Estúpida niña rica

8. Al borde del abismo.

Nolan.

Miré nuevamente por el retrovisor, dejando que el silencio hablara. Ninguno de los dos estábamos de humor para poner en palabras nuestros pensamientos. Yo estaba furioso por su silencio, a que no se hubiera dignado a reaccionar de algún modo. Al igual, nada era más cierto que quien calla, otorga.

El avión nos esperaba cuatro horas más tarde de lo acordado en un primer momento y mi jefe me esperaba para una reunión urgente que no dudaba fuera para ponerme de patitas en la calle. ¿Qué más me podía pasar en aquel día?

El sueño acumulado me estaba empezando a pasar factura, y la única ventaja que veía de quedarme sin trabajo era el poder echarme a dormir sin hora concertada.

Me tomaría otro café durante el vuelo.

Juliette se tiró en el asiento como si el cuerpo le pesara, cerrando los ojos y acurrucándose en el sillón reclinable, y por un momento quise preguntarle si estaba bien, o al menos lo bien que podía aparentar.

Señorita Juliette —la llamé, pero ella no se movió. Quizá no me había escuchado —. ¿Se encuentra bien? Quizá, podríamos hablar de lo que pasó en la fiesta.

Ella seguía sin moverse, adivinando que simplemente me ignoraba.

Señorita Juliette... —volví a llamarla elevando un poco más la voz.

—¡Ahora no, Nolan! —sentenció con voz lacrimosa.

¡Oh! Estaba llorando... Me obligué a callar sorprendido por su reacción. Seguramente no se sentiría orgullosa de lo que había ocurrido. No era para menos. Era rica, caprichosa y cabezona, lo suficiente para querer probar las sustancias ilícitas solo por llamar la contraria, pero eso no justificaba al desgraciado que había intentado violarla. Eso no era su culpa.

¿Acaso ella recordaría lo suficiente como para hacérselo pagar? ¿Llegaría a hablar de ello en algún momento?

Quizás al llegar a casa y habiendo descansado, se sintiera más predispuesta a contarnos algo. Si no a mí, al menos a su padre que no dudaba, ya andaba bastante preocupado. Llegamos a la mansión casi a medianoche. El ambiente era relajado, solo reinando el silencio en la iluminada mansión, y cada uno se dirigió a su lugar de descanso. Excepto yo.

Mi móvil había vibrado observando un mensaje del señor Lacrontte;

"Desde que llegue a la casa, acuda a mi oficina" ¡Joder! ¡Menudo recibimiento me esperaba!

Di unos toques en la puerta de su oficina, abriéndose esta al instante como si ya me estuviera esperando.

—Pase teniente Nolan... —dijo con la voz crispada y el gesto de su cara desencajado. Yo acepté de inmediato sin saber bien a lo que me iba a enfrentar.

—Señor Lacrontte, debo darle una...

—No —me cortó alejándose hasta su sillón — No diga nada aún. He de preguntarle los detalles de lo ocurrido hoy, o terminaré enloqueciendo.

Afirmé entonces, esperando a ello.

—Dígame que ese desgraciado no ha conseguido violentarla...

—No llegó a culminar señor...

Cerró los ojos, como quitándose un gran peso de su espalda.

Y la droga... ¿Acaso usted la vio consumir cocaína en algún momento?

Juraría que no hubo ocasión mientras estuvo en mi campo de visión, pero luego... escapó —resoplé admitiendo mi culpa —. No sé cómo pasó, fue solo un segundo y cuando la encontré me ocupé de quitarle a ese tipo de encima. Él estaba bastante perjudicado, debo decir. Casi no se mantenía en pie.

—Ese desgraciado...

¿Le conoce señor? —pregunté sorprendido porque supiera más que yo.

Si es quien sospecho, no es nadie recomendable, señor Davis... Al igual que su familia. Son lo peor de la clase alta francesa. Tengo entendido que Juliette salió con él durante un tiempo, en el instituto. No acabaron bien... —añadió haciéndome entender un poco de la reacción que ella tuvo al verle en un principio.

Eso le daba derecho a propasarse como lo ha hecho hoy...

Eso ya lo sé —concluyó severo —. Deberé tomar cartas en el asunto. Se puede decir que esa familia y yo, nos conocemos bastante bien.

¡Vale! Ahora sí que me había perdido.

 Señor Nolan, ¿cómo está Juliette? —habló ahora sonando preocupado.

No ha querido hablar señor... Y ha estado llorando durante el viaje de regreso.

Confesé bajando la mirada, afectado por la culpa.

Supongo que se le pasará. Al menos lo peor ya ha pasado, y espero que no se le ocurra acercarse más a ese malnacido.

Fruncí el ceño en su dirección, viéndole encender uno de sus caros puros. ¿Era en serio? ¿Acaso su paternalismo no le hacía correr a consolar a su hija en aquel mismo momento? Era extraño...

Señor, igualmente no puedo evadir mi parte de responsabilidad en lo ocurrido. Si yo...

—Déjelo, señor Nolan —volvió a callarme —, me parece un gesto muy leal el que intente cargar con parte de la culpa. Pero usted no le dio las drogas, ni permitió que mi hija se escapara a cumplir otra de sus rebeldías... La conozco muy bien. Siempre ha sido una malcriada y testaruda como la que más... —afirmó sentándose nuevamente frente a mí —. Por supuesto, su madre y yo tenemos la culpa por haberla consentido demasiado.

Puse toda mi atención a sus palabras, analizando si lo que su voz destilaba era rabia, culpa o pura arrogancia. O tal vez un poco de todo eso al mismo tiempo.

Asentí agradecido solo en parte. Yo no era inocente. Juliette no era la única culpable. Y aunque el señor Lacrontte no hiciera nada para aliviar el pesar de su hija, yo no estaría satisfecho hasta que su desagravio no fuera reparado.

Caminé hasta mi estancia personal, con un enredo de pensamientos y sentimientos contradictorios en mi interior. Juliette, estaba custodiada por el ama de llaves que, tras enterarse de los hechos de aquel día, se ofrecía maternalmente a acompañarla en su dormitorio hasta la mañana siguiente. Otro vigía, rondaría en mi lugar durante toda la noche.



#16852 en Novela romántica
#3915 en Thriller

En el texto hay: mafia, amor, guardaespaldas

Editado: 26.11.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.