Evolet

Capítulo 5. Dieciocho estaciones.

No dormí nada. Ese día era mi décimo octavo cumpleaños pero estaba cansada, sentía los ojos pesados y no me sentía capaz de mantenerme sonriendo todo el día.

Entre mi pesadez, oí que tocaban el cristal de la ventana. Algo somnolienta me levanté y abrí. El cansancio se me olvidó al ver el pequeño ratón sobre la mansarda, con un listón atado al cuello. Sonreí, le quité la pequeña nota, agradecí al pequeño roedor y me cambié rápidamente. La nota era muy clara a pesar de la diminuta letra:

Princesa debe celebrar con los Faeries, ir rápido o morderemos dedos de Princesa.

—Faeries D.

 

Me cambié rápidamente y luego de ponerme las botas, corrí a abrir la puerta, sin darme cuenta de que Plata estaba del otro lado; casi tiro la bandeja de comida que llevaba en las manos.

—Buenos días, Plata —Hizo que la bandeja levitara al lado de nosotras y me abrazó.

Feliz cumpleaños, mi pequeña Roxana. —La abracé más fuerte.

Gracias, Plata

—¿A dónde ibas con tanta prisa? —Me entregó la charola llena de comida.

—Los Faeries me mandaron un mensaje —La vi sonreír.

—Ve rápido no quieres hacerlos enojar.

Tomé una manzana y salí corriendo hasta los establos. Sin necesidad de bridas, monté a Natch y echó a correr

 

Las entradas al mundo de las hadas eran pequeñas a menos que seas un invitado especial. En este caso pude entrar caminando, si hubiera venido sin avisar, seguro hubiese tenido que arrastrarme para entrar.

Natch se quedó afuera a lo igual que mis botas; las herraduras y la campana de mi reno eran de metal a lo igual que las hebillas de mis botas y las hadas lo repudiaban y más aún los Faeries; aunque al parecer les gustaba mi collar porque siempre revoloteaban alrededor de él.

Los Faeries eran dragones extremadamente diminutos, sus alas diferían de los grandes reptiles por tamaño y forma; muchas veces los confundían con mariposas. Las hadas solían usarlos como caballos, los montaban y ataban con bridas hechas de flores y ramitas.

Los Faeries y hadas tenían un lenguaje extraño, que nadie más que ellos podían hablar, lo más extraño es que se daban a entender con aquellos quienes confiaban.

"La pequeña joya ya es una niña grande", canturreaban. "La niña de las estrellas, la Princesa de las estrellas es mayor".

Revolotearon a mí alrededor y siguieron cantando lo mismo. Luego de un rato hicieron que me sentara a lado de un claro de agua y comenzaron a trenzarme el cabello. Escuché algunas flautas y flores tintineantes que hicieron bailar a los que no hacían nada. Los grillos criaron más fuerte para unirse a la melodía, seguida de las cigarras. Como si fuese una carreta, una docena de Faeries trajeron consigo una pandereta, invitándome a unirme a la sinfonía. Le di varios golpecitos mientas veía a las libélulas bailar junto con las hadas, usando el claro como pista y provocando pequeñas ondas circulares. Incluso a plena luz del día, brillaban de varios colores; brincaban y bailaban con gracia. Sus risas se escuchaban a la par de la pandereta.

Conforme pasaba el rato y los pequeños seres me pedían que les hiciera cosquillas a cambio de no morderme los dedos, noté que muchos ya estaban cansados. Varios se acostaron en mis hombros y en mis piernas. La música disminuyó poco a poco hasta quedar nuevamente en silencio, un susurro de inentendibles canciones que el viento pronunciaba nos arrulló. El aroma a flores era exquisito, el césped, aunque un poco húmedo, era refrescante y se sentía agradable en mis pies descalzos.

Entonces sentí que alguien tiraba de mi collar. 

Abrí los ojos y di un buen golpe frente a mí.

—Oh no, eso sí que no, saben bien que el collar es mío —regañé. Muchas hadas rieron, montadas en sus Faeries.

«Je, ji, je, ji, je, ji» Se burlaron.

—¿Muy gracioso, no? —Me puse de pie— Ya verán cuando los atrape…

—¿Divirtiéndote con las hadas? —Se me heló la sangre.

—Lena, por mi Dios, me diste un susto de muerte —Me llevé una mano al pecho.

—Lástima que no moriste —Sonrió.

El enjambre de hadas y Faeries se le echó encima. Lena las saludó. Las hadas revolotearon a su alrededor, alegres de verla. Mordieron sus mejillas y los dedos, se escondieron dentro de su capa y ella trataba de no reír por las cosquillas.




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