Expediente Saturno.

vii. Júpiter.

EMMELINE HOFFMAN.

La forma en que Lizzie observaba a Emmeline Hoffman el verano del 97' demostraba nada más y nada menos que el odio no era necesario transmitirlo con palabras. Emm sintió la rabia de su vecina traspasarle y recorrerle todo el cuerpo, sus dedos comenzaron a cosquillear debido a que los había dejado mucho tiempo bajo el agua del río y probablemente su piel estaría arrugada. Los retiró de allí y decidió ponerse sus calcetines aunque sabía que al final iba a empaparlos y tal vez era mejor idea solo esperar a que sus pies se secaran. Pero Lizzie la inquietaba y prefería largarse de allí lo más pronto posible.

Entonces, se colocó sus zapatillas viejas y se levantó del montículo de tierra a un lado del agua del muy poco conocido río Fark. Comenzó a caminar con el paso apresurado y escuchando como sus zapatos hacían un extraño sonido por cada paso que daba; de hecho sus pies no eran los únicos mojados, sino también su calzado, que anteriormente unos chicos que andaban jugando por la zona habían lanzado a la orilla, y la más pequeña de los Hoffman al ir a recogerlos, decidió esperar a que se secaran y mientras disfrutaría de la vista. Para ser tan joven y con tan poca experiencia, conocía los atajos que el pueblo de Houston tenía para ella, los había aprendido a la fuerza, y era un buen momento para usarlos debido a que sus zapatos contra el asfalto no era lo único que oía, sino también al séquito de amigas de su vecina, quienes parecían muy entusiasmadas por llegar a Emm. Fue cuando la castaña no dudó ni un segundo en entrar a los callejones del barrio, que parecían un gran laberinto.

Izquierda, izquierda, derecha, sigues adelante hasta llegar al cartel de la pescadería y te escondes bajo el galpón unos minutos, escuchas los pasos de esas bestias y una vez que se alejan regresas al punto de inicio. Lo había hecho tantas veces que comenzaba a creer que de hecho aquellas muchachas no eran tan inteligentes.

Ese día no había llevado su bicicleta, no estaba en sus planes realizar una parada en el río, aunque el día lo ameritaba. Se aseguró de que no hubiese moros en la costa y volvió al camino que debió haber realizado desde un principio. A paso apresurado y con un hambre infernal, llegó a la casa de su tía abuela Karla.

Con sentir el aroma a pastel recién horneado se le hacia agua a la boca. Entró sin hacer mucho ruido y no dudó un segundo en dirigirse a la cocina, pasó por al lado de la montaña de objetos de cocina sucios que estaban para limpiar y analizó todo el lugar para hallar a su presa, sobre la vieja mesa de caoba se encontraba una delicia con un sabor incapaz de ser descrito, se acercó a el y observó como aun nacían pequeñas líneas de humo del pastel y como la impaciencia era ese día parte de ella, tomó un cuchillo y cortó una rebanada. Aunque todavía estaba caliente, ella estaba tan hambrienta que ignoró eso y lo degustó como si fuese la octava maravilla del mundo. Encantada por los sabores, siguió haciendo rebanadas y comiéndolas, ya llevaba medio pastel y sintió que se atragantaba cuando escuchó los pasos de Karla aproximarse a la cocina, tragó lo último que le quedaba en la boca y salió de la habitación como si su vida dependiera de ello, más rápida que nunca y con el estomago repleto subió las escaleras y entró a su cuarto, cerró con llave y se escondió bajo la cama.

Los gritos furiosos de su tía abuela resonaron por toda la casa y ella solo pudo reproducir un par de risas lo más silenciosas que pudo.

─ ¡Maldita escuincla! ─chilló tras la puerta de la habitación, Emmeline no podía parar de reírse y decidió salir de debajo de su cama para detener la puerta.

─ ¡Vamos tía, sólo fue una porción! ─respondió entre carcajadas.

─ ¡Ábreme! Sí comienzas algo, debes terminarlo─habló esta vez con un tono cariñoso, Karla no lo sabía, pero una sonrisa se dibujó en el rostro de Emm, giró la perilla de la puerta y observó a su tía, con su camisón de hojas rosadas que le llegaba hasta por un poco más debajo de las rodillas, y con sus pantuflas color crema nuevas. Sus manos estaban ocupadas con la mitad del pastel que Hoffman había dejado, y unas servilletas. La pequeña dio unos pasos para atrás y le abrió camino a Karla, quien tomó asiento sobre el pie de la cama y apoyó todo lo que traía sobre el suelo de madera, Emmeline se situó frente a ella y le cedió una porción a su invitada y tomó una para ella. No hablaron durante la cena, el silencio no era incómodo, era perfecto. Ambas disfrutaban de su mutua compañía y no necesitaban de palabras para gozar ese rato.

Muy pocos momentos podían ser perfectos en esa casa, en ese pueblo, en ese país o en ese mundo. Emmeline comprendía a la perfección que no lograría nada en aquel lugar, pero en los momentos de paz con la tía Karla, parecían estar en otro planeta, uno perfecto. Karla decía que sí se trataba de otro, ella quería ser Júpiter.



#12564 en Thriller
#7099 en Misterio
#5116 en Suspenso

En el texto hay: casos sin resolver, amor lgbt, investigacion

Editado: 16.07.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.