Evolet

Capítulo 19.

Desperté aturdida. Me dolía el cuerpo. Sabía que no estaba en la intemperie por el pabellón que descendía del techo de la cama. Las sábanas eran rojas y suaves y la cama era muchísimo más mullida que la que tenía en Wolfgang.

Me senté de golpe...

─¿Dónde... estoy? ─Le eché una ojeada a la habitación. Era rectangular, con muebles y puerta de madera caoba. De mi lado derecho tenía un enorme armario de dos puertas que tenía grabados en las patas; justo al lado, un espejo de cuerpo completo con un marco de color plata, brillante. En la pared de la izquierda a la cama había un diván que se veía muy cómodo y detrás de éste, una estantería llena de libros. Frente a mí, una bonita ventana de marco blanco que ahora era cubierto por unas cortinas rojas, a juego con la mesita y una única silla, que seguro era para pasar la tarde tomando el té o algo así.

Al intentar levantarme, recordé de golpe lo que había pasado.

Lena estaba en el suelo, con varias flechas en la espalda. Todos los que me habían atacado me despojaron de mi ropa y vi entre la multitud a Ivonne, que con mirada seria, escudriñó en mi piel.

─Suéltenme ─sollocé─ Liberen a Lena, ella no ha hecho nada.

─Es ella ─dijo Ivonne. Quién diría que nos había seguido luego de haber salido de Haendel.

─Es la princesa ─dijo alguien más.

─¡Ese dragón es el que tenía capturada a la princesa, mátenlo!

─¡NO! ¡SUÉLTENLA! ─Grité, grité cuanto pude al punto en que sentía que mi garganta iba a soltar fuego. No podía moverme, por más que golpeaba y pateaba, me estaban sosteniendo muy fuerte.

La gente se acercó a Lena mientras a mí me arrastraban a una carreta. Lena no se movía, no hacía nada a pesar de que la estaban golpeando. Le grité varias veces que se levantara, que huyera. No me oía…

─Lena…

Me cubrieron la boca con un pañuelo que tenía un olor desagradable y dejé de moverme. Oía a la gente pelear entre sí, y poco a poco dejé de estar consciente de lo que me sucedía. Sólo le rezo a mi dios que Lena esté bien, que no le haya pasado nada…

─Lena… mi Lena… lo lamento tanto ─Me levanté de la mullida cama y caminé en el piso de alfombra hacia la ventana, me asomé y vislumbré un enorme jardín lleno del césped más verde que he visto jamás, arbustos con flores de colores vibrantes y un pequeño kiosco a la distancia que era rodeado por un pequeño arroyo artificial. El sol era tan brillante que incluso los ojos me empezaron a doler. Cerré las cortinas y regresé a la cama. Apenas estaba asimilando lo que traía puesto, cuando un muchachito entró a la habitación con una charola de bronce en las manos.

─Oh, ya está despierta ─Dejó la charola en una mesa, llevó una mano a su pecho e inclinó el cuerpo─ Me presento: Soy Nahúm, su mozo de cámara. Cuidaré de usted hasta que la reina Lydia venga a verla.

─¿A mí? ─Lo vi acercarse al enorme armario, abrió las dos puertas: estaba lleno de vestidos.

─Tiene la estrella en el pecho, eso dicen, Su Majestad la Reina Lydia, es la única que sabe exactamente cómo luce. Ella es la que ve a las doncellas que creen tener la marca, hasta ahora ninguna ha sido la correcta.

─¿Lydia? ─Nunca había escuchado el nombre de la reina en mi vida «¿Ella me conoció cuando era un bebé?»

─Si, Madame, La Reina Consorte Lydia.

─Ya veo… ─Sacó un hermoso vestido blanco, de escote pronunciado y adornos florales tan pequeños, que apenas eran unos puntos rosados sobre la tela─ De casualidad ¿No venía alguien más conmigo?

─¿Alguien más? ─dejó el vestido en la cama─ No, Madame, llegó sola, un poco herida y por lo que veo, un poco cansada. Durmió diez días.

─¿Diez…? ─¿Dónde ha estado Lena todo este tiempo?

─Disculpe que no continuemos la conversación, pero necesitamos hacer que se vea bien para Su Majestad.

─¿Su Majestad? ─Titubeé.

─Le acabo de decir que va a venir a verle ─dijo con paciencia. Me tomó de las manos y tiró un poco.

─No, no, no, no. Es decir… espera… no sé qué hacer… es decir… no debería estar aquí, Nahúm, es decir, aquí en Palacio… es decir en…

─Calma ─dijo en tono amable─, los nervios son normales, muchas tratan de verse temples pero siempre les están temblando las piernas. No se preocupe, La Reina Lydia es un amor de persona, es benévola, amable y bastante comprensible, si usted no es la princesa, sólo se irá y listo.

«Desearía que no me viera» ─Di unos pasos hacia atrás.

─¿Me va a acompañar? ─dijo un poco serio, pero sin perder la amabilidad.

─Sí… no… es decir…

Un recuerdo me llegó a la mente: “No eses valiente quien no tiene miedo, sino aquel que sabe conquistarlo” «Te lo agradeceré después, Gran Dragón Azul»




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