Primero solo fue un pitido, largo y constante el que invadir sus oídos. Jonathan no sabía de dónde provenía, pero aquel sonido de a poco se fue transformando en el sonido de gritos y caos. Fue como recibir un golpe en la cabeza el cual lo desequilibró. Aún tenía alcohol en su cuerpo y le estaba costando entender todo. Cómo pudo se acercó a la puerta del bar, al abrirlo el sol la luz de la mañana lo cegó por breves instantes. De a poco, el dolor de sus ojos fue pasando y el mundo frente a él se fue revelando. El pueblo, cuyas calles empedradas Lucían un gris perenne, ahora exhibían grandes ríos de sangre y cuerpos sin vida tirados a lo largo de esta. Veía algunos soldados empuñar sus armas contra seres que nunca hubiera imaginado.
Seres enormes, con la piel carbonizada y fauces tan enormes como para despedazar un cuerpo de una mordida. La gente huía de sus ataques, pero estas criaturas lo ocupaban todo. Estaba en las casas y calles, en los tejados y los sótanos. No había un refugio donde aquellos monstruos no hubieran llegado. Fue ahí, frente a esa terrible imagen, que el licor abandonó su cuerpo permitiéndole asumir la realidad sin el velo de la ebriedad. Recién así pudo recaer que en el bar no estaba solo, había clientes y amigos suyos quienes habían muerto. Sus cuerpos estaban despedazados y algunos no tenían partes enteras que seguro aquellos monstruos habían devorado.
Jonathan no se detuvo a pensar en la razón para que el estuviera vivo, su primer pensamiento fue que debía llegar a su casa y a la de su amada. Con el corazón desbocado y la adrenalina recorriendo sus venas, saltó a la calle pasando a través de un río de sangre. La honestidad quedaba de lado en ese momento, necesitaba un caballo con urgencia. Camino por la calle abriéndose paso entre el tumulto que huía y huyendo de la visión de los monstruos. Los minutos corrían y solo encontraba caballos muertos tirados por la plaza. Los soldados que protegían la ciudad luchaban con fuerza, pero no tenían posibilidad de ganar.
Ya se había rendido de encontrar un caballo, estaba dispuesto a llegar a casa y a su amada, corriendo. Había emprendido la cara cuando fue empujado repentinamente por un caballo. Cayó pesadamente al piso mientras el enorme corcel amarronado se levantaba en pánico en sus dos patas. El jinete cayó de este ya muerto, tenía un tajo enorme que cruzaba su pecho de lado a lado. Jonathan se levantó para evitar que el caballo en su pánico lo aplastará, una ves de pie trató de calmar al animal para poder usarlo de transporte, era una lástima su jinete, pero ya no lo necesitaba, en cambio para él era necesario.
El animal estaba tan asustado que Jonathan tuvo que tomar la rienda por la fuerza y jalonear al animal para controlarlo. Le tomó al menos dos intentos subir a la silla, pero una vez arriba solo el tiempo era su enemigo. Pronto salió del pueblo aferrado al corcel, apretaba las riendas con fuerza mientras los gritos del pueblo y el sonido de armas se quedaban atrás suyo. Primero rescataría a su amada, pues estaba cerca de su casa. Rogaba que aquellos monstruos no hubieran aún salido del pueblo. A lo lejos mientras avanzaba por el camino de tierra, fue viendo una columna de humo que se alzaba, el color negro iba tiñendo el cielo y el aroma a quemado llegó a su nariz. El miedo lo recorrió por cada fibra de su ser. La única casa cercana era la de su amada, debía estar en peligro.
El animal como si entendiese su dolor aceleró su paso, pero al final no importaba. Al doblar la curva que daba al humilde hogar de su corazón, solo pudo ver los ojos de la muerte. El fuego rodeaba la casa por completo. Los animales habían huido, la casa se iba cayendo a pedazos. Y al fondo, dentro de toda esa destrucción, Jonathan oyó el grito de su amada. No se detuvo ni a pensarlo, saltó del caballo y se lanzo a través de la puerta que daba acceso a la cabaña. El fuego abrazó su cuerpo y la ceniza invadió sus pulmones. Por un momento quedó totalmente ciego y sus pulmones clamaron por aire. Un nuevo grito renovó las fuerzas en sus piernas. Jonathan se puso de pie, y con su poca visión fue pasando entre las habitaciones buscándola.
No fue difícil, la joven yacía atada y tirada en el piso del salón de su casa. Golpeada y con su piel cubierta en ceniza, pero aún vivía. Jonathan ya había dado unos pasos para ir por ella, cuando la joven negó a gritos. Y detrás de su grito, nació una risa.
Desde el humo y la oscuridad, la risa dio paso a una figura que ya conocía. Aquel vestido claro e impoluto que usaba, desencajaba totalmente con el entorno. Parecía una figura espectral nacida de su desesperación.
— Eres un humano extraño Jonathan Shadowhunter — Dijo con su hipnótica voz que ahora ya no cargaba aquel coqueteo, sino que se sentía filosa — Se supone que ningún humano debería poder ver a través del velo, pero tu…
Su figura se balanceaba mientras avanzaba alrededor de la maltratada joven. La mujer se agacho para tomar el mentón de la muchacha y obligarla a ponerse de rodillas. Jonathan quiso en ese instante abalanzarse sobre aquella mujer. Golpearla. No quería que la toque con sus sucias manos. Pero, sus pies no le obedecieron y eso pareció causarle gracia a la mujer cuyos ojos ya no lucían aquel claro color. Ahora solo eran de un negro puro y vacío.
— No pienses en moverte, aquí ustedes no son mas que simples fichas de juego — La mujer se acercó al rostro de la joven cuyas lagrimas ya bañaban su rostro, se podía ver su cuerpo temblar por el miedo y los sollozos — Su aroma es de pureza, así que por eso la amas ¿Verdad Jonathan?
La pregunta fue acompañada con una notable mirada de odio hacia la pareja. Jonathan no entendía por qué estaba pasando solo eso. El destino quizá lo odiaba y por eso le había puesto aquel día en el camino de aquella criatura o lo que fuera esa mujer.
— No me gusta la pureza — Dijo finalmente poniéndose de pie y colocándose detrás de la joven. Jonathan pensaba en qué decir.
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Editado: 25.03.2023