Eterna Obsesión

02) Marcha Nupcial de Mendelssohn

21 de agosto de 2012, Montalcino, 10:15 horas

Un penetrante sonido que provenía de mi teléfono móvil interrumpió mi sueño profundo. No quería levantarme y había pospuesto la alarma ya tres veces. Después de estar todo el día anterior limpiando la casa, había caído rendida nada más meterme en la cama y dormí como no había dormido desde hacía semanas. No recordaba haberme despertado en toda la noche.

Si no quería quedarme sin desayuno debería activarme pronto. Hoy me esperaba un día emocionante por delante. Los empleados de la empresa de mudanzas me habían avisado de que hoy llegaban con mis pertenencias. No sabía dónde las iba a colocar, pero desde luego en la casa era imposible.

Por si eso no fuera suficiente para mi primer día en Montalcino, además, tenía que acudir a la invitación de Sofía y prepararme para una boda a la que me habían invitado de forma improvisada y de la cual no conocía ni siquiera a los novios.

El día iba a estar cuanto menos entretenido.

***

21 de agosto de 2012, Montalcino, 18:00 horas

Era una preciosa y soleada tarde de agosto, algo calurosa, como acostumbraba a ser el clima por esas fechas en la región de la Toscana, pero sin ser sofocante y acompañada de una agradable brisa que hacía todavía más llevadera la espera bajo el cielo despejado y con el sol radiante.

Todo estaba preparado. Después de varias semanas de planificación a contrarreloj todo estaba listo a tiempo.

La gente, paulatinamente, comenzaba a llegar a la iglesia de Sant'Agostino. Todavía era muy pronto, faltaba más de media hora para el inicio de la ceremonia, y el cura ni siquiera había aparecido, pero los vecinos del pueblo invitados ya empezaban a hacer diferentes corrillos a la entrada del edificio.

Se notaba en el ambiente que era un día especial en el pueblo y motivo de celebración entre todos los lugareños. Todos iban con sus mejores galas, esas que tienes arrinconadas en un armario cogiendo polvo y que solo te pones en ocasiones especiales. Hoy era uno de esos días y la ocasión lo merecía. Se casaban Alessandro Giordano y Gina Santoro, dos de los "jovenzuelos" - como acostumbraban a decir los mayores del pueblo - más apreciados y nacidos en Montalcino.

Muchos de los asistentes eran conocidos, amigos o familiares de los novios. Algunos hacía varios años que no se veían, ya que solo se juntaban en estas ocasiones de unión entre dos personas - o en otras peores de despedida -. Las familias Santoro y Giordano eran de las más queridas en el pueblo, pero también de las más grandes. Varios miembros vivían en el extranjero, otros en la gran ciudad, pero todos vinieron a Montalcino solo para el enlace. Y eso es lo bonito de estos eventos y lo que los hace tan especiales para los invitados: los reencuentros, los abrazos, los besos, las risas, en definitiva, juntar a la familia y amigos, aunque sea solo por un día. Por delante les esperaba una tarde llena de música, tiempo de calidad con los suyos y una cena todos juntos al lado de la playa con festín incluido hasta altas horas de la noche.

La plaza de la iglesia se iba llenando cada vez más y aquellos que querían podían ir entrando para elegir el mejor sitio desde el que no perderse ni un solo detalle. Otros decidían quedarse fuera a seguir con las típicas conversaciones, a veces irrelevantes, que se tienen en estas situaciones. De repente, un coche negro se acercaba concentrando la atención de todos. El novio había llegado.

Alessandro se bajó de unos de los asientos traseros y después lo hicieron sus padres. Se acercó sonriente a la aglomeración de gente a saludar a los grupos de invitados más allegados a los que fue dando multitud de abrazos y besos de cortesía antes de entrar en la iglesia.

La novia tenía que estar a punto de llegar y por fin tendría lugar el enlace. Ahora sí, todos los invitados fueron entrando y disponiéndose en los bancos.

El cura había salido de la sacristía hacía unos minutos. Ya estaba vestido con los ropajes apropiados y, por tanto, listo para oficiar la boda. Pero la novia no había llegado todavía. Parecía que se estaba retrasando más de lo normal. Los asistentes estaban expectantes y ya sentados, la mayoría en silencio y otros murmurando entre ellos. En la cara de Alessandro se podía notar la impaciencia y los nervios normales del que en menos de media hora se convertiría en el marido de la mujer a la que quería con locura. A su lado estaba acompañado de su hermano que intentaba tranquilizarlo.

Tras el cuarto de hora más angustioso de la vida del novio, a lo lejos se apreciaba el ruido de un motor acercarse, cada vez más potente. Ese tenía que ser el coche nupcial. Efectivamente, unos segundos después se pudo observar por la puerta de la iglesia como aparecía un coche blanco. Todos los invitados expectantes y con sus cuerpos girados hacia la entrada, se quedaron en silencio.

Del coche se bajó Massimo Santoro, padre de Gina, vestido con un esmoquin negro y se dirigió a abrir la puerta de la parte trasera donde viajaba su hija, para acompañarla al altar.

Una mujer de pelo castaño oscuro en la flor de su juventud se colocaba el vestido y el velo con ayuda de una de sus damas de honor y también hermana que la había acompañado en el coche. Una vez dispuesta enfrente del pórtico, su hermana Daniela, entró velozmente a la iglesia y se colocó junto con el resto de su familia.

Una música nupcial empezó a sonar de fondo. Hacía eco en la iglesia, lo cual, unido a la belleza de la novia hacía todavía más impactante su entrada. Gina, cogida del brazo de su padre y rebosando alegría y felicidad por cada poro de su piel, comenzó a avanzar sobre una alfombra roja junto a él hacía el altar donde le esperaba su futuro marido, ahora más nervioso si cabe al verla. No daba crédito de lo hermosa que estaba su novia con aquel vestido blanco de encaje y brillos, ajustado hasta la altura de las caderas y que luego se ensanchaba realzando la figura esbelta de Gina.




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