En el segundo día de prueba, cansadas hasta las narices, sin dormir, y con los ojos hinchados de tanto llorar, estaban Evie, Katy y Cristine, de pie delante de tres hermosos castillos, el blanco, el negro y el verde.
—Supongo que tendremos que decidir...—Cristine torció los labios en una mueca.
—¿Decidir qué?—Evie se quedó extrañada.
—A quien queremos enfrentarnos, pero sabemos que las brujas blancas son unas hijas de puta, yo no entraré ahí, ni a rastras.—Cristine se pasó la mano por el pelo, en señal de desesperación.
—Ahí está la esfinge, yo tampoco quiero enfrentarme a la esfinge.—Katy se sentó en el suelo.—Elijamos al azar.
—¿Cómo sabes que la esfinge está ahí, y no en otro de los castillos?
—Es sencillo, en realidad, las brujas blancas no son violentas, la esfinge no nos hará mucho daño, pero es sumamente inteligente, y salir de ahí será un suplicio, al menos mental.—Katy observó ambos castillos.—Apuesto que las brujas woorfe han escogido a la quimera, y las oscuras a la mantícora.
—¿Qué tan segura estás?—Cristine se sentó a su lado.
—Es simple intuición.
—¿Y si esperamos? A que otro grupo venga, y le enfrentamos juntas.—Evie se giró al bosque, esperando.
—¿Qué te crees que son las brujas, comunistas?—Cristine la jaló, para que se sentara con ellas, y decidieron sentarse a descansar.
Del bosque a sus espaldas, salió un grupo de cuatro brujas, se veían descansadas, a diferencia de ellas, saltaban y reían con gracilidad, las saludaron, eran brujas inglesas.
Corrieron con fuerza, e ingresaron al castillo de las brujas oscuras, la puerta se cerró tras de ellas.
Evie, Katy y Cristine se pusieron de pie de inmediato, se miraron confundidas, y corrieron al castillo del centro, el de las brujas woorfe, sólo que ellas no reían.
Tras cruzar la puerta, esta se cerró tras de ellas.
Hacía un calor infernal.
—La quimera lanza fuego, creo que debemos tener cuidado.—Katy miró hacia todos lados, estaba alerta.
Detras de ellas, en la puerta, se observaba un mapa, con la ubicación del su bola de plata, tenían que bajar dos pisos, recorrer un amplio pasillo, y abrir una cámara.
—Tengo miedo, porque parece demasiado fácil.—Cristine empuñó su espada, Evie había terminado de sacarlas de la bolsa, finalmente.
Recorrieron el salón buscando las escaleras, había poca luz, mucha humedad, y demasiado calor bajo el suelo, bajaron un piso, y le observaron ahí.
Tenía el cuerpo robusto, y tres cabezas, de león, que era la principal, de cabra, que pareía la menos imponente, y detrás, donde debería estar la cola, estaba la de una serpiente amarilla, de grandes colmillos. Tan pronto las vieron, comenzaron a caminar hacia ellas, lanzando grandes bocanadas de fuego, que eran difíciles de esquivar.
—Si logramos cruzar, sólo tendremos que correr.—Katy les gritaba, entre todo el caos.
Cristine había sacado del suelo, una enorme roca que las cubría, disipando un poco el calor.
—Dime, Evie ¿Qué es lo que apaga al fuego?—Cristine trataba de contener a la bestia poniendo cada vez más rocas entre ella y sus amigas, sacándolas del suelo con su magia, que comenzaba a debilitarla.
Evie se colocó a la par de Cristine, y comenzó a congelar al monstruo, desde sus pies a sus cabezas.
El lugar quedó en calma, pero las tres sabían que aquello no iba a durar mucho, y lo confirmaron cuando el hielo comenzó a requebrajarse.
—¡Mueve tus pies, Katy! ¡Tenemos que correr!
Pero Katy se quedó pensando, mientras el tiempo apremiaba, cuando el hielo se rompió, mientras Evie se preparaba para una segunda ronda, y sentía su cuerpo languido por el esfuerzo, Katy las hizo traspasar el suelo, dejándolas caer, un piso abajo.
La caída les dolió, y con sumo esfuerzo consiguieron levantarse, el peligro había pasado, y había sido odiosamente fácil.
—Vaya monstruo tan tonto.—Cristine se puso de pie, y le tendió una mano a Katy.
—Creí que tendríamos que matarle.—Evie empuñó su espada nuevamente.—No las guarden, no sabemos que es lo que venga ahora.
Al frente estaba el pasillo, y al final de él se podía observar la puerta.
—Debemos abrirla, antes de que aquello vuelva.
Corrieron a lo largo del pasillo, y en la puerta de la cámara, estaban grabados sus nombres, debajo de los cuales estaban los espacios para sus espadas, las introdujeron, y a puerta se abrió, dejando ver una quimera del doble de tamaño, enfuerecida hasta las narices, y corriendo hacia ellas, detrás de ella, la bola de plata.
Evie y Cristine se pusieron en guardia, sumamente cansadas.
—Mujeres, somos brujas.—Katy las miró extrañada.
Se transmutó hasta la bola de plata, la tomó entre sus manos, y de inmediato se encontraban de regreso ante una multitud que gritaba de orgullo.
Editado: 07.08.2021