenko/Shigaraki Tomura, y el padre de este.
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Habían cosas que Nana sólo se reservaba para ella misma. Cosas que nadie podía saber, cosas que nadie debía saber. Después de todo, una mujer complicada, con una vida complicada, tenía secretos complicados, que eran más fácil ocultar que explicar.
Ante los ojos de los villanos, era una enemiga peligrosa. Ante los ojos de los ciudadanos, era una heroína capaz y valiente. Ante los ojos de su amigo, Gran Torino, era una compañera en la cual podía confiar. Ante los ojos de Tosinori, era una maestra, una figura con mucha sombra.
Pero ante los ojos de nadie, Shimura Nana era una mujer común, con problemas comunes. O quizás no, quizás era una mujer especial, con problemas especiales. Pero no importaba que ella misma tratara de ocultarlo, disfrazarlo, o dejarlo pasar, no podía no podía ignorar, que ella era una madre.
Una madre temerosa, que como cualquier otra temía por la seguridad de su hijo. No importaba que fuera una mujer imponente y poderosa para la sociedad, sentía que esa fuerza era lo que heriría al ser que más amaba en esa tierra. Y por evitar a toda costa que algo le ocurriese a su hijo, a la persona que la volvía indestructible y frágil a la misma vez, entendió que no podía protegerlo mientras lo sostuviera en sus brazos. Tenía que dejarlo en manos de otra persona, y dejar a esa persona debajo de su capa de héroe, para protegerlo junto al resto del mundo.
Lloró, indudablemente ella lloró el día en que se separó de él. Sin embargo, aunque no pudiese estar a su lado, jamás lo abandonó. Siempre veló por él, y cuidó cada uno de sus pasos. Siempre al pendiente de lo que él y su nueva familia hacían. Los regalos que ella misma le entregaba, los dejaba a los pies de su puerta para que el menor los encontrara. Y entonces Nana volvía a llorar, por no poder entregarle en persona aquellos presentes, cargarlo entre sus brazos y ser llamada mamá, por la persona que le permitía portar ese título.
Y los años transcurrían, su hijo crecía y ella lo miraba crecer. Nunca le dijo a Gran Torino que a veces iba a mirarlo, ni que cuando se sentía débil, ver que él seguía en pie y que seguía con vida, le devolvía todas sus fuerzas perdidas, y llegaba más allá de sus propios límites.
Sin embargo, su obligación con el mundo la habían mantenido ocupada por tanto tiempo, que no se percató del momento en que había perdido todo rastro de su hijo. Trató de encontrarlo, lo intentó por años, pero no tuvo éxito alguno. Simplemente su corazón se había roto, sentía que el alma se le había escapado del cuerpo, y estaba vacía, adolorida, sentía una melancolía terrible a cada día que pasaba, con la cuál, debía de seguir adelante.
Una mañana gris era lo que la acompañaba aquella vez, mientras que en su búsqueda de paz, había salido de casa a tempranas horas. Necesitaba despejar su mente, seguía siendo un ser humano después de todo. La nieve había comenzado a descender tímidamente, acariciándola al posarse sobre su brillante y oscuro cabello. Había caminado mucho sin darse cuenta, alejándose de las calles cercanas a su casa.
Dentro de su tortuosa cabeza, sólo habían problemas, problemas y más problemas. Nacían sin parar en su mente, y revoloteaban en ella como un enjambre enloquecido y le causaba un dolor insufrible. Entonces, todo eso fue interrumpido cuando escuchó a un niño llorar. Rápidamente se giró hacia el sitio de donde provenía ese llanto, y alcanzó a vislumbrar a la distancia, que en un parque en el que nunca había estado antes, se encontraba un pequeño niño de unos tres años llorando cerca de la banqueta. La mujer sintió su corazón enternecerse al ver lo pequeño que era, y tranquilamente se acercó a él.
—Hola —saludó en un tono infantil, mientras doblaba su postura a la altura del menor—, ¿qué pasa, pequeñín?, ¿estás herido?
El menor negó con la cabeza, mientras limpiaba sus ojos de sus propias lágrimas. Entonces se giró y ella miró, un poco embobada, aquellos ojos rojizos que poseía.
—No encuentro a mi papá —le dijo el menor sorbiendo su nariz, mientras que otras lágrimas amenazaban con salir.
—Oh, no llores, dulzura —le dijo acariciando con delicadeza pálidos cabellos celestes, despejando su frente—, yo te ayudaré a encontrar a tu padre. Después de todo, soy una heroína.
El niño asintió con la cabeza. Nana se puso de pie, y le ofreció su mano para que el menor, quién aún no desarrollaba su particularidad, la tomara y comenzaran a caminar por el parque en busca de su padre.
—¿Cómo te llamas, pequeño? —preguntó con dulzura.
—Tenko —le dijo él, mirando con algo de miedo a su alrededor.
—Bueno, Tenko, yo soy Nana, y estoy encantada de conocerte —le dijo, dedicándole una amplia sonrisa cuando el menor volteó a verla—. ¿Dónde fue la última vez que miraste a tu padre?
—En el tobogán. Me distraje un poco y desapareció, así que fui a buscarlo pero no lo encontré.
—No, no, no, muy mal hecho, Tenko —dijo la mujer en un tono de voz algo exagerado, para hacerle reír mientras negada con la cabeza—. Debiste esperar a tu padre en el tobogán, él iba a regresar por ti.
—Perdón...
—No te disculpes por eso, todos nos equivocamos alguna vez, y está bien equivocarnos, siempre y cuando aprendamos de ello. Apuesto a que no volverás a hacer eso, ¿verdad? —el niño negó con la cabeza—. ¿Lo ves? Los errores no son malos, son lecciones que debemos de memorizar y aplicar.
—¿Alguna vez usted se ha equivocado? —preguntó inocentemente mientas alzaba su cabeza, exhibiendo el lunar de su mentón.
—Sí, muchas veces —respondió con la voz ronca tras dejar pasar unos instantes. Esa pregunta había llevado hasta su mente el rostro de su difunto esposo, de cuya muerte siempre se había culpado a sí misma—. Pero está bien, lo importante es que rápidamente busqué un remedio para lo que ocasioné, y también me adelanté para no volver a hacerlo, y eso es lo importante.