Desperté por el sonido de mi celular. El tono me indicaba que se trataba de una llamada y eso solo me hizo preocuparme. Para mí, una llamada significaba que algo malo había pasado o que se trataba de algo urgente, de lo contrario, enviarían un mensaje. Desorientada tomé el teléfono de la mesita de noche, pero no llegué a responder cuando cortaron. Su nombre estaba escrito en la pantalla seguido de la notificación de cuatro llamadas perdidas de su parte. Me quedé congelada sin saber qué hacer, esa era la reacción que él siempre causaba en mí, miedo, pánico, me dejaba sin saber cómo actuar, qué esperar, debía andar tanteando el camino para poder hacerme una idea de con qué podría encontrarme.
Mi primera opción, y la que nunca solía fallar, era entrar a Internet para saber de qué estaban hablando los portales. Así podría hacerme una idea general de qué era lo que me esperaba. Al teclear mi nombre en el buscador de Google salieron los primeros resultados haciéndome apretar los labios con fuerza. Empecé a bajar con rapidez, entraba y salía de los distintos sitios web leyendo a una velocidad sorprendente para llegar a una conclusión: estaba jodida.
La fotografía que me tomaron ayer junto a Ryan estaba en todos lados junto a un montón de especulaciones. La principal era que nosotros habíamos vuelto a estar en pareja. Para peor era una sucesión de fotos de nosotros saliendo del bar, caminando por la Avenida Madison, llegando a su auto, para por fin llegar a la foto que armó todo el revuelo. En ella, estaba parada junto a Ryan al lado de su camioneta, nos mirábamos a los ojos con una pequeña sonrisa en el rostro de ambos, él tomaba mi mejilla y parecía que estábamos a punto de besarnos, pero eso nunca sucedió. Lo peor no era la foto sino la descripción que hacían de ella diciendo que nuestras miradas eran de amor, que se nos vio acaramelados caminando por una de las avenidas principales de Manhattan y que éramos una pareja perfecta. Ya habían dado por sentados que habíamos vuelto.
Internet nunca me fallaba, esto explicaba las llamadas perdidas y la insistencia de Howard por comunicarse conmigo. Ya me lo veía venir, querría una explicación, que me mantuviera alejada de Ryan, que desmintiera todo… Nunca podía tener un día de paz y tranquilidad. Esos términos no existían en mi diccionario o en quién escribía mi historia. Procedí a levantarme para enfrentarme al Diablo y poner fin a esto de una vez.
Luego de vestirme con la ropa de la noche anterior, ordenar mi cabello en un moño, lavarme el rostro y de más fui a buscar a Ryan, a quien encontré en la cocina haciendo el desayuno. Al escuchar el ruido de mis botas resonar contra el suelo de su penthouse levantó la vista encontrándose conmigo.
—Buenos días, pulga. —saludó con una sonrisa mientras colocaba los huevos revueltos sobre un plato.
—Hola. —contesté sin ánimos refregando mis ojos, aún con sueño.
—Me había olvidado que por las mañanas eres una amargada.
Por las mañanas no era una amargada, simplemente no era como las personas que se levantaban desbordando alegría y super activas. No entendía qué le pasaba a esas clase de personas. Yo demoraba más en procesar las cosas, necesitaba un café, un tiempo tranquila, callada, algunas veces solo mirando a la nada o desayunando en modo automático. Si ya comenzaban a abrumarme con grandes conversaciones o energías exuberantes me ponía de mal humor comenzando el día con el pie izquierdo.
Por lo tanto ignoré el comentario de Ryan y solo le agradecí cuando dejó el desayuno frente a mí. Para mí había hecho unos huevos revueltos con jamón, queso y unas tostadas para acompañarlo. Además tenía unas frutas picadas junto a un café y un jugo de naranja. Él se había hecho un bowl con yogurt, arándanos, banana, frutilla y cereales. También tenía un par de tostadas con huevo y la mismas bebidas que yo. Comí con tranquilidad, saboreando la comida, pensando alguna excusa o algo que inventar lo suficientemente creíble para cuando viera a mi padre. Siempre podía echarle la culpa a la prensa por haber montado un circo que no era real, él sabía que eso ocurría, sin embargo, lo conocía tan bien que podría imaginar que rebatiría todo diciendo que eso nunca habría pasado si yo no hubiera salido con Ryan. Tenía razón, era un buen punto y difícil de discutir.
Suspiré terminando de beber mi juego. Ryan había terminado hace un momento y ahora estaba ensimismado tecleando algo en su celular. Como él había hecho el desayuno solo decidí ser quién limpiara todo, comencé a juntar los vasos, tazas, cubiertos y platos que estaban sobre la mesa y los llevé al fregadero para lavarlos. Luego limpié el sartén que había utilizado para los huevos junto a la tabla que usó para picar la fruta. Cuando terminé sequé mis manos con un repasador.
—Ryan, debo irme. —avisé caminando de nuevo a su encuentro.
—No, no lo harás. —respondió aún con su celular en mano.
—¿Perdón? —pregunté sin poder creer lo que me había dicho. Me crucé de brazos con mi mirada fija en él. —No te estoy pidiendo permiso, te estoy avisando que me voy. No necesito que me lleves, tomaré un taxi.
Dejó el teléfono sobre la mesa antes de mirarme esbozando una sonrisa angelical que me puso en tensión. Conocía esa sonrisa, significaba que había hecho algo que a mí no me iba a gustar.
—¿Qué hiciste? —lo interrogué sin rodeos y dando un paso más cerca de él.
—No vas a poder salir porque he perdido la llave de la puerta a la que he cerrado con llave. He llamado a un cerrajero para que venga, pero no sabe cuánto demorará.—habló con una convicción y seguridad inigualable. Cualquier otra persona le habría creído, pero yo no era cualquier persona y él se olvidaba de eso.
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Editado: 10.03.2022