22 de agosto de 2012, Montalcino, 10:02 horas
Esa mañana había amanecido temprano en Montalcino. Después de lo ocurrido el día anterior, el insomnio se había apoderado de la mayoría de los vecinos. Todos se habían levantado con los primeros rayos de sol del día y estaban ansiosos por saber nueva información sobre el asesino que les permitiera dar respuesta a los innumerables interrogantes que se presentaban ante ellos.
El carabinieri del pueblo, Mario de Luca, aseguraba tener avances sobre el caso de Gina, tras haber recibido los resultados de la autopsia, y había citado a la familia con urgencia en el cuartel a primera hora de la mañana para informarles. En el pueblo, se había corrido la voz entre los vecinos y un grupo de personas aguardábamos impacientes a las puertas del cuartel oficial a que alguien saliera de allí con alguna novedad.
La espera se hacía eterna entre los curiosos y las largas charlas entre ellos hacían la demora más amena. Al principio, Gina era el tema de conversación central, luego, empezaron a mantener conversaciones banales sobre el tiempo o sobre lo que habían hecho los últimos días. Yo, mientras tanto, chateaba con mi hermana Alessia y le contaba todo lo ocurrido y como había ido la reunión con la directora del centro de salud hacía unos minutos.
Al cabo de unos instantes, Daniela Santoro fue la primera en salir. Los cuchicheos de los vecinos se pararon de golpe. Seguidamente, Massimo Santoro apareció con la mirada perdida como quien se encuentra desorientado en medio de un lugar desconocido. Les seguía Silvia Falcone, madre de Gina, agarrada del brazo de su hijo Paolo y junto a ellos caminaba Matteo, el hijo mayor de la familia. Alessandro, el novio, iba solo, por libre y con el rostro desencajado.
— Por favor, respeten la intimidad de la familia Santoro en un momento tan complicado como este — dijo Mario de Luca intentando disipar a la gente que se agolpaba a la puerta del edificio — Vuelvan a sus casas e intenten seguir con sus vidas.
— ¿Qué novedades hay sobre el asesino? — vociferó uno de los vecinos haciendo caso omiso a las palabras del carabinieri.
— A ver..., os lo suplico, tranquilos, no perdamos los nervios — intentó calmar a toda la gente — No hagamos las cosas más difíciles. La investigación está...
— Han envenenado a nuestra pequeña — soltó de repente Silvia llevándose todas las miradas de los allí presentes. Justo después, la mujer rompió a llorar mientras su hijo Paolo la consolaba entre lágrimas.
Ellos sabían que en Montalcino eran como una gran familia y que más tarde o más temprano todo el mundo se enteraría; no tenía ningún sentido ocultar el motivo de la muerte de su hija, además, no querían hacerlo, sentían un profundo cariño por todos los que habían acudido al cuartel.
— Ese asesino se ha llevado también a nuestro pequeño — añadió Massimo mirando al suelo.
En ese momento el silencio se impuso en el lugar y se pudo oír los sollozos de Alessandro. Nadie entendíamos a lo que se refería Massimo y ninguna persona se atrevió a decir nada.
— Gina... estaba... embarazada de ocho semanas — explicó Aless titubeante por los nervios.
— ¡Ohh Dios santo! — gritó una vecina anciana — ¡Que desgracia más grande!
Todo el mundo nos quedamos desconcertados e inmóviles. Nadie hubiera imaginado nunca las palabras que salieron por la boca de Alessandro.
La situación había cambiado drásticamente. No había fallecido una persona, sino dos y ahora el pueblo lloraba la pérdida de una criatura a quien no habían tenido tiempo de conocer.
La gente comenzó a ponerse nerviosa. Después del profundo silencio debido al shock por la noticia, el murmullo volvió de nuevo y esta vez más fuerte. Estaban ansiosos por el cariz que estaba tomando aquella situación y temían que aquel asesino volviera a cometer alguna locura.
Entre toda la multitud, vi que una muchacha de la misma edad que Gina, se había quedado abstraída mirando a Alessandro. Estaba sumido en la rabia y la pena y no atendía a ninguno de los pueblerinos que intentaba apoyarle y cuidarle, como si no oyera las palabras de estos y siguiera avanzando sin un rumbo fijo.
Entre lágrimas por la muerte de su mejor amiga, se abrió paso entre el corro de gente y se acercó a él corriendo.
— ¡Alessandro! — gritó Donna desde unos metros mientras él seguía avanzando hacia un lugar tranquilo donde poder estar solo y asimilar la nueva información — ¡Espera Alessandro, por favor!
— ¿Qué quieres Donna? — dijo él algo molesto y cabizbajo mientras se sentaba en un banco apartado — No ves que necesito estar solo, esto es demasiado para mí...
— Creo que puedo ayudarte a que...
— ¡Pero como te atreves a decirme eso en un momento así! — interrumpió él gritando y mirándola a los ojos — Me acabo de enterar de que iba a ser padre. ¿Por qué os empeñáis todos en ayudarme?, ¿acaso me vais a poder devolver a Gina? No, ¿verdad? Porque eso es lo que necesito para volver a estar bien, para volver a vivir. Que el motivo por el que me levantaba cada día, mi otra mitad que llevaba a nuestro hijo en su vientre vuelva a estar a mi lado, los tres juntos. Pero eso ya es imposible.
— Aless, para por favor, déjame hablar — intentó ella mientras se sentaba a su lado — No quería decir eso, de veras. Sé que no te puedo ayudar con lo que deseas, pero también sé lo que es pasar por un duelo sin entender por qué la otra persona se ha marchado y, sé mejor que nadie que en esos momentos se necesitan muchas respuestas a todos los interrogantes que se abren delante nuestro y yo creo tener respuestas para al menos una de tus preguntas, aunque tenga que traicionar a mi mejor amiga.
— ¿De qué demonios hablas Donna? No te sigo — preguntó más confuso que antes — ¿Acaso sabes quién mató a Gina?
— No tengo ni idea de que animal puede hacerle una cosa así a un ser humano y mejor que sea así, porque te juro que si me entero de quien ha sido me tenéis que ir a buscar a la cárcel.
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romance, accion venganza y mafia italiana, nuevos comienzos y un pasado tormentoso
Editado: 07.08.2023