Cuando el sol comenzó a calentar decidimos volver a la cabaña para encontrarnos con los demás y decidir qué haríamos el resto del día. Nos encontrábamos a mitad del trayendo, aún en el bosque, cuando el calor se hizo mayor. Además, caminar tanto no ayudaba tampoco. Me comencé a sacar el pañuelo y luego el sweter quedando en una remera. Al sweter lo até alrededor de mi cintura y al pañuelo se lo dí a Ryan que se lo ató a la cabeza como si fuera una vincha. Avanzamos lento porque mi compañero de caminata parecía no saber caminar y hablar a la vez, por lo tanto, paraba cada cinco minutos a reírse, contarme lo que sea demorándonos aún más.
Odiaba el calor y podía llegar a ponerme de mal humor con facilidad. No entendía a las personas que eran fan del verano, ¿acaso también les gustaba estar pegajosos, sudar incluso cuando recién acabas de bañarte, los molestos mosquitos o el intenso sol? De verdad, no lo entendía para mí el otoño y la primavera son la mejor época del año. Pasé mi mano por mi frente secándome la transpiración y supe que si yo no mostraba iniciativa jamás llegaríamos. Estaba haciendo un día increíble, de esos otoñales pero casi calurosos, agradables, de modo que a este punto comenzaba a transpirar. Me estaba muriendo de sed. Cada vez que tomaba capuccino, café o té me daba sed y necesitaba tomar agua. Agua que mi acompañante no había traído.
Aun si las paradas que hacía Ryan ya no fueran demasiadas, demorábamos más en llegar porque volvimos por un camino más largo, idea de él y solo a mí se me ocurrió seguir sus ideas. Por si eso no fuera poco Ryan no había dejando de hablar en todo el camino, parecía un niño de cinco años. Él consiguió exprimir las pocas ganas que tenía de conversar por lo que ahora solo me limitaba a contestarle con monosílabos y a no detenerme. De solo pensar que tendríamos que hacer esa leve subida hasta la cabaña me daban ganas de ponerme a llorar.
Al llegar al camino que conducía al mirador, no lo pensé dos veces y lo subí corriendo porque necesitaba, de forma desesperada, llegar. Entré a la cabaña yendo directamente a la cocina. Allí estaban todos desayunando como un gran familia feliz, sin calor, sin mal humor, sin transpirar.
Mi humor negro se podía percibir a kilómetros en la redonda. Todos en la cocina, principalmente quienes ya me conocían, me observaron y continuaron comiendo en un silencio sepulcral. Fui directo a la alacena y recordé que los vasos estaban en el estante superior y, por supuesto, no llegaba. Miré alrededor buscando alguno pero no había, me giré hacia la mesa y tomé el vaso de Dylan que era el más cercano a mí. Me miró alzando una ceja por mi atrevimiento, pero no se quejó. Bebí el jugo de naranja que tenía, lo volví a llenar, me senté a su lado a descansar y entonces, recién hizo acto de presencia Ryan. Caminaba despreocupado como si la caminata no hubiera sido espantosa.
—¿Ustedes vienen juntos? —preguntó Alina señalándonos con el dedo índice de Ryan a mí desconcertada.
—Lamentablemente. —expresé mi desagrado volviendo a beber.
—¿Cómo lamentablemente? Pero si pensé que me habías extrañado. ¿No fue eso lo que me dijiste hace un rato? —comentó, apoyado contra la encimera con una gran sonrisa en su rostro.
Me ahogué con el jugo y empecé a toser mientras me golpeaba el pecho suavemente. Dylan, a mi lado, me dio pequeños golpecitos en mi espalda intentando ayudarme. Ahora solo quería estrellarle el vaso en su cara. Lo miré con mi peor cara y él me continuó mirando con su estúpida sonrisa. Una estúpida sonrisa, casi de inocencia que me hizo darme cuenta el porqué de su comentario. Lo había hecho a propósito para darle celos a Dylan. Una de las cosas que planteó durante el regreso es que yo le gustaba al rubio y que me lo podía demostrar dándole celos, cosa a la que me negué, sin embargo, no me hizo caso.
—Ryan —habló su padre con voz fuerte. —Deja a Harper tranquila.
Él levantó sus manos en gesto de inocencia sin borrar su sonrisa. Tanto Diana como Adam lo miraban mal, seguramente creyendo que hacía esto a propósito porque no le caía bien Dylan. A mí no me importaba si le caía bien o no, pero no quería estar metida en el medio del asunto y eso no pasaría si no hubiera elegido al ojiazul para compartir habitación. Hecho que también me recriminó en el bosque. Aún seguía ofendido de que no lo hubiera elegido a él.
Le di una mirada molesta por su estúpida actitud. Parecía un adolescente haciendo ese tipo de cosas.
—Iré a mi habitación. —avisé, para huir de posibles preguntas. Preguntas que me haría Alina sin importarle el resto de los presentes.
Subí rápidamente las escaleras y llegué agitada a mi dormitorio. Demasiadas escaleras. Fui al cuarto de baño para poder ducharme y sacar toda la transpiración de mi cuerpo.
Luego de la ducha me di cuenta que estaba demasiado cansada como para salir a hacer algo. Necesitaba una pequeña siesta mañanera para reponer energías. Me tiré boca abajo en la cama. Coloqué la almohada encima de mi cabeza y cerré los ojos. Quizás si me quedaba dormida ahora me dejarían acá y entonces me ahorraría la discusión con Alina por no ir a lo que sea que hayan planeado. Mi intento por dormirme se vio frustrado cuando escuché pasos acercarse a la habitación. Abrieron la puerta e ingresaron, luego sentí el otro lado del colchón hundirse bajo el peso de alguien, lo que me extraño fue no dijera nada. Si hubiera sido Alina habría llegado con pasos rápidos y nerviosos, además, ya entraría hablando. Ella era un torbellino.
Confundida giré mi cabeza, saqué la almohada de mi cabeza, la abracé y apoyé mi mejilla en ella observando a mi acompañante. Sus ojos azules golpearon los míos y desvié mi vista hacia la cama.
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Editado: 10.03.2022