─Gracias por tratar de ayudarla —Casi gritó al ver a Plata aparecer de la nada.
—¿Qué haces aquí? —Murmuré, con la mano en el corazón—. Casi me matas de un susto.
—Mis disculpas. Quería ver si Roxana ya se había ido a dormir.
—Dice que ve a alguien afuera, pero revisé y no había nadie «Es una miedosa… una tonta miedosa»
—Roxana tiene pesadillas en días de invierno —dijo con aquella voz maternal que la ha caracterizado siempre—, es más frecuente en las fechas cercanas a su cumpleaños.
—¿Será que fue por lo que sucedió en aquel entonces?
—Desconozco eso, Señorita Lena.
Miré la puerta que recién había cerrado… «Eso es lo que no le permite a Roxana regresar: el miedo. Si ella pierde el miedo probablemente se vaya de una vez por todas», medité aquello unos momentos «Tal vez es hora de enseñarle algunos Credos de Dragón a una humana»
A la mañana siguiente, mi Padre y yo tuvimos que derretir toda la nieve que se acumuló frente a las puertas mientras Plata y Roxana preparaban el desayuno.
—Ya terminamos —dije en Dragonico. Papá asintió y volvió a su forma humana seguida de mí.
—Bien, vamos a comer—Se limpió los copos de nieve de los brazos.
Caminamos por los pasillos; como el castillo debía aparentar abandono, el gran salón estaba completamente vacío y lleno de polvo y telarañas, era escalofriante, así que evitaba pasear por ahí.
—Lena, Plata me dijo que trataste de ayudar a Roxana para dormir.
—¡Yo no hice tal cosa! —Mi voz resonó por las paredes.
—No te estoy reprendiendo por eso —dijo con su habitual calma—. Me hace feliz que sientas empatía por ella.
—No siento nada por ella más que desagrado, Padre —Él rió, sus prístinos colmillos se asomaron entre sus labios.
—No me esperaba menos de ti, pero toma en cuenta que ella y tú han vivido bastante y convivido poco.
—Con todo respeto, Padre, ella es tú responsabilidad, no la mía.
Llegamos al comedor. El desayuno estaba listo y lo devoré en poco tiempo. Roxana, como siempre, comió unas míseras de todo el banquete que Plata preparaba.
En fin; tenía cosas pendientes con Roxana. Por suerte no era muy difícil de encontrar siendo que lo único que hacía era estar en su alcoba leyendo, o tejiendo; o en el patio tocando el laúd, la encontré en este último lugar y esperé hasta que terminó de tocar “Las noches son frías en primavera”.
—Buena ejecución. —Se asustó al escucharme llegar de pronto—, pero eso fue aburrido.
—¿Por qué no vas al granero y dejas la holganza de una vez? —jugó con las cuerdas de su laúd.
—No me da la gana, Princesa —Me divertía verla molesta luego de que la llamara así, de verdad odiaba tener ese título—. Y aunque quisiera, no podría hacer las cosas bien.
—Supongo que tus antiguas credos de dragones ancianos no enseñan cosas como esas. —Trató de burlarse.
—Tal vez no me ayudan a cuidar cabras… Tienen otras funciones.
—¿Cómo qué? —dijo sin convicción.
—“¿Cómo qué?” —Hice como que pensaba—. Nos hacen más nobles, respetables, valientes… te quitan el miedo. —Vi que sus ojos se abrieron de par en par y el azul de sus ojos comenzó a brillar.
—No te creo —Su tono decía lo contrario.
—Créelo, Princesa, pues el Gran Dragón Azul dijo una vez: “No es valiente quien no tiene miedo, sino aquel que sabe conquistarlo” Gracias a él, los dragones no pensamos en el miedo. Es un sentimiento que reprimimos, porque el miedo no puede hacerte daño.
—El miedo no —dijo con recelo—, pero aquello que lo provoca, sí.
—Eso es lo importante: si pierdes el miedo te haces más fuerte ante eso que te asusta.
—Ustedes los dragones son muy… —En ese momento Roxana se levantó de golpe. Me hizo una seña con la mano para que guardara silencio.
—¿Qué pasa? —pregunté en voz baja, pero ya no me contestó. Salió corriendo hacia los establos. La seguí.