Expediente Saturno.

xiv. Deseos.

JACOB TURNER.

El mundo se rige por reglas extrañas, a mí me gusta compararlas con las del pelaje de un lobo o las escamas de un pez. La piel es parte de ellos, los protege del exterior. Las reglas nos protegen de otros. De extraños, seres ajenos a nosotros. ¿Pero quiénes somos nosotros? Somos tú, yo, y ellos. Quienes vivimos para obedecer y morimos para dar paso a más como nuestra especie. El concepto de otredad es algo muy profundo de analizar. ¿Por qué yo estoy contigo y no con los de afuera? Tal vez porque los de afuera no son como nosotros. O tal vez, solo tal vez, nos dijeron que ciertas personas son más personas que otras por seguir ciertas normas. Cuando rompes normas te apartan, te encierran, eres el otro. Ser el otro llegaba a ser tentador, ¿qué se siente el albedrío? ¿qué se siente sentir? Es entonces cuando la moral, la tuya y la mía, corren peligro. La adrenalina de ser diferente, realmente diferente, parece una completa locura. Escribimos para regresar al principio, para analizar y conectar puntos sueltos. Unirlos o eliminarlos porque no valen la pena.

Emmeline Hoffman desaparece el 13 de Enero de 1987, sale de su casa pero no se sabe el lugar exacto donde desaparece, tampoco se sabe quien o quienes fueron los culpables, no hay sospechosos, tampoco hay policía. Que respuesta vacía la de: Seguro se escapó con el novio, cuando necesite dinero va a regresar.

Parece ser que no necesitó de dinero. Tampoco valdría la pena regresar, sus padres no tenían con que pagar siquiera la comida del día.

Pero no quiero divagar, la pequeña Hoffman deja cartas personales, hablan de dolor y angustia, de un tal Liam y una tal salida.

Y nada más.

Entonces no hay puntos para unir ni pistas que analizar.

La piel de Emmeline no era como el pelaje de un lobo o las escamas de un pez. Era humana. ¿Será tan fuerte?

Tal vez debería descansar y tomar un vaso de whisky antes de que los murmuros estruendosos de Houston terminen de derrumbar mi razón.

─ Dos y treinta y cinco de la tarde, Emm toma su bicicleta amarilla, se aventura por las calles empedradas de Houston y desaparece─repaso─ No es factible, ¿cómo diablos lo sería? No hay sitio, testigos o sospechosos.

La incertidumbre comienza a apoderarse de mi mente, mi propuesta de un whisky se me hace aún más cercana a la realidad del momento y por reflejo inconsciente recuerdo la Ley Seca. Prohibir un manjar debería estar prohibido. La parte oscura de la sociedad crece y ahora sus músculos de piel humana son de hierro. Las mafias se desatan y comiezan a traficar. Pero no sólo bebida, también personas.

Quien se lleva a una niña, de un pueblo desolado de Galatea, lleva en sus manos la misma culpa que Al Capone en Chicago.

Desistí de beber entonces y me impuse a volver a la realidad.

Las extensas horas de clase de historia de Mr. Feraud solo causaban estragos en mi cabeza e imaginé que mis cinco minutos de pensamientos atropellados eran consecuencia de pasar demasiado tiempo con Arya Morton.

─ Blair habló conmigo─murmuró entre dientes mientras se sentaba a mi lado─ Me mencionó el lago Fark, nos encontraremos allí con ella por la noche.

Cerca de los lagos nunca había nada bueno. Menos en el de un pueblo como este.

─ ¿Será buena idea que yo vaya?─le pregunté, Arya se dio la vuelta y me observó confundida.

─ ¿De qué hablas, Turner? Claro que vendrás, eres parte de todo esto ─confirmó, tomó su mochila púrpura y la colgó en su hombro izquierdo. No había prestado atención en su contenido, tampoco contaba con las ganas de interrogarla, así que le dí menor importancia y me levanté del sofá de mi padre. Ni siquiera lo usaba con regularidad, pero cualquier hombre de familia, con él único título de psicoanalista en todo el pueblo, debía tener un sofá del cual alardear cuando llegaran visitantes de pueblos vecinos. Era patético. Caminé con poca estabilidad hasta la puerta de salida de su estudio, había pasado mucho tiempo sentado y cuando me puse de pie, como sí se tratara de un mensaje caído del cielo, recordé que no había almorzado y mi estómago comenzó a rugir. Pero no había tiempo de aperitivos, y si me volvía a sentar probablemente no volvería a levantarme.

─ Cría cuervos y te sacarán los ojos─la voz ronca de mi padre interfirió en nuestra caminata, Arya se acercó a él y lo saludó como de costumbre, yo sólo me quedé de pie y brazos cruzados recostado sobre el marco de la puerta.

─ Te daré algo de ventaja antes de hacerlo, después de todo eres mi padre─respondí de mala gana, el soltó una pequeña carcajada cargada de incomodidad y molestia, yo le sonreí con falsedad y de forma burlesca, era satisfactorio ver sus expresiones de desagrado ante mi comportamiento, como el decía, tan "condescendiente". No solía ser grosero, mi madre me había criado para ser una persona muy educada cuando fuese necesario, claro que sabía que aquel viejo cascarrabias no se merecía ni una pizca de respeto, al menos de mi parte. Arya no emitió palabra, pero vi dibujarse una pequeña sonrisa en su rostro que se desvaneció rápidamente, ella le tenía cierta devoción a mi padre, creía de hecho que era un hombre inteligente, aunque yo le había explicado miles de veces que solo era un idiota con un trozo de papel que intentaba decir lo contrario.



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En el texto hay: casos sin resolver, amor lgbt, investigacion

Editado: 16.07.2019

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