Eterno Castigo

Capítulo 26: La posibilidad

Volví a casa después del magnífico y delicioso desayuno que me preparó mi magnífico y delicioso vecino. Que ya no me escondía con mis insinuaciones era un hecho, y que Raúl respondía a ellas de forma bastante receptiva también. Si lo hacía porque tal vez sentía algo por mí sólo se trataba de una hipótesis. Refutarla se había convertido en mi pasatiempo favorito, e insistía con fuerza en descubrir el veredicto final.


Cómo me acarició el labio inferior para retirar los restos de mermelada que quedaron de la tostada, cómo jugó con el tirabuzón de mi cabello desgreñado, cómo se dirigía a mí empleando el término "novia" o lo que realmente me volvía loca: "mi aguacate"... Un cúmulo de cosas que hacían que miles de luces de colores se encendieran en mi mente a modo de señal, porque dicen que, el que busca, encuentra; y si yo no buscaba, no llegaría a encontrar la respuesta que tanto ansiaba escuchar.


Desgraciadamente y de vuelta a la cruda realidad, mi madre estaba esperándome en casa como agua de mayo. Pero para mi sorpresa, el motivo que quería abordar no estaba relacionado con "por qué había terminado metida en la cama del hermanastro del chico que me gustaba", sino otro muy diferente que había expirado de mi vida:


— Hola cariño, ¿qué tal tu viaje a la costa? –preguntó ajena a cualquier elucubración que me había mantenido en vilo horas antes.


— Hola mamá –y la besé cariñosamente–... Llevabas razón, entre Rubén y yo nunca hubo ni habrá nada –comenté sin querer dar muchas más explicaciones.


— Ven a mis brazos –dijo abriéndolos a fin de brindarme todo el apoyo y consuelo que creía que necesitaba. Pero era todo lo contrario, ese capítulo ya estaba cerrado. De hecho, nunca lo llegué a amar. Esa era la razón principal de haberlo sacado tan rápido de mi corazón, porque nunca lo había ocupado.


— No te preocupes, ya he pasado página... –repuse con el enigma dominando mi tono de voz, lo que despertó la curiosidad de mi madre.


— ¡No, no puede ser! –exclamó la inteligente María Luisa–. ¡Te gusta Raúl!


— ¡Mamá! ¿Cómo lo sabes? –contesté yo metiendo la pata hasta el fondo. "De verdad que el día que no la cague, montaré una fiesta", me dije a mí misma.


— Llámale intuición de madre, desde que os vi la primera vez supe que pasaría algo entre vosotros... –se sinceró dejando visible una parte sentimental que desconocía completamente de ella.


— Ya, pero ese es el problema, que no hay nada entre nosotros –confesé con tono afligido–. El corazón de Raúl ya está ocupado...


— Confía en la intuición de tu madre –puntualizó dibujando una sonrisa tonta en mis labios–. Pero ya sabes que no quiero que descuides tus estudios ahora que estás a una semana de los exámenes.


— Sí, mi sargento –inquirí ante su orden.


A continuación, deshice el mini-macuto que había preparado para el viaje y me dí una ducha con abundante agua. Mientras tanto, recordé las palabras de mi madre: Aún podía albergar esperanza y lo mejor de este falso noviazgo es que podía aprovecharme de la situación. 


Esa noche miré el reloj y esperé a que dieran las 22:45, hora a la cual decidí asomarme desde mi balcón para comprobar si él estaba ahí. Y cómo no, allí estaba contemplándome. Su confesión el día anterior me dió esperanzas, si le importaba hasta el punto de ponerse una alarma para cerciorarse de que estaba bien, algo debía significar. Lo malo es que uno de sus significados podía ser la amistad. Sin embargo, opté por tomarlo como otra razón más para llenar el cajón de la esperanza.


Después, me tumbé sobre la cama y permanecí varios minutos observando el colgante que me había regalado hasta que me dormí entre dulces sueños, y decía dulces por no utilizar otra palabra más ardiente. Ansiaba pasar tiempo junto a él, me prometí no desperdiciar ni un segundo. Tampoco defraudaría a mi madre y no dejaría de lado los estudios. Y lo mejor de todo era que podía combinar ambas cosas, todo al lado de mi querido vecino.

 

★★★★★

 

Me desperté eufórica, los nervios recorrían todo mi cuerpo y anhelaba que llegase la hora de recibir la visita de mi adorado profesor particular. Sabía que todos los sentimientos que afloraban con más fuerza cada día en mi interior traían una parte positiva y otra negativa. La buena, no residía nada más lejos que en pasar tiempo a su lado; por contra, también suponía la mayor de mis distracciones. No sabía cómo podría concentrarme sin despistarme al quedarme embobada con cada uno de esos detalles que me estaban conquistando, hacía tiempo que le había dado la vuelta a su lista de cualidades. Al principio, se convirtió en un buen amigo, pero ahora sabía que quería dar un paso más, al menos por mi parte.


Raúl acudió a nuestra clase rutinaria y yo puse tanto empeño en la sesión de estudio como en coquetear con él. No sabía si estaba siendo demasiado explícita con mis sentimientos, pero ni deshojando una margarita lograría aclarar lo que él sentía por mí. Así que no esperé más tiempo para proseguir con mi particular misión sentimental:


— ¿Hacemos una pausa? –corté la clase magistral en seco.


— Bueno, pero después quiero que... –comenzó a relatar a lo que yo me apresuré en contestar para evadir cualquier desviación del tema principal.


— Que estudie a tope –continué–. Sí, lo tengo claro. ¿Pero qué hay de lo que decía nuestro contrato?... "A cambio de dejar que Raúl Rodríguez me ayude y me aconseje con la misma dedicación que la interesada ponga en su estudio" –detallé palabra por palabra haciendo uso de mi buena memoria.


— Sí, ya veo que lo recuerdas a la perfección –alabó mi inteligencia–. ¿Y qué quieres decir con eso?


— Que si tanto estoy estudiando, tú deberías de ayudarme un poquito más en lo que te pida, ¿no? –rogué con carita de niña buena.




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