Eterno Castigo

Capítulo 8: La ayuda

La mañana siguiente llegó más rápido de lo que había imaginado hacía apenas unas horas. Llevaba días que no conseguía dormir plácidamente, cada cierto tiempo me despertaba y ya no podía coger el sueño. Mis desvelos se plasmaban en mi rostro, las ojeras cada vez eran más visibles y los signos de cansancio me llevaban a arrastrar los pies en lugar de caminar con energía.


Eran las siete de la mañana, me levanté de la cama y me encaminé a la cocina. Me preparé un bol con cereales y con la cuchara en la mano, mis ojos se entrecerraron como si ya no me quedaran fuerzas suficientes para mantenerme despierta ni un segundo más. Un par de horas más tarde, mi madre apareció en la cocina y su voz llamándome insistentemente me hizo reaccionar:


— ¡Sofía! ¡Te has dormido en la mesa! –inquirió mi madre con su tono rabioso característico de los últimos días.


— Casi no he dormido –repuse malhumorada.


— ¿Pensando en Rubén? –soltó ella con ganas de avivar la conversación de la pasada noche.


— Pensando en Raúl –corregí cambiando el nombre de mi vecino.


— ¿Ahh, sí? Creo que te has equivocado de hermano –insistió con el temita como si no le desagradara la idea de que me gustara mi vecino "gamer".


El insomnio que se había adueñado de mí me había hecho darle demasiadas vueltas a la cabeza. Y había decidido que lo mejor sería optar por mi última versión de estar enamorada de Raúl. Si aceptaba que su hermano Rubén era quien me atraía, mi madre se alzaría victoriosa y todas las opciones que tendría de salir de esta cárcel se esfumarían de un plumazo.


— ¿Acaso no me puede atraer un chico como Raúl? –suavicé mi tono de voz para aliviar tensiones entre nosotras.


— Ahora que lo dices, Raúl es de tu estilo –sentenció mi madre divertida y dándome la sensación de que a este vecino sí que lo veía con buenos ojos.


— ¿O sea que eso significa que puedo ir a casa de Raúl? –pregunté sin tener muy clara la respuesta.


— Te dije que sólo hoy, para decirle que tendrá que venir a casa a partir de ahora –me recordó mi madre tal y como había ordenado la noche anterior.


— ¿Y qué sentido tiene estar con Raúl en su casa o en la tuya? Si según tú no puedo estar con ningún chico que me guste –expresé indignada.


— Bueno, sigo pensando que te equivocas de vecino –balbuceó dando de pleno.


— Voy a prepararme –resoplé.


Ese "Voy a prepararme" más bien era un "Te lo demostraré". Ahora este juego se complicaba aún más. Si convencía a mi madre de que de verdad me gustaba Raúl, ya no tendría sentido que sólo lo dejase venir a casa y yo no pudiera ir a la suya. El problema estaba en que mi vecino "gamer" quisiera seguirme el rollo. Eso me hizo recordar cómo había jugado con su hermanastro y conmigo, anteponiendo los estudios al motivo principal y no escrito del contrato.


Como ya había visto, que mi mente fuese una fuente de ideas prodigiosas no era lo usual. Y lo peor de todo era el tiempo que tenía para trazar el plan perfecto: veintidós minutos y cuarenta y tres segundos. Eso era lo que faltaba para que llegaran las diez y mi jornada estudiantil comenzase.


Dudaba entre decirle la verdad a Raúl o inventarme una mentirijilla. Por un lado, mi profesor particular sabía mi intención con su hermanastro, pero desconocía nuestras conversaciones y quedadas a través del balcón con el walkie-talkie. Y por otro lado, Raúl ya me había dejado claro que si yo no cumplía con mi parte del trato, él no me ayudaría con ese menester. "¿Qué debía hacer?", me pregunté sin obtener respuesta.


Mientras tanto, subí a mi dormitorio con el propósito de prepararme tal y como le había dicho minutos antes a mi madre. Me coloqué un vestido suelto combinado con unas chanclas coloridas. Esta vez no habría intentos de striptease por mi parte, la incomodidad de mi vecino "gamer" no era lo que buscaba. Recordé entonces cómo me llamó vecina "desgreñada" la última vez que nos vimos, así que me encargué de que mi peinado quedase impoluto tras recogerlo en una repeinada coleta.


— Buenos días –pronuncié algo deprimida.


— Buenos días, te veo algo distinta –expresó creyendo que había notado que algo me pasaba–. Será que hoy vienes peinada, vecina "desgreñada" –prosiguió deshaciendo mi hipótesis anterior.


— Puede ser –dije con frialdad como si nuestros carácteres se hubiesen invertido.


— ¿Seguimos con Derecho Constitucional o pasamos a Penal? –me preguntó obviando el tono de mi intervención.


— Penal, por favor –repuse al tiempo que Raúl me quitaba el libro de entre mis manos.


— Venga, vamos... ¿Has desayunado? –preguntó ante mi indescifrable estado de ánimo.


— Sí –musité.


— ¿Entonces, qué te pasa? ¿Lo de elegir Penal, no tendrá algo que ver con tu castigo? –continuó interrogándome.


— ¿De mi cárcel que ahora tengo por hogar? –contesté aumentando aún más su interés.


— Ven, explícame lo que ocurre –me suplicó invitándome a sentarme en su cama como de costumbre hacía para estudiar.


— No me pasa nada, vamos a estudiar –intenté decir convincentemente mientras abría el libro.


— Sé que algo te pasa, pero no insistiré más –propuso, haciéndome soltar el aire que contenía en mis pulmones a fin de relajarme.


Intenté aparentar que estaba bien, que seguiría estudiando y que por ahora no le contaría nada. Pero fue en vano. Después de quince minutos sin lograr concentrarme, Raúl me detuvo en seco y me exigió una explicación. Yo divagué un poco excusándome pero mi colega de profesión se puso al mando del interrogatorio y con paciencia me hizo hablar:


— Sé que algo te pasa –expresó con seriedad.


Al mismo tiempo, Raúl comenzó a descalzarse primeramente y después hizo lo mismo conmigo. A continuación, se sentó en la cama con las piernas flexionadas y yo imité su postura. Me miró fijamente como si estuviese escaneándome, acercó su mano al coletero que recogía mi pelo y tiró de él.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.