Pesadilla
Abrí los ojos y me encontré rodeado de una completa oscuridad, no sabía dónde me encontraba, pero el olor a humedad penetraba mis fosas nasales. Sentía el duro suelo bajo mi espalda, el cual no ayudaba a aliviar el intenso dolor.
Intenté incorporarme, sin embargo, me encontraba exhausto, era como si me hubieran drenado la fuerza del cuerpo. Rememoré todo lo acontecido: el cruel asesinato de mis padres y mi prometida, y lo que sentí al verme totalmente incapacitado. Todavía no entiendo cómo no pude hacer nada para evitarlo.
—Bueno, bueno..., ¿qué tenemos aquí?
Giré mi cabeza y ahí estaba el causante de todos mis males. ¿Cómo había entrado sin haberlo escuchado? Dios mío, era increíble el odio que había en la mirada de ese hombre.
—Hola, Kyle, te veo muy bien —me dijo con una mirada burlona—. Veo, por cómo me observas, que no sabes quién soy, ¿verdad? Pues te lo aclararé enseguida, pero para eso tengo que remontarme doce años atrás. Te voy a contar una historia, Kyle, así que presta mucha atención.
»Érase una vez, un hombre que amaba locamente a su mujer; los dos estaban completamente enamorados y a punto de unir sus vidas para siempre. Un día, la mujer decidió salir a dar un paseo por los alrededores de su vivienda. El hombre, al ver que pasaban las horas y su mujer no regresaba, decidió salir a buscarla. Estaba intranquilo, ya que ella no solía tardar tanto en volver. ¿Y qué se encontró? A un malnacido que la tenía en brazos con las manos manchadas de su sangre. Cuando me quise dar cuenta de lo que había pasado, él había desaparecido, dejando allí tirado su cuerpo. En ese momento, no supe cómo reaccionar, pero cuando lo hice y llegué a ella, ya estaba muerta. Me desgarraba el dolor que sentía por dentro. El tener a mi amada Caroline, muerta entre mis brazos, fue el peor dolor que había experimentado en toda mi vida y juré por lo más sagrado que la persona responsable lo pagaría con creces.
»Así que te busqué por años, Kyle, y en el momento que te encontré, supe lo que tenía que hacer. Ojo por ojo, Kyle. Y aquí estás, el responsable de todos mis males, el responsable de haber dejado mi alma, vacía para siempre, imposibilitado de hacer ningún movimiento contra mí. No te imaginas lo que disfruté al ver el horror y el dolor en tu mirada mientras destruía lo que más amabas, al igual que tú hiciste conmigo.
Lo recordé todo. Recordé a esa mujer, lo mal que me sentí al encontrarla malherida y sin posibilidad de hacer nada por ella. ¿Cómo le hacía entender a ese loco que yo no tuve nada que ver con su muerte? ¿Qué intenté brindarle mi ayuda sin éxito? Tal vez si le contaba lo que pasó...
—¡Yo no fui!, ¡no tuve nada que ver con eso! Al encontrarla ya estaba agonizando. Intenté ayudarla, lo juro, pero me fue imposible. Tenía muchas heridas y no pude hacer nada por ella —exclamé al mismo tiempo que negaba fervientemente—. Has matado a los míos a sangre fría sin tener ni ellos ni yo culpa de nada, ¡maldito bastardo! Había salido de caza con mi padre y al ir en dirección al lago para lavarme la sangre de las manos, la encontré allí. Intenté ayudarla, lo juro, ¡yo no la maté!
—¡Mentiroso! ¡Te vi junto a ella! Tenías su sangre en tus manos ¡y vas a pagar por ello!
Seguí. Sabía que no había hecho nada de lo que se me acusaba, sin embargo, ese hombre estaba totalmente enajenado. No se podía razonar con él.
—¡Kurt! —gritó Iván—. ¡Tráela!, y también a tres hombres, ¡ahora!
Después de unos minutos se abrió la puerta y entraron tres hombres, seguidos de una mujer muy mayor con un vestido harapiento y una expresión que no presagiaba nada bueno. Cuando la miré, me estremecí. Tenía una mirada tan penetrante y unos ojos tan negros que parecía que con solo mirarte podrían ver tu alma. Iván se acercó a ella y le dijo que procediera. Al ver que sacaba una daga de detrás de su espalda me aterroricé, sabía que mi momento había llegado; no quería morir y menos por una injusticia de algo que no había hecho.
La mujer se colocó a mis pies y empezó a recitar un cántico en una lengua que no conocía, sin apartar ni un momento su mirada de la mía. Se me erizó la piel mientras la escuchaba. Al finalizar, hizo una señal a los hombres, los cuales me sujetaron de manos y pies. Ella se agachó y me clavó el puñal en el corazón. Noté un dolor que me perforaba el pecho. Me costaba respirar y supe que mi momento había llegado, sin embargo, antes de perder el conocimiento escuché como ella decía:
—Ya está hecho, señor. Es suyo.
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Editado: 03.12.2022