Plata
Viendo hacia la ventana, observando la nieve derretirse por el sol de verano, me he dado cuenta de algo: ya hace mucho tiempo que te fuiste; te extraño, a ti y a tu sonrisa y el sonido particular que hace cuando ríes. Sé que vas a regresar para que vuelva a oírla ¿Verdad? También extraño los ratos que pasábamos pintando las paredes y luego, durante las lluvias de verano, recogíamos el agua en baldes y la usábamos para limpiar nuestras creaciones y comenzar de nuevo. Me siento muy sola en la cocina, usualmente eras un desastre pero te esforzabas en ayudarme; lo tuyo siempre fue estar con las ovejas. Ellas también te extrañarían.
La casa está muy fría a pesar de que hay fuego vivo a diario, tal vez sea por la nieve que cubre los techos o por tu ausencia, sea como sea, te extraño.
─Plata, aquí estás ─El Señor Sigurd entró cautelosamente por la puerta y se mostró impresionado al verme─. Hace tiempo que no veía tus ojos.
─Solo estaba tomando un poco de aire ─Traté de cubrirme la cara, él me lo impidió.
─Ella no está aquí, puedes quitarte la máscara.
─Prometí usarla hasta que esté lista.
─¿Quién, tu o ella? ─Cruzó sus brazos. Esa manía a su hija se lo había heredado.
─Yo, por supuesto, aún recuerdo la razón por la cual la uso ¿Usted no?
─Claro que sí, Plata, pero…
─Pero nada. Vámonos, Señor, hay que hablar con las brujas ¿No?
─Por supuesto ─Salió de la habitación. Miré la máscara cuyos ojos estaban marcados por cauces similares a los que estaban en mis mejillas.
Amor mío, cada día de mí vida te extraño más: tu sonrisa, tus pinturas, incluso el desastre que hacías en la cocina. Te he esperado desde entonces y sé que volverás. Mientras tanto, le he enseñado al pequeño retoño a dibujar, espero que no te importe. También le enseñé a cocinar y créeme que es muy diestra en ello. Ella se ha encargado de las ovejas mientras tanto y ha llenado de risas el castillo nuevamente.
Recuerdo el día en el que llegó a mí, mi niña de las constelaciones infinitas en el cuerpo. Aquel día estaba sentada en una ventana, esperándote, como siempre, entonces Sigurd llegó ¿Lo recuerdas? Aquel dragón que cuidó de nosotros cuando llegamos a la montaña.
—Shirubā, niña de los zorros —saludó con su característica reverencia.
—Señor Sigurd, es un honor tenerlo aquí —Advertí el pequeño bulto que tenía en las manos. Él sonrió con melancolía.
—Ella es una pequeña que necesita una madre.
—¿Quiere que yo la cuide?
─Sólo un tiempo. Te ayudaré a protegerla hasta que ella decida que es momento de irse. Envuelta en estas mantas, querida Shirubā, se encuentra la heredera de Hengelbrock. Será “Rosa” como su madre, y “Hannah” por su cuerpo de estrellas.
─Entonces, Roxana, la estrella que resplandece. Si es así, con gusto la cuidaré —Le quité un pedacito de manta y miré su pequeño rostro. Estaba lleno de puntos marrones, apenas había espacio entre punto y punto. Abrió sus ojos, azules como un claro de agua, brillantes como el cielo de medio día y empezó a llorar—. Ashh pequeña.
Una de las enormes manos de Sigurd tocó una de mis mejillas.
—La tristeza marca tus ojos, Shirubā, han perdido color, y los cauces de lágrimas han marcado tu rostro. Por eso la has asustado.
—Llevo mucho tiempo esperando ─Me alejé para que la niña no me viese─. Ve al bosque por un zorro blanco, haré una máscara con su hocico para mí, y con el resto de la piel le haré a ella unas ropas para que pueda vestir.
─Considéralo hecho.
—Papá, dile que se callé —Una vocecita salió detrás del robusto cuerpo de Sigurd. Una niñita delgadita, con el cabello blanco como la luna y la piel del color del chocolate obscuro, de cuernos carentes de melanina que apenas y se asomaban sobre sus sienes.
—Esta es mi hija, Lena ─La hizo caminar hacia mí.
—Mucho gusto, pequeña dragona Lena, soy Shirubā.
─Plata ─Replicó la niña.