Cuando no tenía a nadie, siempre tuve a los libros y fueron ellos los que me hicieron sentir que no estaba completamente sola. Me aislaba en la biblioteca, escondida en un rincón, leyendo sin importarme el entorno que me rodeaba. Leía, sumergiéndome en historias que me habría gustado vivir, creyendo que era la protagonista de la obra; amando, sufriendo, llorando, muriendo y soñando. Pasé mi niñez y adolescencia saltando de una historia a otra, viviendo siempre nuevas aventuras. Con los libros me reí, me enojé, me peleé, me enamoré, me sonrojé y sonreí de verdad. Había escenas que oprimían mi pecho de amor, de ternura, de dolor y de tristeza. Cuando en casa todo estaba mal abría un libro y me perdía entre sus páginas escapando de la desastrosa realidad que habitaba. Leer me salvó la infancia y gran parte de mi vida.
Howard y Heather me han encontrado a las tres o cuatro de la madrugada en la biblioteca leyendo. Por supuesto, me rezongaron por ello, sobre todo Heather porque «el descanso es importante para la belleza». Me convertí en una devoradora de libros a tal punto que a la edad de dieciocho años ya había leído más de doscientos.
Creo en el poder de los libros y en cómo pueden llegar a impactar en la vida de alguien. Creo, afirmo, sostengo y defiendo que en la vida de un lector habrá por lo menos un libro (no necesariamente un clásico) que cambiará su vida, la marcará, le enseñará algo nuevo, cambiará su forma de ver el mundo, cambiará su forma de actuar, de hablar e incluso de vivir. En mis veintitrés años de edad ellos han llegado en el momento justo y cuando más los necesitaba, volviéndome a conectar conmigo misma. Hubo libros que me hicieron cuestionarme y, sobre todo, que me hicieron volver a la realidad, a experimentar y a recordar que solo estamos de paso, en esto que llamamos vida. Un libro te puede hacer sentir menos solo, puede devolverte las ganas de vivir y para mí, leer solo tiene sentido si te transforma.
Siempre creí que en el poder de los libros y en el de la educación. Ellos son la base fundamental para un mundo mejor.
Esta semana había vuelto a leer dos libros que tocaron mi alma como la primera vez que los leí. Son obras que tocan fibras sensibles de mi ser. Encontré y conocí estos libros cuando más perdida estaba, cuando mi vida ya no tenía sentido, cuando quise terminar con todo. Sin saberlo, su autora me devolvió las ganas de vivir, de salir adelante, de soñar, de escribir y de no rendirme. Me hizo darme cuenta que quizás no estaba tan rota como creía, que quizás no estaba todo perdido y que siempre había razones por las que seguir viviendo. Me empujo a realizar lo que anhelaba y no permitir que el miedo me dominara. Cada cierto tiempo los releo para volver a centrarme y para recordar todo lo que me enseñaron.
Fueron los libros los que me hicieron ser editora y tomar la decisión de poner mi editorial.
Un ruido interrumpe mi flujo de pensamientos. Me encontraba sentada en un sofá individual de la sala observando la ciudad a través de la ventana. No tenía pensado salir porque aún la prensa estaba rabiosa. Escuché pasos, conversaciones y risas. No esperaba a nadie sobre todo por la manera en la que estaba vestida: descalza porque el apartamento contaba con calefacción, que dada la estación estaba prendida porque recién comenzaba el otoño, solo tenía mi ropa interior y mi pijama, que consistía en un vestido camisero de seda, color negro y de mangas cortas. El vestido cubría solo lo justo y necesario, quedando un poco por debajo de los glúteos. Claramente no esperaba a nadie así y, sin embargo, todos los chicos entraron a la sala dejándome en shock.
—¿Qué están haciendo acá? —pregunté con más brusquedad de la que pretendía parándome al instante para que no se me viera algo por cómo estaba sentada.
Alina estaba acostumbrada a verme así, Jordan no se mostraba sorprendido, pero el resto estaba estupefacto. Carter al percatarse de cómo estaba vestida se dio la vuelta dándome la espalda, Emilia estaba avergonzada, se notaba en sus mejillas sonrojadas aunque mirara hacia un costado, mientras que Dylan y Ryan me miraron de arriba abajo escaneándome. El primero siguió el ejemplo de Emilia y el segundo me miró sonriendo con diversión.
—¿Interrumpimos algo o es que todavía no ha llegado? —dijo mirando para todos lados como si buscara a alguien.
—Interrumpen mi momento de soledad y para que quede claro no me visto ni me arreglo para otra persona que no sea yo. —le dije molesta por su insinuación.
—Ryan, cállate y deja a Harper tranquila o te vas. —amenazó Alina mirando mal a su hermano antes de girarse a verme con cariño. —Trajimos sushi, una pizza para ti, vino y refresco. Sabemos que no puedes salir por que la prensa te va a atosigar, no queríamos que estés aquí encerrada y sola entonces, decidimos traer la fiesta a tu casa.
La miré con el ceño fruncido, se habían preocupado por mí y vinieron a hacerme compañía. Todos ellos estaban acá, por mí, porque se preocupan por mi bienestar. Los repasé con la mirada uno a uno para luego suspirar, me costaba creer que ellos de verdad estuvieran aquí por mí, me costaba aceptar la buena voluntad de las personas y no sospechar que tuvieran alguna mala intención oculta. Sin embargo, al repasarlos con la mirada no percibí nada, no había maldad en ellos.
—Está bien…, pero ustedes — Señalé a Jordan y Alina. —tienen una llave en caso de emergencia. Esto no es una emergencia, la próxima vez una llamada o mensaje no los matará. Ya vuelvo, iré a cambiarme.
Fui a paso rápido hacia mi habitación y cerré la puerta con llave. Entré a mi vestidor eligiendo unos jogging gris, una musculosa blanca y una ruana rosa pálido. Me coloqué medias y me calcé unas Crocs. Volví a salir y ya estaban todos acomodados en el comedor, la comida y la bebida estaban dispuestas en la mesa. Los chicos se empezaron a sentar y el único lugar que estaba quedando libre era al lado de Dylan, qué conveniente.
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Editado: 10.03.2022